D0MINGO Ť 4 Ť FEBRERO Ť 2001

Vilma Fuentes

Arte internacional

Verdadera curiosidad parisiense es la galería que el patrón del taller de litografías más célebre de Francia y Navarra, Peter Bransem, decidió al fin abrir al público, tal vez acaso de la insistencia de su hijo Christian.

Hasta ahora, sólo los iniciados tenían acceso a los archivos de la caverna del Alí-Babá de la obra litográfica y de grabado de los más grandes artistas del siglo XX. Era necesario ser introducido para contemplar, y no siempre poder adquirir, algunas de esas litografías cuyo tiraje limitado volvían cada día más preciosas -las piedras, que sólo Peter es capaz de cargar de dos en dos, se conservan quebradas a la mitad en los sótanos-: huellas de la obra de arte que deja de ser reproducible.

Continuación del atelier donde trabajaron los pintores impresionistas, entonces situado en la calle de Cherche-midi, el taller de Clot y Bransem, con domicilio en el viejo barrio del Marais, ha visto pasar a la mayoría de los pintores más originales, cuando no más cotizados, de la segunda mitad del siglo. En efecto, para los artistas del mundo entero es una consagración trabajar en el taller del capitán Bransem: un rito que abre al mismo tiempo las puertas de la tradición y de la modernidad. El carácter internacional del velero conducido por Peter, de un puerto a otro, no escapa a los famosos artistas que lo abordan en los puertos más alejados de la Tierra.

Pilares del taller como Roland Topor y Antonio Saura hasta su muerte, como Pierre Alechinsky, Corneille o Seguí, los mejores artistas mexicanos han embarcado un día u otro en su velero. No en vano el capitán Bransem, acompañado por Ingrid, su mujer, y sus cinco hijos entonces menores de edad, condujo su nave de velas de un puerto europeo al de Veracruz. Ida y vuelta. Como conduce a los pintores que abordan su barco seguros de llevar a cabo la travesía solicitada por su destino.

Cuando, en 1975, Alberto Gironella me llevó al taller de Peter, no podía saber que, sin ser pintora, yo también iba a embarcarme. Allí trabajaban, en ese entonces, Michaux, Soriano, Topor, Alechinsky, Olivier Olivier y otros. Ya habían pasado, o pasarían, Toledo, el espléndido José Luis Cuevas, Rojo, Pedro Coronel... para no hablar sino de algunos mexicanos, el último de los cuales, quien trabaja actualmente en el taller, es Guillermo Arista, creador original que merecería ser reconocido en México, pues pocos artistas han sabido expresar con tal maestría su mexicanidad sin caer en un folclor para turistas.

Pero en 1975, el capitán danés Bransem, sin duda más que vecino del holandés volante, tomó la decisión de embarcarnos sin boleto a Carmen Parra y de paso a mí. Gracias a su generosidad, y al apoyo de Gironella, el álbum de litografías de Carmen, acompañadas de un breve texto mío, pudo ver la luz. Su navegación es otra historia.

Como la del cocodrilo que se halla suspendido en el techo del taller. De dos metros y medio, el animal es más que verdadero: su apariencia tranquila oculta la inminencia del salto de sus mandíbulas de súbito abiertas. Gironella se enamoró de él cuando lo vio en casa de un amigo que no podía negarme nada como yo no podía negar nada a Alberto. Así, ahí me tienen con el cocodrilo esperando un radiotaxi a donde consigo subir al reptil, extendido a lo largo del auto sobre los asientos. Por desgracia, a pesar de parecer momificado, al bendito animal no se le ocurrió nada mejor que rasgar con sus dientitos, o acaso las uñas de sus patitas delanteras, el esmalte del interior del parabrisas. El chofer, vejado por el ultraje, me bajó de inmediato sin darme más tiempo que el de pagarle mientra él bajaba, sin ninguna atención, a nuestro dulce cocodrilo.

No me quedó más que pararme en una esquina a esperar otro taxi y otro chofer menos enemigo de los animales. No sé todavía por qué la gente se me quedaba viendo y tres o cuatro carros estuvieron a punto de chocar al frenar de pronto para admirar un reptil que no podían imaginar en un lugar distinto al zoológico. Al fin, y a cambio de una excelente propina, llegué al departamento de Gironella y Carmen Parra con el cocodrilo arrastrado por un lazo. La portera de la calle privada donde vivían, cerca de Pigalle, estuvo a punto de detenerme. Pero las fauces del animalito la detuvieron. El delicioso reptil se alimenta ahora de pintores embarcados en todos los puertos del mundo por el capitán Peter Bransem.