DOMINGO Ť 4 Ť FEBRERO Ť 2001
Carlos Bonfil
Náufrago
Hace siete años el director Robert Zemeckis proponía en Forrest Gump un relato muy conservador sobre la manera en que la ingenuidad y la ignorancia del protagonista central lograban su victoria moral sobre el cinismo y la insensibilidad de la sociedad moderna. Gump (Tom Hanks), un joven con discapacidad mental, encarnaba ahí la pureza espiritual del buen salvaje. En Náufrago (Cast Away), la cinta más reciente de Zemeckis, sucede casi lo contrario. La estrella es nuevamente Tom Hanks, quien interpreta a Chuck Noland, un ejecutivo de Federal Express, paquetería internacional, pero éste se ve obligado, por circunstancias trágicas, a convertirse por espacio de cuatro años en un hombre de aspecto salvaje, abandonado en una isla desierta en medio del Pacífico.
No hay en Noland rasgos morales muy distintivos, antes bien una extraña inexpresividad que lo predispone a aclimatarse relativamente bien a su situación de náufrago absoluto. Cultiva una lealtad sentimental hacia la prometida que dejó en casa, Kelly (Helen Hunt), pero termina transfiriéndola en la isla a un compañero virtual encarnado en una pelota de volibol marca Wilson. La cinta se divide en tres partes: la salida, fechada en 1995, cuando Noland viaja en un avión Fed/Ex hacia Malasia, el cual sufre un accidente y se precipita en el océano; la crónica de la sobrevivencia: en la que se describen durante más de una hora las actividades de Noland en la isla y su insólita convivencia con Wilson; y finalmente el regreso: reintegrado a la civilización, el protagonista se enfrenta a una nueva experiencia de soledad.
Las escenas del accidente aéreo son un despliegue de la maestría técnica del realizador de Roger Rabbit y Contacto. "Titanic comprimido en unos cuantos minutos", según un crítico del Village Voice. Luego de eso, a un extremo opuesto, la ausencia casi total de acción, la descripción minuciosa de los recursos ingeniosos que utiliza Noland para sobrevivir en la isla. Náufrago es un verdadero one-man show, oscarizable desde su concepción, y con todo ello desconcertante. Zemeckis enfrenta un reto mayúsculo: evitar el naufragio comercial de su nueva cinta, pues Ƒcómo presentar en la época de Matrix y Misión imposible, una cinta cuyo tema central es la experiencia de la soledad más radical, y cuyo desenlace es sólo variante de la desesperación y abandono que vive el protagonista durante cuatro años? La película que condensa en pocos minutos el historial de catástrofes aéreas hollywoodenses, se permite después setenta y cinco minutos de un monólogo nervioso y entrecortado. Hay naturalmente reiteraciones y recursos dramáticos complacientes, pero la propuesta temática se vuelve con todo sugerente. Wilson es a la vez tótem religioso, compañía literalmente insustituible, alter ego del protagonista y último fetiche de una civilización de entretenimiento y consumo de la que Noland parece definitivamente expulsado. En su parte final, la cinta pierde sin embargo el impulso alcanzado, y sin caer necesariamente en soluciones narrativas fáciles, tampoco alcanza mayor intensidad expresiva. Considérese un instante la fuerza con la que Clint Eastwood maneja en Los puentes de Madison los temas del azar y la fatalidad amorosa, y se verá cuán limitado es el registro de Zemeckis en estos terrenos. Añádase a esto que el realizador de Forrest Gump no abandona jamás su defensa de los valores más tradicionales (los family values de beligerancia infatigable, defendidos antes por Reagan, reivindicados hoy por Bush), y se entenderán los alcances de la noción de sacrificio que presenta la historia sentimental. No habría tampoco perdido mucho el guión de William Broyles, Jr. apostándole a un tratamiento menos solemne, más humorístico, en pocas palabras, menos tieso. Si Noland naufraga en una isla, eso no implica que el espectador deba a su vez naufragar en el tedio. Tom Hanks y Helen Hunt, en actuaciones más que decorosas, son por fortuna una balsa de rescate muy agradecible.