Vulnerabilidad y riesgo son dos variables cuya acumulación
ha dado lugar a un incremento en la ocurrencia de desastres a lo largo
de la historia. Los ejemplos se multiplican, particularmente en el caso
de los asociados con amenazas de origen natural, entre las cuales pueden
encontrarse los sismos, las sequías, las inundaciones, las erupciones
volcánicas o las heladas.
Los desastres deben concebirse como procesos que son fruto de condiciones críticas preexistentes en las que se presentan dichas amenazas naturales. La magnitud del riesgo y de las vulnerabilidades sociales, cuturales y económicas acumuladas, asociadas con la presencia de una amenaza severa, es lo que da como resultado desastres reales. Debemos, por tanto, evitar confundir las amenazas naturales con los desastres, pues no son de ninguna manera sinónimos, y evitar también el uso de nociones equívocas y erráticas como la de "desastre natural".
Los desastres, como procesos en sí mismos, son sujetos ineludibles de ser estudiados desde una perspectiva histórica. En México, contamos con registros escritos sobre estos procesos que se remontan a la época prehispánica. La ocurrencia de desastres, es decir, la asociación entre estas amenazas y determinadas condiciones de vulnerabilidad y riesgo, se encuentra ricamente documentada en particular a partir de la invasión española. La abundante información nos permite analizar los desastres ocurridos desde tiempos remotos.
Lo que resulta verdaderamente interesante es que, con este material, es posible llevar a cabo comparaciones aleccionadoras. Demuestran que si los desastres se han vuelto más frecuentes con el paso del tiempo, ello no es resultado de una mayor frecuencia y magnitud de las amenazas naturales sino, más bien, de que con el paso del tiempo las comunidades, las sociedades, los países han estado expuestos de manera creciente al riesgo a partir de la acumulación de vulnerabilidades.
Algunos ejemplos sobre sismos ocurridos en el valle de México, fruto del análisis diacrónico y comparativo a lo largo de varios cientos de años, dan cuenta de que, efectivamente, los temblores por sí mismos no siempre han sido responsables de la ocurrencia de desastres.
El sismo del 8 de marzo de 1800 que, siguiendo la costumbre de bautizarlos de acuerdo al santoral correspondiente, fue denominado de San Juan de Dios, tuvo serias repercusiones en la Ciudad de México. Los informes rendidos por los alcaldes de cuartel y la Junta de Policía, junto con los arquitectos nombrados para tal efecto, señalaron con detalle los daños resentidos en una ciudad que contaba con más de 130 mil habitantes. Los barrios de población indígena se reportaron como los más afectados. Sin embargo, no se cita una sola defunción.
El 7 de abril de 1845, con una réplica tres días después, ocurrió el conocido como el temblor de Santa Teresa ?en este caso, no por corresponder al santoral sino porque se cayó la cúpula de la capilla del Señor de Santa Teresa la Antigua?. Este sismo ha sido identificado por los especialistas como de tal magnitud que puede compararse con el del 19 de septiembre de 1985. Los reconocimientos de los daños que llevaron a cabo especialmente los alcaldes de cuartel se hicieron calle por calle y casa por casa de la Ciudad de México, que contaba por entonces con unos 240 mil habitantes. Reportaron grietas en las calles y plazas, acueductos rotos, cuarteaduras múltiples y desplomes de casas.
De nuevo se menciona que los más afectados fueron los "pobres o infelices", residentes mayoritariamente en los denominados "barrios", cuyas casas "desde antes del temblor, estaban en mal estado; algunas, porque llevaban mucho tiempo de construidas y no habían sido reparadas y, otras, por haber sido levantadas por personas que ignoraban las nociones de la arquitectura y desconocían las reglas del arte." A pesar de todo lo anterior, los reportes sólo informan tener noticia de 17 personas entre lastimadas y muertas.
El 19 de junio de 1858 se presentó el temblor de Santa Juliana, que dañó una buena cantidad de construcciones y edificios civiles, eclesiásticos y particulares en la ciudad. Su magnitud se estimó superior a la del 8 de marzo de 1800 y menor a la del 7 de abril de 1845. Los registros mencionan que se recogieron 19 cadáveres en toda la ciudad. Hubo daños severos en construcciones diversas, particularmente entre la población de menores recursos. Sin embargo, las defunciones no alcanzan, en los casos en que se dieron, la veintena.
En 1985, murieron (según los cálculos más conservadores, que son los oficiales) alrededor de seis mil personas en una ciudad de... millones de habitantes. Aun haciendo cálculos relativos, la proporción resulta brutal.
La historia demuestra que los desastres no son solamente naturales.