Espejo en Estados Unidos
México, D.F. lunes 5 de febrero de 2001
Búsquedas en La Jornada
 
Números Anteriores
Primera Plana
Contraportada
Editorial
Opinión
Correo Ilustrado
Política
Economía
Cultura
Espectáculos
Sociedad y Justicia
Estados
Capital
Mundo
Deportes
Lunes en la Ciencia
Suplementos
Perfiles
Fotografía
Cartones
La Jornada de Oriente
Correo electrónico
 
Editorial
 
¿REVOLUCION CULTURAL O IMPOSICION OFICIAL? 

SOL El presidente venezolano, Hugo Chávez, no deja de sorprender. Promotor de una llamada "revolución cultural" que pretende terminar con la "instrucción elitista" en su país, decidió convertir al Estado venezolano en un gigantesco mecenas de una cultura oficialmente aprobada y, por consecuencia lógica, inhibitoria de toda aquella expresión que resulte contraria a su mandato. 

El primer golpe de esta "revolución cultural" lo dio hace unos días con el despido de Sofía Imber, quien dirigió durante 29 años el Museo de Arte Contemporáneo, lo que causó severas críticas en el ámbito cultural venezolano, al grado de comparar la iniciativa de Chávez con las políticas totalitarias de los regímenes nazi, peronista y estalinista. 

Al margen de la discusión del papel que debe tener el Estado en la cultura, es reprobable la imposición de cualquier proyecto hegemónico que limite la libre manifestación de las ideas. El proyecto cultural de Chávez luce funesto en tanto que propone un Estado que funge como agente cultural, que decide a discreción cuáles son las expresiones artísticas a las que la gente puede tener acceso, evitando a toda costa que la cultura tenga el símbolo de "estatus" o "elite". Es decir, la nueva burocracia del sector cultural se dará a la tarea de hacer llegar la cultura --que desde su particular punto de vista es la que se debe promover-- a todos los sectores de la población. En realidad, la revolución cultural anunciada por el presidente venezolano es un proyecto de catequización ideológica con visos a disminuir las expresiones disidentes que puedan resultar críticas de su gobierno, o simplemente contrarias a su concepción de la doctrina bolivariana. En la lógica de la democracia, no puede haber una política cultural más antidemocrática que la impuesta. 

La cultura requiere libertad. El gozo de la misma sólo se logra educando a la gente, ofreciéndole la posibilidad de tener acceso a todo tipo de expresiones artísticas, generando hábitos que despierten la curiosidad por el arte. Es el ciudadano, en su pleno derecho de libertad, el que decide lo que quiere o no ver. El Estado democrático debe ofrecer los espacios --bibliotecas, museos, salas de cine, teatros, plazas públicas, etcétera-- para que la población pueda acceder a la cultura sin ningún tipo de restricción ni censura. Pero también debe garantizar la calidad de educación que propicie y estimule el acercamiento de la gente a las más diversas expresiones culturales. El elitismo no es del arte, sino de quienes tienen las posibilidades para apreciarlo y disfrutarlo por su propia educación. No por nada uno de los estándares internacionales de calidad de vida es el acceso a la cultura. 

La pretensiones de Hugo Chávez son una amenaza contra la cultura y la educación, contra la libertad y la democracia. Detrás de esta "revolución cultural" se esconde la bestia del autoritarismo. Basta recordar lo que pasó con la efímera vanguardia soviética con la llegada de Stalin, o, peor aún, los efectos de la propaganda oficial disfrazada de cultura en el inconsciente colectivo del pueblo alemán durante el nazismo.

 

 

La Jornada, Coordinación de Sistemas Francisco Petrarca 118, Col. Chapultepec Morales, delegación Miguel Hidalgo México D.F. C.P. 11570 Teléfono (525) 262-43-00, FAX (525) 262-43-56 y 262-43-54