LUNES Ť 22 Ť ENERO Ť 2001

José Cueli

Borrachera torera

Con los versos de Gerardo Diego en la mente y el ritmo en la aburrición que representaron los torillos de Teófilo Gómez ?gordos, descastados, agarrados al piso, rodando como pelotas, y defendiéndose?, no quedaba más que repetir la obsesión del poeta por la muerte, toro a toro, esa compañera inseparable de los aficionados litúrgicos de domingo a domingo, los fanáticos locos que necesitamos recrear el sacrificio de los toros, vivíamos la corrida al máximo de intensidad tediosa, con el cartelito que nos sirvieron y sólo permitió recrear el paso lento de la vida-muerte en el mayor de los hastíos, con los toreros insistiendo machaconamente en hacer faenas, que resultaban imposibles y por poco terminan en cornada al torero Manuel Caballero.

Con sonrisita de labios desmayados y cigarro de lado ?a la Bogart, en Casablanca?, los cabales nos regocijábamos ante los arreones asesinos de los torillos y los rematábamos con media verónica señorial debajo de la cadera, acariciando los oros de la taleguilla negra huesuda. Siempre con el sabor en la boca y el fuego en el hígado, la muerte volaba en la jaula de cemento mixcoaqueño.

Los cabales citábamos a la muerte enmascarada de aburrimiento, de lejos, para traerla embarcada, muy toreada, dándole el medio pecho y llevándola en redondo sin mover ni un ápice los pies del redondel. La quebrábamos al fuego de la cintura, dándole salida en lances naturales, tristes, lo que se dice tristes, toro a toro, sorbo a sorbo, sin mover el cuerpo y paladeando la blanca espuma cervecera, ensayábamos el rito religioso del toreo; la muerte a la mexicana, despacio, muy despacio, hasta confundirla con el sueño que lentamente nos consumía.

Sorbo a sorbo, toro a toro, a la Gerardo Diego, sin prisa y con pausas, esperábamos gozosos, el trago del último buche, mientras Mariano, Rafael, Caballero y de Mora se jugaban la vida sin posturitas y, lo trágico, sin entusiasmar a nadie, pese a estar en plano torero. Y es que con los toros de don Teófilo Gómez, ni el que inventó el toreo logra entusiasmar a nadie.