miercoles Ť31Ť enero Ť 2001
José del Val
ƑEl consenso de los timoratos o el petate de los duros?
La dudosa especie que señala a los duros como responsables de los irritantes titubeos y contradicciones en que ha caído la voluntad política presidencial para encarar la solución a la guerra de Chiapas, se impone peligrosamente como explicación entre nosotros.
Hemos visto cómo se ha logrado desviar la atención pública hacia las bravuconadas de unos cuantos barones de la reacción nacional, dando por supuesto que son la punta del iceberg de un poderoso cártel político, poseedor de una decisiva influencia en la voluntad presidencial.
Que tales argumentos sigan logrando el consenso de analistas y políticos profesionales no hace más que constatar la terca persistencia del maniqueísmo en nuestra cultura política.
Veamos: las decisiones iniciales del presidente Vicente Fox encontraron respuesta inmediata y respetuosa de los zapatistas, quienes exigieron la satisfacción de tres sensatas medidas como condición para retomar el diálogo, lo que mostró su convicción en las soluciones políticas y así anunciaron su decisión de acudir al centro del Congreso de la Unión a abogar por la iniciativa de la Cocopa. Al bote pronto, Fox afirmó que sus demandas eran "atendibles" y dio instrucciones para cumplirlas.
Hasta ahí las cosas parecían claras: las decisiones iniciales de Fox y su respuesta inmediata y afirmativa a cumplir con las condiciones demandadas por los zapatistas mostraban comprensión de su responsabilidad de Estado en la reconstrucción de la confianza, a través de medidas y acciones unilaterales.
Cualquier análisis que se haga de las exigencias zapatistas muestra que su cumplimiento cabal no otorga ventaja militar alguna para el EZLN ni modifica la correlación de fuerzas en el conflicto; las moderadas peticiones zapatistas suponen apenas un leve aflojamiento del sofocante acoso militar y jurídico zedillista.
En unos cuantos días, el Ejecutivo y los zapatistas habían trazado el camino hacia el diálogo; sin embargo, y ahora lo podemos ver, las comisiones y estructuras políticas responsables de convertir en hechos tales posibilidades, y los mismos grupos que habían trabajado para que esto sucediera, no estaban preparados.
La Cocopa no se había constituido, los encargados de la negociación ni oficinas tenían, y tampoco se había instalado el gabinete gubernamental de discusión de Chiapas; por oficinas y pasillos vagaba el fantasma de El Tigre de Santa Julia.
Sin la menor duda, las personas que integran estos grupos y comisiones habían dado muestras de voluntad conciliadora y comprensión de la inaceptable situación de los pueblos indios, de la que había derivado una inocultable simpatía con su causa.
Sin embargo, el respeto que como individuos se han ganado y nos merecen no debe ser obstáculo para señalar su responsabilidad directa en lo que está sucediendo.
Hoy es evidente que la velocidad de los acontecimientos los desbordó, mostrando que ni esperaban, hoy, ni estaban preparados, ya, para manejar una respuesta de los zapatistas.
Obligados a reaccionar con rapidez y crecer a la altura de los retos, algo sucedió que les hizo extraviar el camino.
Del impulso alegre y generoso que los habitaba en la campaña y el triunfo se hundieron en una sombría y cautelosa inseguridad, guiados por los consejos del temor y la incertidumbre, y transitando por los sinuosos senderos de la desconfianza.
Y al más puro estilo de simulación priísta, disfrazando sus temores con los ropajes de sensatas ponderaciones y dudas razonables en torno a "las verdaderas intenciones del EZLN" los han diseminado sigilosamente por todos los círculos de decisión para resembrar y cultivar, šotra vez!, la desconfianza en los indios.
No se vale: es ética y políticamente inaceptable que, en vez de recapacitar en sus errores con entereza autocrítica, opten por inocular desconfianza y desánimo en la sociedad poniendo en riesgo el propio diálogo.
La prueba de su mala conciencia ha sido la penosa estratagema con la que intentan ocultar las huellas de su autoría en el cambio de estrategia, reintroduciendo subrepticiamente jesuíticas exigencias de "señales" de reciprocidad al EZLN y usando como coartada a los inefables duros, de los que susurran, sugieren, o los señalan abiertamente como responsables.
Sólo la vieja y conocida política del miedo puede explicar que intempestivamente se aborte, a mitad de camino, una estrategia universalmente aplaudida y a todas luces prometedora.
Que nadie se engañe, a nuestra transición le estorban los miedos ocultos y peor le resultarán los profetas. Nada podrán las murallitas del "consenso de los timoratos" frente a la caudalosa voluntad democrática ciudadana.