JUEVES Ť 8 Ť FEBRERO Ť 2001
Olga Harmony
Algo de verdad
El momento que vive la izquierda mexicana, con la marcha del EZLN, la lucha que se sostiene para que sean castigados los torturadores de la guerra sucia de los años setenta, la cauda de presos políticos como los injustamente encarcelados Rodolfo Montiel y Teodoro Cabrera, hace que muchos nos mostremos extremadamente sensibles hacia una de las líneas de la comedia de Tom Sttopard. En lo personal, la banalización del acto subversivo llevado a cabo por Brodie me produce un profundo rechazo ideológico, que debo dominar porque la estructura de la multipremiada obra es verdaderamente fascinante. Trataré de compartir con el lector la justificación de esto que afirmo.
Tom Sttopard es de algún modo heredero de aquellos jóvenes iracundos que transformaron el teatro inglés. La primera escena, a lo Noel Coward sorprende por ello, pero pronto nos damos cuenta de que es un punto de arranque para las reflexiones acerca del teatro y la vida, las diferentes maneras del teatro y las diferentes maneras del amor. Si el personaje de una tradicional comedia inglesa soporta con toda flema el adulterio de su mujer, el actor que lo interpreta y el dramaturgo que lo ha creado, puestos en la misma situación reaccionarán de modos mucho más coherentes y más reales, cada uno de acuerdo con su propia personalidad. Al mismo tiempo se nos habla de los diferentes tipos de teatro. Por una parte, el teatro ingenioso y pleno de juegos de palabras, pero vacío de sentido que es el que escribe Henry y en el otro el teatro de gran contenido temático, pero de gran pobreza dramatúrgica de quien tiene mucho que decir pero no sabe hacerlo: Henry lo explica a la perfección con un palo de cricket. Y está el teatro de los grandes autores -La señorita Julia, de Strindberg y Lástima que sea una puta, de Ford- en el que actúa Annie. Como colofón la crítica -maliciosa autocrítica- del autor que hace Debbie de la obra sin sustancia de su padre.
La traducción de Juan Tovar peca de la misma tiesura que este interesante dramaturgo, pero con poco oído para el diálogo, tiene en sus obras. José Caballero vence el obstáculo con un trazo muy limpio y muy eficaz, con algunos baches como esos oscuros sin duda necesarios cuando los dos espacios diseñados por Philipe Amand y que dan todas las áreas escenográficas pedidas por el autor, no pueden ser transformados. En efecto, con algunos toques como el mobiliario y las sombras tras las persianas, los dos espacios que se corren para que se vea uno solo, en una ocasión los dos, mientras la tramoya dispone la siguiente escena, ofrecen los diferentes lugares de la acción. Es uno de los mayores aciertos de la escenificación que en un espacio diferente al de la supuesta escenografía inicial, pero con los mismos muebles, se dé esa escena entre Henry y Annie tan semejante a la que representaron, en su calidad de actores, Max y Charlotte.
Un problema mayor lo presentó la falta de buenos micrófonos ambientales (algo increíble en un teatro tan dotado como es el de las Artes) que obligó a gritar a los actores y aun así distorsionó el sonido. En el caso de la debutante María-Jose, sus parlamentos fueron casi inaudibles. El desigual reparto lo encabeza Rafael Sánchez Navarro, un actor con mucha simpatía escénica, pero al que encuentro falto de densidad actoral y de escasos matices. No es el caso de Monserrat Ontiveros, pero esta excelente actriz, obligada a gritar sus parlamentos, pierde mucho de su capacidad expresiva. Se lamenta que el muy buen actor José Carlos Rodríguez tenga una intervención tan breve, porque logra levantar sus escenas, a pesar de que Myrna Saavedra se vea tan opaca e insegura. Bien Raúl Méndez como Billy y bien Ignacio Ferreyra como Brodie, a pesar de que la escena de éste haya dejado un gran malestar porque, maniqueismos aparte, no pertenezco al mundo de la falta de compromiso.