LUNES Ť 5 Ť FEBRERO Ť 2001
León Bendesky
Ahora es cuando
Por muchos años la economía de México se montó en la ola del crecimiento de Estados Unidos. Hasta la bárbara caída y el revolcón de 1995 se superó en las cuentas agregadas, que son las que cuentan para quienes cuentan. Pero incluso esas medidas no son tan buenas como parece ser la opinión general. Después de todo ya se sabe de quién es la opinión de la opinión general. Repitamos sólo unas cuantas cosas: la situación financiera del gobierno es muy mala, la cantidad del endeudamiento público y los compromisos de pago son muy elevados, mientras que los ingresos que obtiene son muy reducidos. El uso de los recursos públicos ha sido muy ineficiente en los últimos años y muy cuestionado socialmente por los pobres resultados que se han obtenido.
Ahora la ola de la expansión estadunidense pierde altura y fuerza de arraste, y lo que antes aparecía como una convergencia de las tendencias económicas y de las medidas de la política económica, empieza a mostrarse como una divergencia. Mientras había crecimiento se podía esconder, aunque de manera irresponsable, la fragilidad fiscal del Estado mexicano, y sostener al mismo tiempo que la reducción del déficit fiscal cumplía de manera eficiente con la creación de las condiciones de la estabilidad. Se podía perseguir de manera rígida una política contra la inflación y mantener una paridad del peso frente al dólar sin grandes fluctuaciones.
La expansión se expresó aquí en el aumento del producto sostenido en las grandes exportaciones de unas cuantas actividades productivas ligadas de modo muy estrecho al patrón y al ritmo de consumo de la economía de Estados Unidos. Un sector exportador que depende de modo directo de las decisiones de las empresas que han ubicado aquí sus plantas para aprovechar las ventajas de los salarios más bajos y las concesiones que se les ofrecen. Es falso pretender que esas exportaciones se pueden sustituir ahora de modo rápido en el mercado europeo, como repite el secretario de Economía, que debe saber muy bien el estado de desarticulación productiva que padece el país y las dificultades que tienen la mayor parte de las empresas para exportar, incluso a un mercado cercano y supuestamente mejor conocido, como el del norte con todo y TLC.
Ante la desaceleración económica en Estados Unidos, la Reserva Federal ha reducido ya las tasas de interés como medida de estímulo de la demanda. Se van a reducir los impuestos para favorecer la capacidad de gasto y para recobrar ese difuso estado de ánimo al que se llama la confianza de los consumidores. El gobierno va a gastar más en proyectos militares para alentar, también, la demanda para las grandes empresas de armas y sistemas bélicos que, además, sirven para seguir desarrollando al sector de la alta tecnología. Claro que habrá elementos de control, como un nuevo espíritu religioso o la proclividad a la abstinencia que proclama la nueva primera familia de aquel país.
Pero dejando de lado estos últimos componentes técnicos, en términos de las medidas económicas se demuestra que para administrar el capitalismo no hay muchas más fórmulas de las que ya se conocen bien desde el principio y que se aplicaron con éxito en momentos de crisis, como en la década de 1930. No hay peor error que pretender que no se sabe lo que ya se sabe.
Sin embargo, en México las cosas se vienen de forma distinta y no me refiero, desafortunadamente, al asunto de la moral privada que quiere convertirse en asunto público. Aquí no se puede resistir el aumento de la demanda y ésta debe ser contenida de manera recurrente; aquí el gobierno no puede proponerse un aumento de su gasto, porque no tiene con qué y porque los responsables lo consideran indigno. La menor expansión productiva en Estados Unidos deberá ser resistida a contrapelo de lo que ocurra allá y ello pone en evidencia, o debería hacerlo, las grandes distorsiones y debilidades que tiene el sistema económico.
Para empezar, aquí tiene que aumentar la recaudación, lo que significa más impuestos, y dejemos de lado el tema de la evasión, pues es absurdo que el propio sistema fiscal lo aliente y lo tolere. Ahora deberemos pagar, pues no hay otra forma de allegarse los recursos necesarios para cubrir los hoyos financieros y para que el gobierno cumpla con sus obligaciones y ya no sólo de manera mínima, como ha sido el caso últimamente. La reforma fiscal se sigue planteando hasta ahora con un sesgo recaudador y debemos esperar que ésta no sea una reforma del tipo de aquella aplicada por Santa Anna.
Aquí, la inflación tenderá a ser más alta, a pesar del escenario de menor crecimiento de la producción esperado para el año. Y ello hará que la restricción monetaria y del crédito que seguirá aplicando el Banco de México provoque alzas a las tasas de interés, mientras que los menores ingresos por exportaciones presionarán al alza el tipo de cambio. El entorno no tiene por qué ser uno de crisis, pero lo que debe ponerse de relieve es que es distinto y más apocado al que se fue prefigurando hasta hace apenas unos meses. Lo que debe verse es cómo puede esta economía responder de modo eficaz a una condición de menor estímulo externo y si tendrán los responsables de la política económica la suficiente visión y audacia para ponerla en un camino de mayor fortaleza interna y más oportunidades. Hasta ahora hay muchas dudas al respecto.