Huyó el público de la México, ante el mejor cartel de la serie
Ť Caballero cortó oreja Ť Mariano y Ortega, voluntariosos Ť El juez Ochoa, antojadizo
LUMBRERA CHICO
Ante un encierro muy difícil de la ganadería queretana de Teófilo Gómez, Mariano Ramos, Rafael Ortega, Manuel Caballero y Eugenio de Mora derrocharon tesón, valor, habilidad y buen gusto, pero no lograron hacer la tarde en la decimocuarta de la temporada menos chica 2000-2001, en la que el público, vacunado por el fiasco de El Juli el domingo anterior, desairó las taquillas de la Plaza México para llenar apenas la tercera parte de las localidades.
Con más kilos que musculatura, defendiéndose
bajo el peto de los caballos, tardos frente a las muletas, resabiosos y
desarrollando sentido, los ocho toros que fueron corridos con más
penas que glorias estuvieron en general por encima de sus lidiadores. Incluso
Caballero, ante su primer enemigo, al que le cortó la única
oreja del festejo, no dio la impresión de haber logrado someter
y dominar al animal, que, avanzada ya la faena, lo empaló con el
pitón derecho y le tiró un navajazo con el izquierdo para
partirle la taleguilla a la altura del glúteo zurdo, en un arropón
del que por fortuna salió ileso el artista de Albacete.
Pletórico de voluntad, ansioso por volver a la
cima de la torería mexicana, Ramos exprimió al máximo
las febles condiciones de Cantares, un cárdeno descarado
de cuerna y con 522 kilos en los lomos, que abrió plaza sin aliento,
y al que, a fuerza de porfía, le pegó un naturalón
extraordinario, antes de estoquearlo sin éxito con una media muy
trasera, un pinchazo y un bajonazo final, para escuchar un aviso del biombo
y ser llamado a saludar al tercio. Con Frades, quinto del sorteo,
no pudo sino ratificar su empeño y su indudable sabiduría,
quitándose las cornadas con el juego de las rodillas, para matar
otra vez mal y recibir otro aviso.
Ortega y Caballero: el pundonor
A Ortega le tocaron el menos pesado (Rumbero, de 501) y el más gordo (Murmullo, de 598), a los que banderilleó excepcionalmente, siendo cogido por el primero al salir del tercer par y cuarteando en la cara del segundo que tenía una aterradora cabeza, pero ningún muletazo, y menos por el lado derecho, por donde en toda la lidia le buscó las rodillas y los pies. Idéntico a sí mismo, como en todas sus actuaciones, el tlaxcalteca no pudo, sin embargo, conservar su promedio de una oreja al menos por corrida. Se fue en blanco pero cumplió.
Más tímido que de costumbre, o menos conectado con los tendidos, Caballero ejecutó suertes de enorme plasticidad pero escasa transmisión, improvisando un quite por chicuelinas que remató con una serie de medias revoleras, en el instante más torero de la tarde, antes de tomar la franela y ensayar el natural a media altura, a un enrazado Huichol ?nótese el racismo rampante del ganadero?, una bestia de 524 que terminó empalándolo como ya esté dicho y agregando mayor dramatismo a su trasteo, lo que a la postre le valió la oreja por petición popular que fue abucheada por la mayoría antaño silenciosa. Con Viento Negro, un zaino delantero de 572, volvió a intentarlo todo sin éxito, especialmente la suerte suprema y fue castigado en consecuencia con el primer aviso, por órdenes del juez Salvador Ochoa, que estuvo discreto y puntual, pero antojadizo al premiar.
De Mora, en lo suyo
En la segunda corrida de su vida en la México, el toledano Eugenio de Mora confirmó sus buenas hechuras y su absoluta incapacidad para comunicarse con la gente. Pasó inédito ante Cielo Rojo, un castaño paliabierto de 540, el más hecho y vigoroso de la tarde, al que nunca pudo fijar en la muleta y lo despachó pronto y sin olerlo. Con Porrista, cárdeno delantero de 567, se esmeró al tratar de bajarle la mano por la izquierda y tuvo atisbos de arte, pero si bien pudo con el astado olvidó, o quizá nunca se propuso, redondear la faena con el público que, adormilado por la sobredosis de falsas emociones que nos recetó el empresario Rafael Herrerías, abandonó el coso arrastrando los pies con franca desolación.