LUNES Ť 5 Ť FEBRERO Ť 2001 Ť
José Cueli
Novillitos pero enrazados
Miguel Armillita, torero por los cuatro costados, es decir, más torero vital, torea por un simple impulso interno. Por lo mismo, su toreo no irradia más que lo que está dentro de la órbita del toreo tal cual es y se da. Dando la impresión de frialdad, a la que ayuda su ya antiestética figura, llega, eso sí, a la forma íntima del toreo que trae en las venas. Y es porque puede mirar adentro el toreo y nada le parece inútil para ahondar sus sugestiones. Armillita fue ayer en la tarde a la Plaza México más por el toreo -no tenía de otra- a la más escondida galería torera, hurgando su razón existencial.
Armillita ha optado dentro de un temperamento inquieto -nerviosillo-, por una simplicidad que es invasión sensitiva que le viene del alma y plasma con naturalidad en el ruedo. Armillita ha entrado en la grandeza torera al querer perpetuar esos refilonazos que da el toreo cuando se trae por afición y herencia en la sangre y no es pura estética. Obsesionado por sacar del espíritu su quehacer torero, lo dramatizó y le prestó encarnadura trágica, muy relajado, palpitante, y consiguió špor fin! cuajar naturales y verónicas de gran torería.
Al salir por los fueros de la teoría mexicana, le dio suspenso. Y apretó su sino subterráneo con el sentido universal, desganado, invasor del acariciar a los toros del toreo mexicano, introvertido, mágico al que sólo le faltó un poco de picante. Pero dominó las suertes supremas del toreo: la verónica, la media verónica y el pase natural. Desde su intimidad, Armillita logró reabrir el toreo al cargar la suerte. Lo reabrió porque está en la raíz de su personalidad, el espíritu torero, las formas lúdicas, atributos indispensables para propiciar un cambio de rumbo.
Seguro de sí mismo como su lealtad al toreo clásico, fue registrando nuevos matices y confirmando viejos sentimientos. Ha asolerado el toreo, sin restarle vivacidad, fuerza, luz. Armillita ha ido a la raíz del arte de torear, a diferencia de la mayoría de nuestros toreros, que se quedan en la superficie, en el relumbrón.
Lástima que su quehacer torero fuera realizado a novillones de Reyes Huerta -chaparritos, chicos, cómodos de cabeza, pero enrazados la mayoría- y que Eloy, fracasara rotundamente y Manuel Caballero no consiguiera cuajar la faena.