¿REVOLUCION CULTURAL O IMPOSICION OFICIAL?
El presidente venezolano, Hugo Chávez, no deja de
sorprender. Promotor de una llamada "revolución cultural" que pretende
terminar con la "instrucción elitista" en su país, decidió
convertir al Estado venezolano en un gigantesco mecenas de una cultura
oficialmente aprobada y, por consecuencia lógica, inhibitoria de
toda aquella expresión que resulte contraria a su mandato.
El primer golpe de esta "revolución cultural" lo
dio hace unos días con el despido de Sofía Imber, quien dirigió
durante 29 años el Museo de Arte Contemporáneo, lo que causó
severas críticas en el ámbito cultural venezolano, al grado
de comparar la iniciativa de Chávez con las políticas totalitarias
de los regímenes nazi, peronista y estalinista.
Al margen de la discusión del papel que debe tener
el Estado en la cultura, es reprobable la imposición de cualquier
proyecto hegemónico que limite la libre manifestación de
las ideas. El proyecto cultural de Chávez luce funesto en tanto
que propone un Estado que funge como agente cultural, que decide a discreción
cuáles son las expresiones artísticas a las que la gente
puede tener acceso, evitando a toda costa que la cultura tenga el símbolo
de "estatus" o "elite". Es decir, la nueva burocracia del sector cultural
se dará a la tarea de hacer llegar la cultura --que desde su particular
punto de vista es la que se debe promover-- a todos los sectores de la
población. En realidad, la revolución cultural anunciada
por el presidente venezolano es un proyecto de catequización ideológica
con visos a disminuir las expresiones disidentes que puedan resultar críticas
de su gobierno, o simplemente contrarias a su concepción de la doctrina
bolivariana. En la lógica de la democracia, no puede haber una política
cultural más antidemocrática que la impuesta.
La cultura requiere libertad. El gozo de la misma sólo
se logra educando a la gente, ofreciéndole la posibilidad de tener
acceso a todo tipo de expresiones artísticas, generando hábitos
que despierten la curiosidad por el arte. Es el ciudadano, en su pleno
derecho de libertad, el que decide lo que quiere o no ver. El Estado democrático
debe ofrecer los espacios --bibliotecas, museos, salas de cine, teatros,
plazas públicas, etcétera-- para que la población
pueda acceder a la cultura sin ningún tipo de restricción
ni censura. Pero también debe garantizar la calidad de educación
que propicie y estimule el acercamiento de la gente a las más diversas
expresiones culturales. El elitismo no es del arte, sino de quienes tienen
las posibilidades para apreciarlo y disfrutarlo por su propia educación.
No por nada uno de los estándares internacionales de calidad de
vida es el acceso a la cultura.
La pretensiones de Hugo Chávez son una amenaza
contra la cultura y la educación, contra la libertad y la democracia.
Detrás de esta "revolución cultural" se esconde la bestia
del autoritarismo. Basta recordar lo que pasó con la efímera
vanguardia soviética con la llegada de Stalin, o, peor aún,
los efectos de la propaganda oficial disfrazada de cultura en el inconsciente
colectivo del pueblo alemán durante el nazismo. |