domingo Ť 4 Ť febrero Ť 2001
Guillermo Almeyra
José Juan Lungarzo, constructor de auroras
José Lungarzo, obrero metalúrgico argentino. Juan, en su larga vida partidaria y clandestina, murió de modo inesperado: le falló el corazón, justamente a él que tanto corazón tenía y que tanto valor había constantemente demostrado. A Juan, El Flaco, le tocó entrar y caer en este siglo, en un momento negro, tras haber participado en más de cincuenta años de luchas de su país y de su clase, para imponer la luz y alejar las tinieblas, como infatigable tejedor de ideas y organizaciones, como constructor incansable de las auroras futuras. Se fue, a los 75 años, calladamente, como los proletarios, cumplida su tarea, con lo que tenía: sus ropas gastadas y sus herramientas -las teóricas, con las que seguía reparando gente, construyendo utopías; y las materiales, con las que arreglaba los motores de los lujos ajenos.
Desaparece con él no sólo un amigo, uno en el que era inevitable pensar antes de adoptar una posición o una decisión difícil preguntándose: "Ƒqué haría Juan en este caso?", sino también uno de los mejores y más inteligentes productos de esa clase obrera argentina que se forjó en los años de la Década Infame, antes de la Segunda Guerra Mundial, que hizo posible las conquistas del peronismo y de la larga resistencia contra las sucesivas dictaduras "libertadoras" que siguieron a la fuga de Perón en 1955. Sindicalista simpatizante del Partido Comunista y uno de sus pilares en la fábrica más grande del ramo en la Argentina, rompió con aquél cuando él mismo se alió con los terratenientes, con el Partido Conservador, con la derecha liberal y con la embajada de Estados Unidos en la llamada Unión Democrática, y caracterizó a los obreros como "fascistas", porque seguían a un hasta entonces desconocido coronel (Juan Domingo Perón), que efectivamente se rodeaba de fascistas.
Comenzó entonces a militar en un grupo trotskista que ni seguía a Perón y trabajaba para él, considerándolo líder nacional, como hizo Jorge Abelardo Ramos, ni lo condenaba como "agente del imperialismo inglés" (Nahuel Moreno) o como mero "dictador". Su comprensión de la diferencia de clase que existía entre los obreros peronistas, por una parte, y Perón, por la otra, permitió a Juan, como a quienes aprendíamos a su lado, ser dirigentes sindicales democráticos de base y de masa, respetados y estimados, a pesar de las diferencias políticas irreconciliables con el peronismo.
Juan, por supuesto, era internacionalista. Enviado a Cuba en 1960 a ayudar a los trotskistas de la isla -que habían combatido en Sierra Maestra y en la lucha antibatistiana y eran militantes sindicales y de los Comités de Defensa de la Revolución- fue encarcelado junto con varios de esos revolucionarios cubanos. A su modo, el comandante Piñeiro, Barbarroja, jefe entonces de la contrainteligencia del régimen, le rindió un insólito homenaje al decirle: "Chico, tú que eres un revolucionario preparado, Ƒpor qué no te encargas de convencer a los contrarrevolucionarios que están contigo?". La respuesta fue obvia: "Si soy un revolucionario, al igual que mis compañeros, Ƒpor qué me encierran como contrarrevolucionario? Además, la mayoría de los que figuran como tales no lo son: son simplemente gente que formula críticas o que no acepta ser dirigida por los sectarios stalinistas que tanto daño le hacen a la Revolución Cubana".
Precisamente Juan quedó libre y fue enviado a Argentina como resultado de la lucha desencadenada posteriormente por Fidel Castro contra la llamada "microfracción stalinista", dirigida por Escalante, secretario de Organización del partido oficial cubano.
A partir de la actividad asesina de la Alianza Anticomunista Argentina, bajo el último gobierno peronista, y del golpe militar de 1976, Lungarzo mantuvo, con otros, un aparato clandestino, un diario, publicaciones y una actividad política y sindical destinada a organizar la resistencia popular y a preparar un futuro socialista.
Caída la dictadura, a diferencia de tantos que abandonaron sus ideas para entrar en el gobierno del Partido Radical, José Lungarzo se mantuvo lúcido y trabajó con dos revistas -Cuadernos del Sur, de Buenos Aires, y Viento del Sur, de México- y en la reanimación de los grupos socialistas con independencia de los gobiernos de turno y del Estado. Fue un cabal representante, entre los mejores, de la capacidad teórica, la inteligencia, la tenacidad, la sencillez, el desinterés, la pasión por las ideas, la riquísima humanidad, de un sector de la clase obrera argentina construida a partir de los militantes anarquistas, socialistas y comunistas de principios de siglo, forjada en el movimiento obrero de masas peronista, templada en la intransigencia y la flexibilidad del marxismo revolucionario. Está por eso muy vivo en nuestro recuerdo y algún día lo estará en el de todos.