MARTES Ť 6 Ť FEBRERO Ť 2001

Teresa del Conde

Rodolfo Morales, in memoriam

La prensa ha estado sumamente atenta ante la triste noticia del fallecimiento de Rodolfo Morales, el pintor oaxaqueño que -siguiendo los pasos de Francisco Toledo- con óptimas intenciones se abocó a la preservación del patrimonio artístico de su estado natal, donando generosamente amplias sumas que permitieron esos rescates. El hecho de que algunos de éstos no haya sido del todo afortunados no cancela la bonhomía de su gesto. Felizmente el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO) lo honró con una exposición retrospectiva de la que pudo disfrutar, así como también recibió una merecida distinción por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia, la misma que en idéntico momento recibió otro difunto: el recordado promotor cultural zacatecano Alvaro Ortiz.

Rodolfo Morales fue objeto de una publicación amplia, cuya autora es Martha Mabey. Corresponde a la Editorial Raya en el Agua y fue presentada en Casa Lamm. Martha realizo centenares de entrevistas, hizo investigación de archivos y viajó incansablemente por Oaxaca durante 18 meses para redondear su libro. Un esfuerzo sin duda meritorio que redundó en Rodolfo Morales. El señor de los sueños. Mucha fue la ayuda que Flor de María Ruiz, primera directora de la Fundación Rodolfo Morales, le prestó en tal empresa.

''Flor se convirtió en mi voz cuando tenía necesidades que excedían la tarea de escribir este libro", anota en la página de agradecimientos que antecede al prólogo de Andrés Oppenheimer. Este compara al pintor oaxaqueño con Edward Hopper, algo que me parece desatinado. Hopper definió sus metas así: ''Quiero realizar en la medida de lo posible, las transcripciones exactas de mis más íntimas impresiones de la naturaleza". En su caso, como en el de Morales, la naturaleza abarcaba el paisaje urbano. ƑQuién no recuerda sus desolados ambientes dominicales de fachadas inmóviles y desiertas, o de personajes estremecedores en su soledad? Hopper es metafísico, como de otro modo lo fue Giorgio de Chirico. Morales es fantasioso, alegre aun en sus evocaciones de las almas infantiles o de los velos de novia. Tal vez De Chirico sea el punto de unión entre los dos artistas, pero uno y otro -afortunadamente- lo evocaron de acuerdo con sus muy particularizadas y opuestas individualidades.

Si Morales es deudor de unos cuantos, a éstos hay que buscarlos tanto en el Renacimiento temprano (le fascinaba) como en el barroco rústico, en Abraham Angel y en Marc Chagall. Sus universos andan por allí, las particularidades de su técnica se pusieron al servicio de esos escenarios, juguetones y nostálgicos, vinculados quizá a la Suave Patria, de Ramón López Velarde.

Fue Olga, no Rufino Tamayo, quien se interesó primero por el pintor al visitar una exposición en la galería de Manola Saavedra en Cuernavaca. Señaló a su marido los trabajos de su coterráneo y el maestro lo saludó con un escrito laudatorio. Fue por ese tiempo que escribí un primer texto acerca de Morales publicado, si mal no recuerdo, en el suplemento de El Heraldo y acompañado de varias ilustraciones. Me gustaba su dibujo y sus gouaches, que eran prodigiosos. Tuve oportunidad de ver varias exposiciones suyas en la Galería de Estela Shapiro e incluso lo invité a un programa de televisión sobre el arte y la crítica, que auspiciaba Canal 11. Esta serie fue pronto tomada por Raquel Tibol.

Recuerdo que mi entrevista fue muy cómica, pues aunque la ensayamos en su departamento de Coyoacán, donde fui varias veces objeto de su hospitalidad, a él quizá lo atemorizaron las cámaras y aunque le gustaba charlar, no musitó palabra. Lo que sí es cierto es que ni entonces ni después lo presenté como heredero de Tamayo. Las vertientes de Morales son completamente distintas.

La fotografía aquí reproducida fue tomada durante una visita a Ocotlán, Oaxaca, tierra natal de Morales. Estuvimos en su casa los mismos que allí aparecemos, junto con el autor de la toma: Rogelio Cuéllar. Gozamos cada minuto de convivencia, pero el maestro Morales optó por poner un abismo entre mi persona y la suya de varios años a la fecha. Esa no es la razón por la que se vio privado en vida de una exposición en el Museo de Arte Moderno. Fueron muchos mis intentos fallidos, en Oaxaca, de volver a entablar siquiera una breve charla con él. He sido informada de que todo se debió a un malentendido o al efecto ''teléfono descompuesto".

Sucede que creyó (o le contaron) que yo había rechazado unas obras suyas candidatas a incluirse en la Colección Pago en Especie de la Secretaría de Hacienda. La cosa es que jamás he sido ni jurado ni perito de esa colección, ni nunca vi esos trabajos del fallecido maestro, que por fortuna gozó de nutrida atención por parte de destacados coleccionistas. Descanse en paz.