JUEVES Ť 1o. Ť FEBRERO Ť 2001
Margo Glantz
El caos y sus rituales
Los dos últimos meses han sido gozosos, a pesar de todo, a pesar de los trastornos electorales en Tabasco y Yucatán; a pesar del recrudecimiento de posturas intolerantes por parte de algunos funcionarios públicos o de las declaraciones altisonantes de personajes pertenecientes a altas jerarquías eclesiásticas; a la evasión de célebres narcotraficantes de las cárceles de máxima seguridad; a la enconada y absurda disputa sobre la marcha zapatista armados y encapuchados y a la supuesta verdadera identidad del subcomandante; a la liberación masiva de presuntos culpables de un crimen monopolizado por una empresa televisiva nacional, en efecto, como si nuestro país pudiese entenderse y definirse como una versión nacional del Apocalipsis, versión anunciada a manera de parábola bíblica en un libro de Carlos Monsiváis, Catecismo para indios remisos, y continuada en otro libro formidable Los rituales del caos, en donde el Cataclismo Universal, es decir, la Destrucción Total de los hombres concebidos como un todo, los hombres enfrentados como conjunto multitudinario a una maldición que los alcanzará sin excepción alguna, el cataclismo impulsado por las fuerzas del Mal que aniquila la noción de forma, o le da origen a otra, informe, el caos que preside tanto el Principio como el Fin de los Tiempos, un concepto donde parecerían anularse las nociones mismas de Tiempo y de Espacio, no pareciera referirse a México, o por lo menos no totalmente.
En este libro Monsiváis conjuga la idea tradicional que pone en escena y en acción a grupos humanos numerosos, las muchedumbres, en tanto que reunión indiscriminada de multitudes; las crónicas incluidas en el libro reactivan la intención apocalíptica, pero alteran totalmente su signo puesto que convierten al caos en un acontecer gozoso, paródico, grotesco y en muchas ocasiones erótico; la gente que pone en escena el escritor se reúne para presenciar o participar en un espectáculo (un concierto, una procesión o una fiesta religiosa, nadar en un balneario popular repleto de gente, un concierto de música popular, una pelea de box), o para desplazarse en las calles o en el Metro, ejercer la función cívica y convertirse en ''sociedad civil" (el terremoto del 85), o para animar su conciencia política (las luchas ciudadanas del 2 de julio del año 2000).
En Los rituales del caos la carencia de espacio, la conglomeración, la falta de uniformidad se vuelve ''un auge de lo diverso" y trastorna el significado habitual de la palabra caos, en tanto que abolición del orden y las jerarquías, y sin embargo concebidos como placer vital, lo único verdaderamente positivo de la vida en común contemporánea, y en especial de la vida metropolitana, de la vida en la ciudad de México, lugar donde nos tocó vivir. Y esta conclusión pronunciada casi sin resuello y en forma de parábola bíblica al revés, redactada en buena y exaltada prosa configura los rituales del caos si se le da a éste el sentido de ''marejada del relajo y sueño de la trascendencia".
Aun en el terremoto, el pavor, la destrucción, el desorden, la muerte, hay una fuerza autónoma. La mirada de Monsiváis, épica y ética, sigue una tradición vigente en México desde el siglo XIX en autores como Manuel Payno o Guillermo Prieto a quien él tanto admira. Monsiváis juzga, aquilata y analiza las manifestaciones de un devenir histórico y descubre su increíble, eterna vitalidad. Cito unas palabras suyas, están al comienzo de este libro que comento:
''Visto desde afuera, el caos al que aluden estas crónicas se vincula básicamente (en su acepción tradicional, precientífica), a una de las caracterizaciones más constantes de la vida mexicana, la que señala su 'feroz desorden'. Si esto alguna vez fuera cierto ya ha dejado de serlo. Según creo, la descripción más justa de lo que ocurre equilibra la falta aparente de sentido con la imposición altanera de límites. Y en el caos se inicia el perfeccionamiento del orden."
Y estoy totalmente de acuerdo, en una sesión memorable en el Museo de Historia Natural, Ariel Guzik, inventor genial y herbolario sagaz, dibujante y gran jazzista, además de iridiólogo, me hizo escuchar los sonidos perfectamente organizados e iluminados del caos, la verdadera y perfecta armonía: vivir o caer en el caos es el signo anunciador de un nuevo advenimiento.