miercoles Ť31Ť enero Ť 2001

Arnoldo Kraus

En torno a la empatía

Ludwig Wittgeinstein tenía razón, por supuesto, cuando afirmaba: "los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo". Esa realidad no sólo implica la capacidad de expresión que proviene del conocimiento y del estudio, sino, sobre todo en estos tiempos, del peso y la utilidad que se le otorga a determinados valores "viejos", que tienen que confrontarse con nuevos valores. La "pérdida del lenguaje" implica el olvido o la merma de costumbres. El mundo avasallador de la tecnología y la vigencia de la globalización obligan al ser humano a actuar en concierto con esos "valores, necesidades", y desplazan aquellas condiciones que por ser impalpables --ética, empatía, filosofía, alteridad-- parecen inútiles.

En el futuro habrá que analizar si existe o no la posibilidad de que los faxes sean empáticos, de que los horarios de algunos países --México, entre ellos-- no se modifiquen tan sólo para ser más cercanos al Dow Jones, o de que naturaleza y ser humano se reconcilien con tantos desastres ecológicos producidos intencional o inadvertidamente. Los límites del mundo tecnológico son la ausencia de límites. En cambio, en el ser humano, los lindes de su mundo interno ya no están determinados motu proprio, sino por las fuerzas del mercado, de la moda, de los tiempos. La rapidez de la vida ha excluido del lenguaje común la palabra empatía.

La empatía es una vivencia en cuyos campos han abundado filósofos, psiquiatras, médicos y críticos de arte. Las definiciones y atributos que se adjudican "a ese modo de sentir o de ser" son múltiples. La sensación que las personas u objetos despiertan en nosotros como proyección de nuestros propios sentimientos y pensamientos o, sucintamente, sentir lo ajeno como propio, son acepciones que denotan el campo de la empatía. Para algunos este ejercicio va más allá y debería entenderse como el "yo y tú" que se transforma en "yo soy tú" o, al menos, "yo podría ser tú". Esos conceptos establecen que el universo de la empatía es muy amplio, pues lidia con todos los quehaceres de la cotidianidad y, por supuesto, con el ser humano como eje central.

Aunque la empatía debería ser competencia de todos y parte del lenguaje común, sería deseable que la mirada médica estuviese imbuida de esa filosofía. No quiero decir con esto que los médicos deben, por necesidad, ser empáticos, pero no dudo que ese atributo distingue a la profesión. Esta idea encierra muchos vericuetos, uno de ellos fundamental: Ƒpuede enseñarse o no la empatía? O bien, Ƒes una cualidad transferible? La experiencia demuestra que esta "filosofía" es intrínseca o no al ser humano, que ejercerla implica conocer y, quizá, "haberla vivido". Es obvio también que discutir y plantear problemas relacionados con ella es deseable. Lamentablemente, no existen escuelas médicas en donde esta materia se imparta, y ni siquiera espacios en donde se fomenten las características terapéuticas de la escucha --rasgo inicial de la empatía--, cuyo ejercicio per se suele ser, en la mayoría de los enfermos, mucho más curativa que la parafernalia tecnológica.

El ascenso y la fascinación por las moléculas amenaza cada vez más el ejercicio sano de la medicina y sepulta la magia de la empatía, pues el interés de los jóvenes se centra más en el glamour de lo nuevo que en el poder de la voz. Bajo esa influencia suele pensarse en enfermedades y no en pacientes.

Ser empático requiere tiempo y paciencia, pues entender el discurso de la enfermedad implica comprender, primero, los rincones del cuerpo --incluyo el alma-- y después, o al unísono, los daños que produce la patología. El problema es harto intrincado, pues disponer de tiempo no es una virtud de estas épocas.

La empatía tiene otras caras. Puede alimentarse desde varios ángulos, cuyo común denominador es sensibilidad e inteligencia y cuyos atributos no tienen que ver con "la ciencia dura". Quien escucha tiene la obligación de oír, interpretar y ver a través del discurso y de las palabras del enfermo. Debe también saber leer entre líneas y construir un escenario que separe "lo real" de "lo irreal", lo científicamente demostrable de lo no demostrable. Perforar o dibujar un ámbito diagnóstico tan preciso como sea posible, a partir de la reflexión que hace el paciente de su situación es, también, atributo de la escucha. Samuel Becket hablaba de "horadar agujeros en el lenguaje para ver u oír lo que se oculta detrás". La conversación, la escucha y la empatía son continuos y vías insustituibles para entender los discursos de la enfermedad. Entre "los límites del lenguaje" y el arte de "horadar agujeros" transitan el "yo soy tú" y la incontenible carga de la modernidad.