Cartel desairado
Leonardo Páez
CRIAR, COMPRAR, anunciar, aprobar, torear y aplaudir novillos por toros, ha traído como consecuencia identificar la lidia de reses bravas con la diversión, no con la emoción. Asimismo, suponer que el otorgamiento aldeano de orejas atrae a más gente. Y, en el colmo de la equivocación deliberada, sustituir con kilos la falta de trapío sin que el toro alcance la edad reglamentaria, cuando históricamente en México no requiere más de 480 kilos de peso.
¿EL RESULTADO de esta visión extraviada de lo que implica el espectáculo taurino? Que en el país, salvo confirmadoras excepciones, las plazas estén semi vacías, precisamente porque los públicos ahora son aficionados a la diversión taurina y a dos o tres apellidos, no a la fiesta de toros.
Y COMO los empresarios profesionales ?los que dicen arriesgar su dinero para "hacer fiesta", que se sueñan depositarios de una tradición mexicana con 475 años el próximo junio, y que por invertir dos pesos en el deteriorado espectáculo suponen que les pertenece? en las últimas décadas no han podido ofrecer nuevos productos toreros con capacidad de convocatoria, sus logros se reducen a utilidades extra taurinas y a haber sacado al público de las plazas.
OBVIO, LA gente quizá no sabe de toros, pero sí en qué gastar su dinero. Si aquí ya no hay ni toros ni toreros que emocionen, el espectáculo taurino se reduce entonces a ver ocasionalmente a los españoles Juli, Pablo Hermoso de Mendoza y Ponce, con lo que salga por toriles.
ESOS HAN sido los resultados de la autorregulación a cargo de los que pretenden saber de esto, y gracias a la discrecionalidad de unas autoridades que hasta ahora no han mostrado mayor interés en preservar una tradición que se escurre entre las manos.
PRUEBA DE lo anterior es que cuando por fin la empresa de la Plaza México atinó a ofrecer una combinación interesante de toreros, si bien excesiva ?cuatro diestros?, el público sencillamente la ignoró, registrando el coso apenas un cuarto de entrada en la decimocuarta corrida.
COMO EN la cuarteta no estaba ninguno de los llena plazas citados, el espectador se abstuvo de pasar tres horas y cuarto atestiguando la sólida tauromaquia de Mariano Ramos y Rafael Ortega ?mismos que a la empresa le encanta poner juntos, ya por convicción, ya por órdenes de los que figuran?, así como la de los españoles Manuel Caballero y Eugenio de Mora, ante un gordo y complicado encierro de Teófilo Gómez, que no divirtió, sino que por su dificultad emocionó a la escasa concurrencia.
EN SU aparente buena intención, el empresario llevó la penitencia, y a lo sumo quemó los cartuchos de cuatro triunfadores del deslavado serial, que ni remotamente merecían tan despiadada oportunidad. Con su ausencia, el público juzga, aunque los que dicen que saben no vean ni oigan.