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México, D.F. sábado 27 de enero de 2001
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Editorial

LOS MEROLICOS DE DAVOS

SOLMientras la policía suiza baja de los trenes, al azar, a los "portadores de caras" (es decir, a los jóvenes barbudos o cabelludos y sin corbata y, por lo tanto, sospechosos de no ser conservadores), en la tribuna de Davos disputan un raro concurso los oradores de los países, las trasnacionales y las organizaciones que --como el Banco Mundial-- ejercen la llamada "gobernancia" mundial (horrible neologismo pero aun más atroz semirrealidad). Es verdad que, en política, "sólo un idiota cree en las palabras", pero en el caso de que todavía alguien cometa esa ingenuidad, al escuchar los discursos oficiales llegaría a la conclusión de que en Davos se está realizando un cónclave de socialistas y "globalifóbicos" que se distancian lo más posible de la política real del capital financiero internacional. 

Los elogios del presidente suizo, por ejemplo, a Carlos Marx o las exhortaciones oficiales a combatir la pobreza que las instituciones y trasnacionales allí presentes provocan y promueven por intermedio de los gobiernos "globalifílicos", son un ejemplo resplandeciente del doble discurso de orwelliana memoria, o "neolingua", donde lo que se dice no tiene nada que ver con el significado real de las plabras y menos aun con la intención de quien habla. Al mismo tiempo, son un ejemplo de manual de la utilización de la hipocresía con el apoyo de los medios masivos de comunicación, combinando los instrumentos religiosos de dominación secular (que hablaban de caridad para mantener en calma a las víctimas de los señores de vidas y haciendas) con los métodos del experto nazi en comunicación, Goebbels, quien sostenía que una mentira puede llegar a ser creída si se le repite constantemente. 

Los banqueros aparecen así preocupados por la pobreza mundial, y los gobiernos por los efectos sociales de la política del Fondo Monetario Internacional que aplican al pie de la letra, y tanto unos como otros gorjean hermosas palabras sobre la solidaridad en el mismo momento en que, como en Francia (que no tiene, sin embargo, uno de los gobiernos más conservadores), se intenta alargar la edad para las jubilaciones y regalar a las compañías de seguros los ahorros de toda la vida de los trabajadores ancianos. 

Los discursos de quienes condenan, en las palabras, las políticas que aplican y fomentan, y que son el resultado de la filosofía sobre la primacía absoluta del mercado y de las ganancias por sobre todas las demás consideraciones, reflejan, además, una conciencia aguda sobre la impopularidad de su línea económica-social y el temor al crecimiento de las protestas mundiales contra la misma. En ese sentido, la veleta de los discursos parece marcar una gran sensibilidad ante los nuevos vientos que soplan o soplarán, sobre todo en el caso de que el crecimiento cero de la economía estadunidense provoque reacciones sociales en los países industrializados y, particularmente, en los emergentes. Muchos se curan entonces en salud, otros toman distancia de sus mentores y miran hacia otro lado, diciendo "yo no tengo nada que ver con esta política abominable" mientras siguen ejecutándola, otros, por último, buscan la cuadratura del círculo, o sea mantener una opción neoliberal pero sin pobreza, sin desocupación, con menores desigualdades sociales y hasta con democracia. La confusión reina en Davos, pero eso no es nada positivo.
 
 

 

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