Leon Bendesky
¿Gobernar, para qué?
La certeza no suele ser duradera. Durante mucho tiempo la economía mexicana ha estado administrada por un conjunto de medidas, cuyos resultados han quedado muy por debajo de lo que se ofreció, lo que ha acarreado un gran costo social y financiero. Los principios de esta gestión económica se han planteado con gran certeza y, debe reconocerse, también con mucha convicción. La atención se centró en lo que se llama "los agregados macroeconómicos", que pueden entenderse como los resultados más generales del comportamiento de la economía, a saber: el ritmo de crecimiento del producto, y de los precios, el nivel del déficit fiscal y de las cuentas externas (la deuda y el comercio). Esta visión promovida de forma muy activa por Pedro Aspe en especial, y seguida fielmente por sus sucesores, acabó por ser dominante, incuestionable, y se estableció como la posición políticamente correcta, manteniéndose así hasta ahora.
Hoy, esa visión de la economía enfrenta de nuevo la terca presencia de la coyuntura. La tendencia del desempeño de la economía que se suponía, primero, que no debía haber provocado la crisis de 1995, y que luego de ella se habría repuesto para generar un crecimiento duradero, está hoy en cuestionamiento. Los números no se sostienen, la meta del crecimiento se revisa a la baja, la inflación esperada se revisa al alza, el déficit fiscal no puede ser el que se propone en el presupuesto, pues, finalmente, se acepta que la deuda es mayor a la reconocida y que lo que se tomaba como contingente (que literalmente quiere decir que puede producirse o no) debe ser pagado, las tasas de interés no bajan y el peso se debilita ante el dólar. Hay un cambio rápido y grande en el estado de las expectativas, esa mercancía por la que paga un alto precio el banco central.
Es falso decir que esta coyuntura que tiene rasgos desfavorables para la economía, se gesta sólo en la desaceleración de la actividad productiva que se registra en Estados Unidos. Esta condición es relevante, sin duda, pero debería ser la ocasión de replantear las condiciones del funcionamiento interno. Si nuestra dependencia puede tomarse como algo natural por eso de que estamos en el mismo vecindario, como dice el secretario Gil Díaz, es cierto que no hemos hecho lo necesario para reforzar la capacidad de resistencia cuando los dioses no favorecen al vecino. Sin la fuerza de arrastre del mercado estadunidense se hará más evidente la desarticulación de los sectores productivos, el costo de la mala asignación de los recursos disponibles y su subutilización, las carencias de la infraestructura, la magnitud de la pobreza y la ineficacia que produce la inequidad y, no por último menos importante, el efecto cada vez más perverso de la falta de aplicación de la ley y de la brutal inseguridad individual y colectiva en la que vivimos a diario.
La economía ya no va tan bien, y como de un plumazo se esfumó el blindaje financiero que tanto orgullo provocaba a Gurría hasta el final de su gestión, y que parece más bien una armadura de hojalata. En un gobierno en el que todavía se declaran muchas cosas todos los días, pero en el que prevalece una gran ausencia de acciones que vayan cuando menos marcando la dirección por la que lleva al país, la política económica está concentrada en la Secretaría de Hacienda, celosa guardiana de la precaria estabilidad macroeconómica, de la frágil situación fiscal, de los cambiantes equilibrios financieros y, por supuesto, de los principios económicos que no pueden ser cuestionados o siquiera sometidos a otras consideraciones o a un debate. Esa es la única señal, más o menos clara, de para adónde vamos, pero es idéntica a la línea de donde venimos.
El presupuesto federal ya fue aprobado y ahora está por delante la reforma fiscal, que será una oportunidad de repensar la política económica. Este será un momento decisivo del gobierno del presidente Fox, que va a marcar no únicamente el comienzo de su gobierno, sino de todo el sexenio. Y aquí surgen cuestiones relacionadas con este largo proceso que es el de la transición a la democracia. Ha habido pasos relevantes en ese trayecto, sobre todo en el campo electoral y, como queda claro, aún ahí son incompletos. Pero, ¿qué pasa en el terreno de la economía, cómo ocurre ahí esa transición? Gobernar hoy en México implica, claro está, democratizar el poder, pero ello no puede hacerse sin confrontar la enorme concentración económica y ampliar el campo de los derechos sociales. Gobernar tiene que ver con la capacidad de distribuir de modo más equitativo los recursos fiscales sin aumentar la presión tributaria sobre los que más la padecen; tiene que ver con una redefinición de lo que es público y lo que es privado, con las formas de generar la riqueza y de distribuirla mejor, así como las oportunidades.