DOMINGO Ť 28 Ť ENERO Ť 2001
Adolfo Gilly
República y oposición
Mientras imperó el régimen de partido de Estado, era prácticamente imposible para una organización política definirse en términos de oposición republicana. Una de las características de esos regímenes políticos es que tal espacio no existe en su interior.
Bajo el régimen del PRI existieron tres tipos de partidos:
a) Los paleros (el ejemplo más excelso, el PPS)
b) El partido cómplice y contrapeso del régimen (el PAN)
c) La izquierda opositora (PCM, PMS, PRT, OIR y otros), que algunos llaman "testimonial", pero que desde su lugar de minoría pequeña llevó y organizó luchas y acciones mucho más importantes e incisivas que el simplemente "dar testimonio". Existieron también gajos desprendidos de esa izquierda, atraídos una y otra vez a la órbita del partido de Estado.
La ruptura cardenista en 1987-1988, con la cual convergió después una buena parte de aquella izquierda opositora, abrió la primera gran brecha al desgajar del régimen a un enorme sector de sus apoyos populares. Fue la primera y única izquierda del PRI que, en lugar de funcionar como absorbente de protestas y descontentos y como puente entre la izquierda opositora y el régimen, decidió organizarse como polo externo de masas para disputar la hegemonía y el poder al mismo régimen.
De aquella convergencia nació el PRD. Sus dos grandes banderas fueron destruir el régimen político de partido de Estado y revitalizar la función o la vocación social de ese Estado. Esas dos banderas cuajaron en su lema: "Democracia ya (régimen político), patria para todos (Estado social)".
No hay que olvidar nunca que si el régimen político pudo persistir dos sexenios más contra esta insurgencia del pueblo desde su izquierda, fue a costa de un golpe de Estado técnico (la imposición de Carlos Salinas como presidente) y un golpe de Palacio (el asesinato de Colosio, que colocó a Zedillo como heredero de la Presidencia); y gracias a la colaboración invariable del PAN en cada momento crítico (quema de las actas, modificaciones constitucionales de Salinas, elección de 1994, Lozano Gracia, Fobaproa: la lista es larga y tupida).
No hay que olvidar tampoco que la primera gran brecha material fue arrebatar al PRI la capital de la República con la elección de Cárdenas en 1997, y con ella su gran caja negra de recursos materiales y humanos para sus fraudes y sus manejes.
Pero al mismo tiempo, con Carlos Salinas tomó el mando efectivo de la nación el capital financiero y el sector empresarial que lo representa. Ese mando empresarial, además de alcanzar en dos sexenios (Salinas y Zedillo) una fantástica concentración de dinero y de poder, diseñó y promovió las reformas "neoliberales" con las cuales ambos presidentes terminaron de consolidar el cambio en la distribución de la propiedad y del ingreso en el país.
Esta nueva concentración de la riqueza y el poder, más la fragmentación de las organizaciones populares ante el crecimiento de la pobreza, el desempleo y la informalidad, contribuyeron a volver obsoleto e innecesario para el capital financiero al arcaico régimen del PRI, bajo el cual ese capital creció y se hizo adulto.
Para las cúpulas empresariales era ya hora de mandar en persona, no a través de la costosa y corrupta burocracia priísta. Vicente Fox es el representante de ese mando empresarial. Suele reconocerlo con orgullo cuando habla de sus criterios de gobierno. Por supuesto, su triunfo electoral no es producto de una conspiración de gerentes, sino de haber obtenido una votación mayoritaria presentándose como la alternativa positiva al PRI. También obtuvo mayoría el gobierno de Aznar en España. Eso no quita lo que ambos representan.
Estamos hoy ante un régimen político en tren de recobrar atributos republicanos. Depende esto no sólo del gobierno, sino sobre todo de la capacidad de la oposición para actuar como tal y no como "presionadora" subordinada al poder presidencial.
Pero estamos también ante el gobierno más reaccionario que haya tenido México desde la República Restaurada, y al decir esto no me olvido de Carlos Salinas ni de Porfirio Díaz. Puede parecer esto una exageración polémica. No. No estoy diciendo que Fox sea don Porfirio. Digo que cada gobierno se mide, no con relación a sus antecesores históricos, sino con relación a su propia época.
En relación con lo que en estos días sucede en el mundo, Fox representa en México los intereses y la política de la gran onda de derecha moderna desintegradora de los derechos sociales, propulsora de la desregulación universal de inversiones y tráficos, y generadora de la insoportable miseria y la insolente riqueza que crecen hoy en el planeta. En este plano Fox continúa a Zedillo (y no lo niega), aunque se haya desmoronado el poder carcomido del Revolucionario Institucional.
La tarea de la democracia no es presionar a ese gobierno. Es construir en la sociedad una fuerza de oposición, partidaria y no partidaria, definida ante cada cuestión de la vida nacional. Si se quiere construir una oposición no se puede formar parte del gobierno: es la más elemental regla republicana. No se puede, tampoco, aprobar por unanimidad un presupuesto que incluye un crecido gasto militar cuando esa oposición se declara en contra del despliegue del ejército en el interior del país.
Es necesario, en cambio, plantear y abanderar temas esenciales: por ejemplo, radio, televisión, comunicación y democracia; Tratado de Libre Comercio e integridad del territorio nacional; derechos indígenas, como paradigma hoy y aquí de todos los derechos; de- rechos sociales; derechos de las mujeres; derecho de libre decisión en la vi- da privada; caída salarial, trabajo informal, libertad sindical; organización del trabajo e ingresos; educación, salud, vejez.
Abanderar no es limitarse a llevar los temas discursivos a los espacios legislativos. En la República, una oposición partidaria y social contribuye a organizar en la sociedad la disputa por esos objetivos, no a presionar al gobierno para que los asuma.
Contribuye, en otras palabras, a organizar en los espacios sociales, antes que en los institucionales, la relación de fuerzas y la autonomía indispensable para enfrentar la política antipopular de un gobierno de empresarios y de ricos. Esto quiere decir construir en el pueblo y en la acción la confianza en las propias fuerzas, antes que la confianza del pueblo en los dirigentes de la oposición. Si aquélla existe, esta vendrá. Pero no al contrario.
Entre las grandes ventajas de la caída definitiva del régimen del PRI, está la de que se haya acabado la interminable confusión del Estado corporativo. Por fin, aunque todavía muchos no la registren, está pintada la raya social que en toda República existe. Ellos son ellos, y nosotros, nosotros. No tratar de confundir esa raya es el primer requisito para ser oposición, defender nuestros derechos y preparar lo que después haya de ser. Es cuestión de claridad, tiempo y paciencia.