El Gobierno del Distrito Federal informó que 55.17 por ciento de las estaciones del sistema se vieron afectadas por la suspención de actividades en las taquillas y calculó que las pérdidas ascendieron a medio millón de pesos.
Desde las cinco de la mañana, hora de apertura de las instalaciones del sistema, fueron evidentes las diferencias entre las vendedoras de los boletos, al grado de que en decenas de estaciones se permitía la entrada libre por un acceso mientras en el lado contrario se expedían boletos de manera normal.
Lo mismo la ignorancia, las dudas, la confusión y la desinformación sobre el paro que el temor a represalias que derivaba en obediencia hacia las disposiciones del sindicato o el absoluto desacuerdo, estuvieron presentes entre las taquilleras, por lo que las decisiones que cada una de ellas tomó hicieron que el paro se desarrollara en forma irregular.
Tampoco fueron totalmente efectivas las intimidaciones directas o veladas por parte de representantes del sindicato que, casi tan temprano como ellas, se apostaron principalmente en las taquillas de las terminales del Metro donde el flujo de usuarios es mayor y se encargaron de avisarles que el servicio sería gratuito, al tiempo que pegaron en los vidrios de cada cubículo su pliego petitorio.
Especial atención prestaron los delegados sindicales a las estaciones de transbordo y a las ubicadas en el centro de la ciudad: "A una compañera casi la obligaron a cerrar la taquilla antes de las siete porque llegaron las cámaras de Televisa", refirió una taquillera de la estación Balderas, donde convergen las líneas 1 y 3. Otras trabajadoras denunciaron que sus compañeros del gremio recabaron los datos personales y laborales de aquellas que optaron por laborar.
Esta tarea, pero en sentido inverso, fue seguida posteriormente por funcionarios de la gerencia jurídica del SCT, quienes desde las 8 de la mañana se dieron a la tarea de levantar actas administrativas al por mayor contra quienes no trabajaron.
Tal actitud provocó que, al menos momentáneamente, taquillas que habían permanecido cerradas fueran abiertas, como fue el caso de las dos instaladas en la estación Zócalo, pero apenas se retiraban los empleados del sistema éstas volvieron a cerrar. Constante fue también el repiqueteo de teléfonos, ya que muchas trabajadoras recibieron órdenes por ese medio.
Aunque los vigilantes del Metro y los policías auxiliares del 70 agrupamiento negaron haber recibido instrucciones especiales en torno al paro, un jefe de la estación Bellas Artes aseguró que fue reforzado el número de elementos de vigilancia, quienes se encargaron de controlar las puertas de acceso y contabilizar al número de usuarios que ingresaron gratis en cada estación. Durante la mañana en el Zócalo, por ejemplo, cada hora ingresaron más de 200 personas sin pagar boleto, según confirmó el jefe de estación.
"Tenemos órdenes de que si se presenta algún obstáculo para que las personas ingresen a la estación les demos todas las facilidades para evitar conflictos", confirmó Gustavo, de la Línea 2.
En estaciones como Olímpica, Plaza de Aragón, Continentes y Río de los Remedios las taquillas incluso se encontraban vacías y la puerta de cortesía abierta completamente, mientras que en otras como Villa de Aragón, Muzquiz y Buenavista los policías abrían la puerta sólo cuando el usuario se los solicitaba, pero muchos aprovecharon la ocasión para viajar gratis.
Algunos usuarios de la estación Puebla, en apoyo a la decisión del Gobierno de la ciudad, exigieron que se les cobrara el boleto; "debemos cooperar para acabar con la corrupción, sí es bueno que nos ahorremos el pasaje, pero no para fomentar el beneficio de unos cuantos".
Esperaban indicaciones
El paro laboral cambiaba en cada turno; así, mientras la taquilla de Balderas en la salida a la Ciudadela permaneció sin funcionar toda la mañana, a las 11 fue abierta por la cajera que comenzaba su jornada laboral. Lo mismo sucedió en Zaragoza, Gómez Farías e Insurgentes, de la Línea 1, donde el paro parecía haber terminado, mientras que, en contraste, apenas iniciaba en Zapata, División del Norte y Eugenia, de la Línea 3.
Sin la presencia de sus dirigentes, que a lo largo del día sostuvieron reuniones con funcionarios del Metro, secretarias, auxiliares y algunas taquilleras estaban a la espera de "indicaciones". La mayoría concentrados en el quinto piso del edificio de la estación Juanacatlán, donde se encuentran las oficinas de Espino Arévalo; pasaban el tiempo platicando entre sí: "Pues la verdad sí teníamos miedo, no tanto de las actas administrativas, sino de que los compañeros no se unieran y se resquebrajara el movimiento".
(Susana González, Bertha Teresa Ramírez, Angel Bolaños, Josefina Quintero y Agustín Salgado)
Después de las controversias que impedían la apertura de la Línea B del Metro, el 30 de noviembre pasado los 23.7 kilómetros que conectan al Distrito Federal con el estado de México fueron inaugurados por Rosario Robles, entonces jefa del Gobierno capitalino.
Las acusaciones del Sindicato Metropolitano de Trabajadores sobre el riesgo que correrían los usuarios en esa la línea fueron algunos de los obstáculos para la apertura de esa ampliación del medio de transporte, que actualmente utilizan más de 300 mil usuarios diariamente.
Sólo 52 días son los que lleva operando y nuevamente vuelve a ser el estandarte de lucha del sindicato para medir su fuerza ante el gobierno de la ciudad con una amenaza de paro laboral.
Sin embargo, entre los más de mil empleados que se desempeñan en la Línea B como taquilleras, conductores, jefes de estación, reguladores, inspectores y personal de seguridad prevalecen ideas encontradas sobre a quién obedecer: a la empresa, que les pide que cumplan con sus jornadas de trabajo, o al sindicato, que les demanda apoyen el paro.
Según versiones de trabajadores, quienes por temor a represalias pidieron omitir sus nombres, "algunas de las plazas de la Línea B fueron negociadas con el sindicato, por ello son sus incondicionales".
"Los puestos del Metro sólo se otorgan a familiares o grandes amigos", afirman.
Los empleados entrevistados manifestaron que pocos son los sindicalizados que apoyan las acciones de los líderes, pero como son muchos años de funcionar así, "es difícil cambiar las cosas, siempre están por delante las prestaciones que tenemos y el trabajo, por ello no podemos arriesgarnos a perderlos". JOSEFINA QUINTERO M.