JUEVES Ť 1o. Ť FEBRERO Ť 2001

Olga Harmony

šAl agua, sirena!

No conozco la obra de Ingeborg Bachmann -escritora austriaca miembro del célebre Grupo 47, formado en la posguerra- por lo que no puedo juzgar los méritos de esta adaptación a su Anda, ondina hecha por Claudia Mader y Rubén Ortiz. Me limitaré, como el resto de los espectadores, a lo que se me brinda en escena. El monoespectáculo, actuado por Claudia Mader y dirigido por Rubén Ortiz, se divide en varias partes sin rupturas escénicas entre una y otra.

En la primera, muda, la actriz mima la conversión de una sirena en mujer, el abandono de la cola, el corte para tener piernas. El velo que cubre el rostro de Mader me hace pensar en las fotografías de los espectáculos de mima de Etienne Decroux en el libro recientemente publicado por El Milagro. Pero lo que veo es más bien pobre. Pasos de danza con las piernas ligadas de la actriz, antes de romper la ligadura y símbolos más bien preocupantes de lo que puede ser la feminidad. Si al principio la sirena se encuentra temerosa y titubeante, después camina con arrogancia, como modelo, totalmente Palacio. Luego, un cepillo para barrer, con el que realiza varios ejercicios, completa esa primera imagen del ser mujer: frivolidad en el paso y tareas domésticas. Ignoro si es el sentido de la propuesta, pero es lo que proyecta.

Luego, ya parlante, su discurso va y viene de la sirena que atrapa a sus oyentes, a la ondina enamorada del caballero Juan. No repite la vieja fábula de Andersen recogida teatralmente por Pushkin y Giraudoux, porque esta vez es ella la que abandona -así evita lágrimas y sufrimientos- y no la abandonada. La parte de la sirena es la más interesante, porque repite el peligro del canto de la sirena en la Odisea, que es el del conocimiento, temor de las culturas judeocristianas y en el que aquí se hace hincapié. Pero en medio de estos giros, la sirena-ondina-ninfa se dirige a los hombres, únicamente a la parte masculina de la humanidad en un gastado discurso feminista (Ingeborg Bachmann murió en los años setenta) en que los acusa de estar ocupados en periódicos, política y en la Bolsa, mientras sus mujeres e hijos vegetan; si hacen que sus mujeres trabajen, es para ampliar sus perspectivas burguesas de un sólido futuro. Muy aparte del tenor clasista del discurso, borra de un plumazo la participación activa de las mujeres en la vida social y política y la afirmación del trabajo como derecho y vocación.

Tan extraño discurso tiene una muy pobre réplica escénica. Aprovechando la arena que cubre el escenario como parte del espectáculo principal en el teatro El Galeón, el público es acomodado en sillas en el escenario, a ambos lados de un largo pasillo compuesto por tablas que sugiere un muelle. La actriz jugará interminablemente con mallas de diferentes colores, que en un principio son adorno y cabellera y que después se pone y se quita, como un monótono recurso -que irá dando las transformaciones de su discurso- muy elemental y poco elegante, por debajo de trabajos que se le conocen al joven y serio director Rubén Ortiz. Claudia Mader no es una mala actriz, pero su fuerte acento en español -que con buena intención nos haría pensar en una sirenita varada entre nosotros- impide que muchas de sus transiciones se den a plenitud.

Como muchos ejercicios unipersonales, éste nace del interés y el tesón de una actriz, pero poco añade a la elaboración de nuevos lenguajes escénicos.