lunes Ť 22 Ť enero Ť 2001

Elba Esther Gordillo

ƑHasta cuándo?

Inexorable, el tiempo no perdona. Conforme pasan los días, la esperanza, equivocadamente concebida como un milagro, va tomando su rostro verdadero, el que no es posible ocultar. En este nuestro país de todos los días, los acontecimientos rebasan los pronósticos. Así es, así ha sido siempre. Hay cambios que no pueden ser previstos, aunque se recurra a los más sofisticados instrumentos de prospectiva.

El combate a la inseguridad, a la delincuencia, al crimen organizado, ha dejado de ser una redituable promesa de campaña para convertirse en un delicado problema de Estado. Y no es para menos. Los mexicanos vivimos aterrados. Hoy más que nunca es cierto aquello de que sabemos cuándo salimos de nuestras casas, pero no cuándo regresaremos.

Cómo quisiéramos que las declaraciones del gobierno capitalino, en el sentido de que hay un decremento de los índices delictivos, se concretaran.

En lo cotidiano, basta con leer los diarios, escuchar la radio o ver la televisión para darse cuenta de que la lucha parece ser que la ganan los malos. La nota roja es el ingrediente fundamental de la información de los medios, con todo y lo peyorativo que tiene la colorística connotación de lo que podrían ser noticias trascendentes si fueran presentadas sin el sensacionalismo y el amarillismo que las convierten en casos típicos de apología del crimen.

Pero tampoco se puede tapar el sol con un dedo. Lo que sucede en México es muy preocupante y va más allá del terror y del miedo de los ciudadanos, quienes cada vez toman más conciencia del problema. No se trata de ser agoreros del desastre, pero ya se han registrado casos en los cuales ante la falta de una respuesta efectiva de la impartición de justicia, la gente se hace justicia por propia mano. Este es el gran peligro y en eso pensamos cuando vemos las noticias impregnadas de todo tipo de crímenes. Porque hay que fijarse que no se trata de los delitos tradicionales. Ya no son los delicados carteristas ni los conocidos como zorreros ni quienes timaban a incautos haciéndoles creer que se habían encontrado una paca de dinero en la calle.

Hay desde el asalto a mano armada; el asesinato del hijo de un alto funcionario griego; la violación multitudinaria de una turista italiana; el presumible parricidio salvaje en el seno de la familia de la hermana del entristecido Víctor Manzanilla Schaffer; el uso de paquetes con una bomba elaborada al más puro estilo de los etarras, hasta el intento de magnicidio contra Patricio Martínez, el gobernador de Chihuahua, para no hablar del asesinato de mujeres y de los ajustes de cuentas del narcotráfico.

Como gobernador preocupado por los centralismos de ayer y de hoy, Patricio habría puesto el dedo en la llaga. Oídos sordos casi le hacen perder la vida.

Nos ha rebasado la violencia y no basta solamente con preocuparse. Hay que ocuparse, hacer una seria reflexión acerca de lo que nos está pasando.

ƑHasta cuándo tocaremos fondo?

No se puede pensar que la violencia es inherente al temperamento de los mexicanos y que por ello se debe creer que todo lo que sucede es normal, algo natural. Esto es lo peor que nos pudiera pasar. Tampoco se trata de una costumbre que alguna vez, hace muchas décadas, cuando se hablaba del "México bronco", sirvió para desprestigiarnos en el extranjero.

Nadie puede ser insensible ante la violencia, en especial cuando se habla tanto de una transición pacífica hacia la democracia, que no ha terminado en las urnas. Nadie está libre de la inmensa pérdida de los valores que como sociedad han conformado nuestra identidad.

El cambio no consiste en la simple aceptación de que la inseguridad es un problema muy complejo. Complejas (que no complicadas) deben ser también las soluciones. Tampoco se puede dejar que todo lo haga el gobierno, porque sería recorrer los mismos caminos.

La educación en su concepto integral, no solamente la que se imparte en el aula, tendrá que jugar un papel muy importante. Los medios de comunicación también.

Leyes más efectivas, revisión severa al sistema de impartición de justicia, lucha frontal y sin cuartel a la corrupción de jueces y policías, siguen siendo asignaturas pendientes.

La participación es fundamental, pero lo más importante es el compromiso de todos.

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