DOMINGO Ť 4 Ť FEBRERO Ť 2001

MAR DE HISTORIAS

Tic tac

Ť Cristina Pacheco Ť

-Andaba nerviosa por lo que habías estado platicándonos y aparte era mi primera vez. Entonces, imagínate lo que pensé.

-Júrame que no me estás tomando el pelo.

-Ay, Mirna, Ƒno te acuerdas de que se los conté el día en que me puse cuete?

-No te creí. Pensé que eran jaladas de borracha. No te ofendas.

Elvira levanta los hombros. No puede culpar a Mirna de sus dudas. A ella también le resulta extraño hablar de una primera vez a estas alturas de su vida. La sorprende aún más haber pasado de espectadora a protagonista. Antes de este lunes, Elvira se acodaba sobre la mesa para escuchar el relato de lo vivido por sus compañeras y los comentarios de Mirna acerca de las noticias escandalosas. Los regalos-bomba le tomaron varias sesiones. En la última expresó sus temores:

-Imagínense que me peleo con Eduardo y él, dizque para que nos reconciliemos, me manda unos chocolates y me estallan. Me da mucho miedo. ƑA ustedes no?

La única que se mantuvo en silencio fue Elvira.

II

Elvira ignora los cuchicheos en su derredor y se concentra en su tarea: cubrir el gollete de las botellas con trozos de estaño. Ese papel le gusta aunque se parezca a los espejos. Los evita desde que era niña y su madrina le ordenaba, en Semana Santa, no mirarse en ellos: "La vanidad es pecado".

Una risita estremece a Elvira cuando recuerda que apenas el lunes pasado se atrevió a mirarse en el espejo del botiquín. Todavía no se explica por qué lo hizo, pero vuelve a sentir la impresión horrible que tuvo al verse reflejada. Lanzó un grito y se preguntó dónde había quedado su juventud. De aquella etapa de su vida no tenía ni siquiera la constancia de un retrato. Buscó en su memoria un indicio para saber cómo había sido antes.

No encontró nada. La asustó el futuro. Reconoció que su vida no carecía de sentido. La desolación de aquel momento desencadenó una serie de situaciones que la llevaron a vivir, cuando ya no tenía esperanzas, su primera vez. Elvira, complacida, vuelve a recordar lo que sucedió el lunes.

III

Aquel día el retraso en el trabajo la obligó a sacrificar la hora del almuerzo. Josefina le señaló el riesgo:

-Al rato te va a pegar la jaqueca.

Mirna fue más allá: -Y hasta te puedes volver tartamuda, como Damián-. La carcajada de sus compañeras no la cohibió: -Ríanse todo lo que quieran, pero es cierto lo que digo. El Damián me contó que de chico no comía y por eso se le dificulta hablar de corrido.

-Ya oíste a Mirna. Vámonos a comer.

Elvira rechazó la invitación de Josefina argumentando su retraso. El verdadero motivo era que necesitaba estar sola. Reanudó su trabajo. Un movimiento brusco la hizo golpear el cacharro del engrudo. El pegamento salpicó su falda. Corrió al baño para lavarse y allí la atrapó el espejo del botiquín. Nadie escuchó su grito, pero cuando sus compañeras regresaron la descubrieron acodada en la mesa de trabajo, llorando.

-Manita, Ƒqué tienes?

-ƑNo te dije que si no comías te ibas a poner mal?

Elvira no pudo responder. Le faltaban las palabras y tenía dificultades para respirar. Josefina salió en busca de ayuda. En la calle sólo encontró a Damián fumando un cigarrillo:

-Elvira está muy mal y en el botiquín no hay nada, ni una aspirina. ƑQué hacemos?

Damián reflexionó un momento, entró en el galerón de etiquetado, tomó una botella de sidra, la destapó y se la ofreció a Elvira:

-Tó-tómese un tra-traguito. Se va-va a sen-sentir bien.

Elvira se negó a beber. Entonces Damián se acercó, rodeó con el brazo los hombros de Elvira y le acercó la botella: -Un tra-traguito no le... no le hará da-daño.

Josefina disfrazó la irritación que le causaba el tartamudeo:

-Si no quiere, déjala. Además, si llega Lagunes y ve que abrimos una botella va a poner el grito en el cielo.

-Eso es lo de menos -gritó Mirna, y se volvió a Elvira: -Andale, échate un traguito, para que te vuelva el calor.

Elvira le arrebató la botella a Damián y tomó un trago. Se estremeció, cerró los ojos y bebió otra vez.

-No ha comido nada, se le va a subir -murmuró Josefina.

-Ay, tú, Ƒcuándo has visto que alguien se emborrache con sidra? -preguntó Mirna. Menos segura, le pidió a Josefina: -Vete a ver si consigues aunque sea un pan.

Elvira levantó la mano para detener a su compañera:

-No pienso comer. No quiero nada. ƑPara qué como? ƑPara qué vivo? No le importo a nadie-. Elvira tomó un trago muy largo y su cara se descompuso en una risa estúpida: -Háganse para acá. Tú también, Damián. Quiero contarles un secreto: Ƒsaben que nunca he recibido un regalo, ni siquiera así de chiquito? Y menos de un hombre... Ay, Dios mío, qué desgraciada soy.

-Te dije que se le iba a subir -afirmó Josefina.

-No, no, no, no. Nada más estoy triste, muy triste, como si fuera Semana Santa. ƑTú me entiendes, Damián?

-Yo sí te-te en-entien...

-Ay, Damián, por favor, no le des cuerda. Mejor ayúdanos a llevarla al baño, porque si llega Lagunes...

-No, al baño no-. Elvira levantó el brazo con dificultades: -No quiero verlo. Allí está.

-ƑQuién? -preguntó Mirna asustada.

-El espejo. Me vi vieja y, Ƒsaben qué?: nunca he recibido un regalo, ni así de chiquito. Y lo peor es que ya no me queda tiempo, cuando mucho un minutito o dos.

-šQué cuete, comadrita! Vente, vámonos al baño-. Josefina se volvió a Damián: -Ayúdanos papacito, no te quedes allí parado.

Al día siguiente Elvira no se presentó a trabajar. El miércoles, cuando reapareció, sus compañeras la saludaron como si nada hubiese ocurrido. En la fonda, durante el almuerzo, casi no le dirigieron la palabra. Elvira temió haberlas ofendido durante su ebriedad. Resuelta a discuparse, iba a preguntarles, pero Mirna se adelantó:

-Se me hace que dejé la hornilla encendida.

-Yo voy a ver -dijo Elvira, y se levantó. Al pasar junto a Damián notó que él inclinaba la cabeza y pensó: "No quiere saludarme porque piensa mal de mí".

Dos minutos más tarde se oyeron en la fonda los gritos de Elvira. Sus compañeras corrieron en su auxilio. Al entrar en la fábrica la vieron temblando con un regalo en la mano:

-Suena: es una bomba. ƑQué hago?

-Tírala, tírala -le ordenó Mirna.

-No, puede estallar -advirtió Josefina, mientras aparecía el resto de los trabajadores. -Aguántate, Elvira: no te muevas... Por favor, alguien llame a los bomberos.

Damián lo impidió: -No es una bom-ba. Es un re-reloj de pa-pajaritos-. Se dirigió a Elvira: -Lo com-compré pa-ra de-cirle que a su vi-vida le que-quedan mu-muchos minu-tos.

El desconcierto provocó el silencio. Poco a poco se fueron escuchando risas y comentarios entre irritados y burlones. Elvira no les prestó atención. Siguió mirando el regalo y murmuró:

-Yo nunca antes... -La emoción le impidió terminar la frase. Luego, ya más serena, salió en busca de Damián.