JUEVES Ť 1Ɔ Ť FEBRERO Ť 2001
Jean Meyer
La mujer y Dios
Con ese título, el historiador Pierre Chaunu acaba de publicar en la revista Commentaire (otoño 2000) una hermosa reflexión sobre tres... millones de años. Relaciona mujer y religión (o sagrado, palabra más neutral) desde la invención del fuego, del fogón, del hogar: entre los cazadores-recolectores, la mujer se queda más tiempo cerca del fuego (hogar), "lugar privilegiado, propicio a la evocación de los recuerdos, recuerdos de los muertos cuya imagen baila en la alta llama. La mujer que se mantiene cerca del hogar recibe una carga extra de sagrado". Algunos afirman que la religión fue primero cosa de mujeres (para el presidente Plutarco Elías Calles era exclusivamente cosa de mujeres y de viejitos), de la misma manera que en los sistemas familiares, el matrilinear precede y por mucho el patrilinear.
La biología tiene que ver con esas dos anterioridades de la misma manera que da muchas ventajas a la mujer: elevación menor de la presión arterial por esfuerzo físico equivalente, aptitud mayor a eliminar los excesos alimentarios, mayor flexibilidad cardiaca, menos hierro en la sangre (gracias a las reglas) lo que preserva las arterias, doble cromosoma XX superior al XY masculino, pobre en in-formación inmunitaria. Hasta me dicen que las mujeres usan mejor su cerebro derecho que el hombre, sin ninguna inferioridad del izquierdo.
La historia bíblica de los patriarcas subraya el papel capital de la mujer, Sara, Rebeca, Raquel, por más que eso no se proyecta en las costumbres de ese Medio Oriente, cuna de nuestro judeo-cristianismo: "Mil años le fueron necesarios a la Iglesia latina para casar las campesinas como patricias y un siglo más para intentar casar a las reinas como campesinas".
El protestante Chaunu subraya cómo, al lado de la pesada y bastante maniquea culpabilización de San Agustín (en cuanto a la mujer, en cuanto al sexo), es notable la inteligencia de Santo Tomás de Aquino, quien sugiere que "como la mujer es más púdica que el hombre, le toca a éste leer el deseo no manifestado de su compañera para satisfacerlo". Nos encontramos a 100 mil kilómetros del cristianismo puritano y mórbido de los siglos posteriores.
Durante milenios, la relación entre hombre y mujer ha sido determinada por la relación muscular (fuerza superior del primero) y la carga desigual del niño (a expensas de la segunda). Por eso en las escrituras, en los evangelios, esa insistencia en hacer pasar la mujer primero, como para desestabilizar la supremacía masculina tan cimentada en las culturas antiguas, sean asiáticas, semíticas o indoeuropeas. A partir de Cristo la cadena de transmisión es femenina: María (de Guadalupe o no), Marta y María, la samaritana, la primera en recibir la información de que ése es el Mesías, mujer también la primera en ver al resucitado. ƑY todo eso no tendría ninguna significación? Y el papel de las mujeres en la vida de las di-versas iglesias cristianas, papel que preocupaba tanto a los anticlericales que se equivocaron al ver en la mujer la víctima de una Iglesia que era suya y, sin quererlo, trabajaba su emancipación. Lean a Georges Duby y me entenderán.
Chaunu concluye: "Las mujeres apenas acaban de ocupar el lugar que les toca en el proceso de desarrollo, el reparto justo de las responsabilidades y de la innovación. Nada más natural y deseable. Los hombres --Ƒquién se quejará?-- van a perder el monopolio del hacer y del po-der. Mujeres, Ƒvan ustedes de aquí en adelante a querer lo suficiente a sus compañeros y a la aventura humana para que prosiga? El siglo XXI es suyo. ƑQuerrán ustedes bastante para perdonar y querer? Perdonar, es decir, dejar atrás viejos y siempre legítimos rencores. ƑSabrán us-tedes no imitarnos demasiado y conservar la medida?"