viernes Ť 9 Ť febrero Ť 2001
Jaime Martínez Veloz
El desastre del café y la marcha zapatista
En el ascenso del discurso político cultural de la autonomía indígena que hoy se vive no debemos olvidar que esta manifestación está enraizada en las luchas económicas por la tierra, crédito y precios justos para las cosechas, como recordó en este mismo espacio Adolfo Gilly al reseñar el libro de Neil Harvey, La rebelión de Chiapas (2 febrero).
Con la crisis de los precios del café, que está destruyendo esta actividad de la que dependen directamente 5 millones de empleados y trabajadores (3 millones de ellos jornaleros, 80 por ciento indígenas), estamos ante el cuadro original que provoca la vulnerabilidad social más vasta de México, pues se considera que la producción de café procura beneficios a casi 30 millones de personas.
Desde la desaparición en 1989 de Inmecafé, instrumento que regulaba la producción y comercialización del café para proteger a miles de campesinos empobrecidos, fundamentalmente monocultivadores y en primer lugar chiapanecos, los minifundistas quedaron a expensas del mercado global y de las empresas trasnacionales Amsa, Becafisa, Expogranos y Cafés California, que pagan el kilo de grano en cereza a un peso 30, cuando se requerirían 3 pesos, por lo menos.
Representantes de los productores y campesinos revelaron en este diario (15 y 16 de enero) una realidad dramática que la Cámara de Senadores, en su fracción priísta, promueve para que esta economía se declare en emergencia nacional y se atienda el reclamo de los productores para crear un fondo de contingencia.
Los líderes agrarios señalaron que no existen instrumentos que conduzcan a una cafeticultura más rentable, ni por parte de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación ni del Consejo Mexicano del Café.
Un jornalero, que en Chiapas podría ser un zapatista, tiene que trabajar once horas para ganar 50 pesos. Por ello es justa la apreciación que transcribe la reportera Angélica Enciso: el mapa de las zonas cafetaleras es el mismo que el de la marginación.
ƑEs que el Estado mexicano, regido por las trasnacionales, en aras de la fidelidad a la competencia de los mercados no impulsará políticas que pongan al resguardo a los más vulnerables en este proceso de mundialización?
Miles de cortadores de café están emigrando a otras zonas en busca del pan... los productores pierden más de 60 por ciento de lo que invierten; los beneficios, si no están cerrados, trabajan al 10 ó 20 por ciento de su capacidad; el consumo interno está por los suelos (de 400 a 600 gramos anuales per cápita, cuando un europeo consume al año doce kilos), debido a la vejez de las leyes (como la Ley de Torrefacción, de 1972) que no procuran que se eleve la calidad del café, 80 por ciento del cual es soluble (producido por las trasnacionales) y en el que se utilizan semillas de garbanzo y habas.
Los cafeticultores minifundistas, pero también los que tienen más de cinco hectáreas, que quedan fuera de los raquíticos programas de apoyo (750 por hectárea cuando se necesitarían al menos 2 mil 500), están viendo cómo se desploma una actividad que se extiende en 760 mil hectáreas de nuestro territorio, donde más de 300 mil productores --87 por ciento de ellos en zonas marginadas y 66 por ciento indígenas--, distribuidos en 4 mil 326 comunidades de 281 municipios en doce estados, están siendo despojados de una opción de trabajo y vida, debido a que nuestro gobierno ha decidido jugar, con fidelidad, el juego de los países imperiales.
La producción de café está íntimamente ligada con el conflicto chiapaneco. El dato de este salario, que sitúa a los indígenas en el sótano de México y el mundo, no puede seguir siendo ignorado. La sobreproducción mundial (108 millones de sacos de 60 kilos contra una demanda de 104 millones de sacos), la falta de calidad, argumento que impone un castigo de 20 dólares al café mexicano por cada 100 libras, y la desprotección total de los campesinos ante un ámbito de producción y acaparamiento que beneficia a unas 20 familias, obliga a todos a dimensionar de dónde viene la voz que marchará en marzo hacia la ciudad de México en favor de los derechos y cultura indígenas.