VIERNES Ť 9 Ť FEBRERO Ť 2001

Ť José Cueli

UNAM: atrocidad en el campus

El tiempo parece haberse detenido. Recuerdo mis reflexiones acerca de los deplorables acontecimientos de la huelga universitaria hace un año y, ahora, las atrocidades que el martes se llevaron a cabo en el campus universitario. Tal parece que lejos de avanzar hubiésemos transitado por espirales del tiempo y haber quedado atrapados en el mismo punto. Sin darnos cuenta, pareciera que el tiempo fue desajustándolo todo, removiéndolo en incesante deterioro, transformándolo de tal modo que nos engañó tanto como nos sorprendió.

De pronto nos encontramos ante el rostro de un desconocido para el cual nosotros, a su vez, resultábamos extraños. El otro aún no tenía palabra, pero sí crecía en número, no tenía historia ni proyecto reflexivo pero sí vocación y vida.

El reto para la UNAM, como dije con anterioridad, era ya desde hace tiempo la medida y sustancia de la palabra, su habilidad e inteligencia para integrar a esta nueva generación con actitudes, tiempos, espacios e idiosincrasias diferentes. Con el paso del tiempo lo que se nos reveló de manera brutal fue lo fácil que resulta perder el convencimiento de lo estable, para dar paso a la pasión obcecada, a la violencia, la agresividad y la irracionalidad.

La violencia y la sinrazón volvieron a enseñorearse hoy en nuestra máxima casa de estudios cuando fueron agredidos, vejados y humillados algunos profesores en un intento de volver a tomar las instalaciones universitarias.

El reciente suceso no hace sino ahondar nuestra frustración y nuestra desesperanza. Desde tiempos inmemoriales sabemos que violencia engendra violencia. Lejos parecen estar ya aquellos días en que fantaseábamos la posibilidad del establecimiento del diálogo entre universitarios y el triunfo de la razón, la sensatez, la academia y los ideales como fuerzas impulsoras de la restauración de la vida universitaria.

Las circunstancias de la UNAM cambiaron bruscamente tambaleándose sobre su fundamento, cuando un grupo quiere modificar su ley y atenta contra una forma de existencia que nos daba la sensación de permanencia, que sustentaba el trabajo académico, pero que ahora se ve amenazada por grupos que pretenden, haciendo gala de violencia y brutalidad, construir una nueva universidad.

Así, el mundo universitario no era como algunos sentíamos, de existencia cabal e inmutable. De manera lenta, hiciéramos lo que hiciéramos se nos fue desvaneciendo para convertirse estruendosamente en otra cosa, en otro mundo que ya no es aquel en que se reflejaba la importancia de la palabra, de los valores, de la calidad académica, del respeto y los ideales.

Este desajuste, esta disipación de las cosas, de las normas mínimas de la academia tradicional se fueron difuminando al compás de un estruendoso vocerío, que en medio de un barullo amenazador y enemigo de la palabra y la escucha para ir arrastrando a la universidad hacia un ''algo" nuevo, informe, incoherente y por momentos con matices de irracionalidad y violencia expresada en el uso y abuso de la institución y el maltrato a respetables personajes de la vida académica universitaria, muchos de los cuales han luchado por los ideales de la institución.

Hoy los universitarios de verdad vemos con dolor e indignación estos atentados a la universidad, a algunos de sus miembros pero sobre todo a la integridad de la máxima casa de estudios. Con esas actuaciones irracionales no hacen sino minar aún más los cimientos de nuestra alma mater.

Los derechos y la razón no se ganan actuando con vandalismo y menos aún pueden ser el basamento de una reforma universitaria. Por el contrario, hay que acudir al conocimiento, a la actitud de apertura, a la comunicación y a la libertad de pensamiento. Sólo mediante el respeto y la tolerancia puede lograrse la convivencia armónica y el respeto mutuo. Esta se traduce en una actitud activa de reconocimiento de los derechos del otro.

Mas la tolerancia no significa aprobar la brutalidad y condescender con la irracionalidad que impone un no rotundo a las vías pacíficas de solución a un conflicto cuyos cauces deben ser el diálogo, la negociación y el respeto por el otro.