MIERCOLES Ť 7 Ť FEBRERO Ť 2001
Alejandro Nadal
Rescatar la política monetaria
Las autoridades del Banco de México presentan a la política monetaria como un asunto técnico que no tiene nada que ver con la política. Esa idea es falsa. La política monetaria se rige más por prioridades políticas que por necesidades técnicas.
Según su ley órgánica, el principal objetivo del Banco de México es preservar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda.
La estabilidad de precios no es una mala idea. Al contrario, debería ser parte de una estrategia económica bien articulada. Pero el Banco de México todavía está dominado por el dogma monetarista de que la inflación es en todo momento, y en todo lugar, un fenómeno monetario. En consecuencia, para el banco central la estabilidad de precios se alcanza contrayendo la oferta monetaria y provocando altas tasas de interés para reprimir el crecimiento o inducir una recesión. En última instancia, la recesión es considerada técnicamente indispensable para alcanzar la estabilidad de precios. Poco importa que en el ámbito académico y en el de la política monetaria en otros países (como la del Bundesbank, en Alemania) aumentar el desempleo para abatir la inflación sea una idea desprestigiada y obsoleta.
Bajo el pretexto de alcanzar la estabilidad de precios, la política monetaria del Banco de México establece una recompensa extraordinaria al capital financiero y sus actividades especulativas al mantener alta la tasa de interés real. De este modo, el banco central intensifica la concentración de riqueza que padecemos. Su política monetaria estuvo detrás del escándalo de los Tesobonos, del Fobaproa, de la tolerancia de los altos márgenes de intermediación en los bancos, y su actividad especulativa en los mercados de divisas y de futuros. El alza de tasas de interés provocada por los cortos es sólo otro ejemplo de esta perversión de la política monetaria.
Aunque el crédito bancario sufrió un desplome espectacular desde 1994, el presidente de los banqueros en México afirma que las utilidades de los bancos provienen del cobro de intereses sobre la cartera vigente. Esa explicación muestra que el costo del crédito sigue siendo altísimo, y que los márgenes de intermediación de la banca continúan siendo exagerados.
Por otra parte, dentro de esos intereses se incluyen los devengados por los pagarés del Fobaproa, que en el año 2000 recibieron del fisco 35 mil millones de pesos. Ese año la banca destinó más de 60 mil millones de pesos a financiar necesidades del sector público. La mayor parte de ese monto fue para operaciones de refinanciamiento de IPAB-Fobaproa, mostrando a quién benefician las altas tasas de interés inducidas por la política de cortos. Mientras se restringe el crédito para la inversión productiva, el capital financiero cosecha buenas utilidades.
Se necesita una revolución en la forma de pensar la política económica en México. Para ello es indispensable redefinir la articulación entre política monetaria y política fiscal. Mientras la primera siga obsesionada por alcanzar tasas de inflación de primer mundo, y la segunda insista en alcanzar un superávit fiscal, la economía mexicana seguirá sumida en profundas distorsiones y una atmósfera de crisis crónicas.
Para dar un primer paso en esta dirección, el Congreso debería aprobar una resolución para reorientar la política monetaria hacia objetivos de crecimiento equilibrado y reducción del desempleo, sin descuidar la lucha contra la inflación. Por el momento, dicha resolución no tendría poder vinculatorio, pero sería una señal clara al Banco de México para dejar de subordinar su política a los intereses del capital financiero.
El segundo paso consiste en modificar el régimen legal del banco central. Aquí se le puede tomar la palabra a Vicente Fox para revisar la Constitución. El Banco de México se ha constituido en una especie de cuarto poder del Estado, frente al Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. La diferencia es que sólo rinde cuentas a la fracción de la población que concentra la riqueza en este país, y a los inversionistas extranjeros.
La autonomía del Banco de México ha sido presentada como garantía para evitar que la intervención política contamine la pureza técnica. Pero la autonomía no es una franquicia para definir la política monetaria en un concilio al margen de los poderes constituidos del Estado. La autonomía entendida como sinónimo de independencia absoluta conduce a la subordinación del banco central a las necesidades del capital financiero.
La moneda no es una tecnología que forma parte de una maquinaria económica. Es, ante todo, un objeto político. Es indispensable rescatarlo reorientando los objetivos de la política monetaria hacia el desarrollo y la eliminación de la desigualdad.