Ť Deslucido triunfo de Andy Cartagena con reses de La Soledad
Burlan a López Obrador: elevó Herrerías 18% los precios
Ť Nada justifica la medida Ť Miguel Espinosa cortó discutible oreja Ť Media entrada
LUMBRERA CHICO
Si hace ocho días el público de la Plaza México se llevó la tarde al convertirse en exigente juez, ayer el "empresario" Rafael Herrerías lo castigó brutalmente elevando 18 por ciento el precio de las localidades. Además de injustificada y arbitraria, la medida constituye una derrota para el Gobierno del Distrito Federal, cuyo delegado en Benito Juárez, el panista José Espina, aprobó el aumento sin que la afición obtuviese nada bueno o provechoso a cambio. ¿Por qué?
Con poco más de media entrada, bajo un cielo encapotado,
el decimosexto festejo de la temporada menos chica 2000-2001 reunió
a los abúlicos veteranos Eloy Cavazos y Miguel Espinosa y al tímido
albaceteño Manuel Caballero, con un disparejo encierro de Reyes
Huerta, compuesto de seis novillos sin presencia, tres muy bravos (el primero,
el segundo y el cuarto de la lidia de a pie) y tres mansos descastados
e infumables, en tanto el rejoneador andaluz Andy Cartagena, con
dos reses de La Soledad que se prestaron al jugueteo del toreo ecuestre,
le permitieron cortarle una oreja a cada cual.
¿Lo más memorable de la tarde? El grito,
a coro, de los aficionados de sol general, que a la mitad de la segunda
parte de la corrida alzaron la voz para expresar: "¡Herrerías,
chinga tu madre!", y la sentida expresión del popular descontento
fue rubricada por un nutrido aplauso. Después de usada la México
durante siete años como escenario de su ego destructor de la fiesta,
el responsable de la total decadencia taurina que vivimos cosecha al fin
lo que sembró.
Dos orejas para Cartagena
Con Montañés, un negrito de supuestos 516 kilos, de la ganadería de La Soledad, mostró casta y raza para crecerse al desigual castigo de Andy, que no pudo extraerle la indispensable espectacularidad que el público esperaba. El caballista fue de menos a más y consiguió emocionar a la clientela clavando una banderilla larga estilo Calafia, colocando dos rosas en buen sitio y matando pronto para hacerse merecedor a una oreja.
Su segundo enemigo le permitió ejecutar la suerte del rehilete, poner una sola vez banderillas a dos manos, antes de ligar tres cortas y matar de rejón contrario para acreditarse otra oreja.
Caballero y el viento
Inédito ante los dos bravos de Reyes Huerta que le tocaron en suerte, Aguadulce, de 470, y Mar y Cielo, de 561, Eloy Cavazos, un terno viejo y desleído como él mismo, sucumbió a las presiones del público, muy exigente otra vez, que rechazó con gritos hirientes su toreo ventajista y ratonero. Con su segundo, el amigo y "alcahuete" del industrial regiomontano Alfonso Romo, de plano se rajó como los hombres y pinchó con seis metisaca consecutivos antes del golletazo final, mientras Dávila, indulgente, le perdonaba un aviso. Para colmo, Eloyito se llevó una cortada en la nariz y salió bajo un aullido general de repudio.
De cereza y oro, panzón, lento de reflejos y ayuno como siempre de entusiasmo, Armillita Chico cuajó, sin embargo, un interesante quite por verónicas a su primero, el bravo Aroma Fino, novillote de 479, al que luego templó con la muleta en trincherazos y derechazos, para embarcarlo después en naturales rápidos y eléctricos, y matarlo de tres cuartos de acero y cortar una muy discutible oreja que nadie protestó. Con Mil Recuerdos, de 509, se fue en blanco si bien la res era pésima y mansa de solemnidad.
Menos cohibido por la plazota, feliz, según dijo, por alternar con Cavazos, al que brindó la muerte de su segundo toro, Manuel Caballero logró meritorios naturales, tragando leña y soportando la llovizna y el viento al muletear a Tres Deseos, un manso de 525 que desarrolló sentido y peligro. Con Suspiro, de 483, tan desgastado como el anterior, volvió a emocionar por la izquierda pero sin redondear la faena.