LOS SIGNOS DE LA VIOLENCIA
Ayer, las más altas autoridades del Ejecutivo --el
presidente Vicente Fox, el secretario de Gobernación, Santiago Creel,
y el secretario de Seguridad Pública, Alejandro Gertz Manero-- alertaron,
en declaraciones por separado, sobre el desarrollo de una reacción
violenta de las mafias del narcotráfico ante las medidas y planes
del actual gobierno contra la delincuencia organizada, y externaron el
propósito de redoblar e intensificar la persecución y el
acoso a los criminales.
Los señalamientos referidos tienen como telón
de fondo, por una parte, la reciente fuga del narcotraficante Joaquín
Guzmán Loera, El Chapo, del penal de seguridad de Puente Grande,
Jalisco, y, por la otra, los violentos atentados perpetrados en días
recientes y que han alarmado e indignado a la ciudadanía: el ataque
sufrido por el gobernador de Chihuahua, Patricio Martínez, el cruento
asesinato de un matrimonio en lo que parece haber sido un caso de parricidio
y el envío criminal de dos "regalos-bomba" a distintos hogares y
que dejaron, en conjunto, un saldo de un niño muerto, dos heridos
de gravedad y una mujer con lesiones de mediana importancia.
Ciertamente, los hechos referidos no parecen guardar relación
entre sí, de no ser porque, tomados en conjunto, se traducen en
un incremento de actos delictivos aparatosos. El único de esos sucesos
que parece claramente vinculado al narcotráfico es la evasión
de Guzmán Loera, en la que resultan inocultables las complicidades
de un número indeterminado de servidores públicos que aún
deben ser identificados con precisión e imputarles cargos penales.
En el caso del gobernador Martínez no está claro si su agresora
--una ex policía judicial-- actuó por cuenta propia o si
sus aparentes trastornos mentales pudieron ser aprovechados por instancias
criminales no identificadas. En los casos restantes parece presentarse
una mera escalada de extremada violencia civil, aislada y difusa, pero
no por ello menos preocupante.
Un factor posible de esta sucesión de crímenes,
adicional al referido por las autoridades, podría ser el trance
de reorganización, recomposición y saneamiento en que se
encuentran las instituciones responsables de la procuración de justicia
y seguridad pública, tanto en el ámbito federal como en el
capitalino. Esa circunstancia podría ser tomada, por delincuentes
aislados o por mafias organizadas, como signo de relajamiento y pérdida
de control.
En otro sentido, diversos ejemplos del extranjero ?el
de Colombia es casi proverbial? muestran que el incremento de actividad
de las mafias de la droga se refleja, tarde o temprano, en una contaminación
de violencia a amplios sectores de la sociedad. El cuestionamiento del
estado de derecho, la proliferación de armas ilegales y de dineros
mal habidos, entre otros factores, dan por resultado sociedades más
proclives al delito.
En lo inmediato, resulta urgente acelerar la moralización,
la depuración y la restructuración de las corporaciones policiales
--tanto las de procuración de justicia como las encargadas de la
seguridad pública--, así como ahondar el combate a la corrupción,
la cual constituye el más fértil caldo de cultivo para el
crimen organizado. Pero es también necesario reforzar y extender,
en el ámbito educativo, la tarea de inculcar valores cívicos
y morales fundamentales que son, a fin de cuentas, el más eficiente
instrumento de prevención contra la delincuencia. |