domingo Ť 4 Ť febrero Ť 2001
Néstor de Buen
ƑEl final de la seguridad social?
El siglo XX fue el de las innovaciones sociales. Claro está que su antecesor, el XIX, estableció las bases de muchas maneras: revoluciones en Francia y Alemania, en 1848; la Comuna de París, en 1871, y la lucha de los socialdemócratas contra Bismarck, en 1880. Para amortiguar su derrota, el canciller de hierro les ofreció las cajas de seguros sociales, antecedente evidente de la institución social más importante del siglo XX.
La preocupación social se vincularía desde el principio a una sensibilidad expresada en el pensamiento de hombres ilustres: los utopistas, admirables en sus propósitos e ineficaces en sus soluciones; los marxistas, inventores del materialismo histórico; los anarquistas, violentos, negadores del Estado; los social demócratas, hoy buscando en los centros políticos el campo de sus realizaciones, por cierto que sin resultados espectaculares, y detrás de todo la Iglesia católica, que inicia su lento camino social con la encíclica Rerum Novarum de León XIII en mayo de 1891.
El final del siglo XIX propició el desarrollo del sindicalismo y el milagro de Querétaro fue punto de partida del constitucionalismo social, por cierto que en un país sin trabajadores. Trasplante de orígenes europeos, lo hicieron posible nuestros Flores Magón, Mújica y sus discípulos los jacobinos. El modelo mexicano volvió a Europa y apoyó la creación de la parte decimotercera del Tratado de Versalles, la Organización Internacional del Trabajo y la Constitución de Weimar, todo ello en 1919, y en 1931, la Constitución de la República española.
La Segunda Guerra Mundial aportó, gracias a Beveridge, la concepción de una seguridad social en la que el Estado, con contribuciones tripartitas, asumía la responsabilidad mayor. El beneficio, al calor de las ideas del Estado de bienestar, se extendió por el mundo.
Los seguros de invalidez, vejez y muerte; accidentes de trabajo; enfermedades y maternidad y, con el tiempo, los seguros de guarderías, dieron esperanza a los hombres y mujeres del trabajo y, al menos, ciertas posibilidades de que al final de su vida activa no fueran una carga para los demás.
La revolución petrolera que se inicia en 1973 generó la crisis del Estado de bienestar. Nada menos que Milton Friedman acusó a la seguridad social de ser la fuente de gastos inútiles. Las políticas thatcherianas se extendieron por el mundo y el Estado de bienestar cambió sus fines por los del Estado de malestar: crecimiento de la pobreza con el consecuente incremento de las necesidades de los servicios de la seguridad social y su respuesta disminuida.
Apareció en los ochenta la solución chilena de los fondos de retiro, que los transformó en cuentas individuales controladas por organismos privados. Con ello se perdieron los principios de solidaridad, universalidad, gestión tripartita e integralidad. Y con el mito de las cuentas personales, al final del camino, los fondos de pensiones se convirtieron en devoluciones disminuidas a los jubilados, en pagos diferidos o en pensiones vitalicias y de supervivencia, con la modalidad de que las compañías de seguros acaban por adueñarse de los capitales constitutivos.
Pero la seguridad social no sólo se ha transformado en ese capítulo fundamental. Hoy ni el IMSS ni el ISSSTE cuentan con los medios suficientes para dar la debida atención a los asegurados: al menos esa es la explicación. Faltan medicinas y las intervenciones quirúrgicas se difieren por meses. Y entre tanto, las clínicas y hospitales privados, convertidos por mandato legal en compañías de seguros, esperan pacientes las subrogaciones de servicios médicos que sustituirán a los mal prestados por los responsables de la seguridad social. ƑRelación no tan casual entre la insuficiencia de los servicios y la subrogación?
La insolvencia es el nuevo fantasma que recorre el mundo de la seguridad social, ISSSTE e IMSS en primer término. Entre tanto las guarderías exigen inversión privada y el fantasma de la privatización acaba con las esperanzas de la ya imposible recuperación económica de los prestadores de servicios de medicina social.
šUna lástima! La obra mejor del siglo XX está a punto de fallecer en los albores del XXI con gran beneplácito de sus herederos, los servicios privados. Y del Estado que, entre tanto disfruta para su uso particular, vía inversiones de las Siefores, de los antiguos recursos para fondos de pensiones. šBonito deudor!