sabado Ť 10 Ť febrero Ť 2001

Silvia Gómez Tagle

La política científica y la ciencia política

Para que un país como Estados Unidos haya llegado a tener una cobertura de 70 por ciento de población en nivel superior de educación han sido necesarias muchas generaciones de estudiantes en los niveles elementales, que a su vez han formado ejércitos de profesores para sustentar un amplísimo sistema de educación pública a la que tienen acceso prácticamente todos los habitantes de ese país, inclusive los que no tienen la nacionalidad. El nuevo titular de la SEP tiene razón cuando afirma que es innecesario entrar en la polémica respecto de la educación laica, porque hoy más que nunca la pluralidad y la tolerancia son ingredientes indispensables en cualquier modelo educativo y de desarrollo científico. Esto es así porque la diversidad cultural al interior de los Estados nacionales y la mundialización obligan a un intercambio cada vez más intenso entre distintos modelos de conocimiento en lenguajes diversos; y porque el mito creado por el positivismo lógico respecto de la certeza del conocimiento científico es cada vez es más cuestionado.

Hay que recordar que la filosofía de la ciencia inventó un mito (una entidad teórica) llamado el método científico, que pretendía dar certeza y permanencia al conocimiento mediante una reconstrucción lógica de las normas y de las formas del razonamiento científico y su relación con la observación empírica y el experimento al margen de la historia. Pero cada vez más los filósofos contemporáneos de la ciencia como Wartofsky, Popper, Hanson, Khun, Lakatos, Agassi, han criticado el enfoque positivista, demostrando la historidad del conocimiento científico. Varios autores también han reconocido que su desarrollo casi siempre ha estado determinado por las políticas públicas que tienen que ver con la definición de proyectos prioritarios a partir de los centros de poder. Desde estas nuevas perspectivas de la filosofía de la ciencia, la división entre las ciencias duras y las ciencias sociales se ha vuelto nebulosa, porque finalmente todas estas disciplinas están sujetas de alguna manera a un cierto relativismo histórico.

Si se quiere realmente una revolución educativa, Reyes Tamez Guerra tendría que empezar por desatar una polémica en torno a los modelos de educación en todos los niveles, que involucre a la comunidad científica, a los maestros normalistas, a los partidos y a la sociedad en general. Porque la dirección que se dé a los proyectos educativos y científicos, en la SEP, en las instituciones de educación superior y en el Conacyt, deberían obedecer a una noción general del proyecto de país que se pretende desarrollar. Además, las decisiones que emerjan de esas deliberaciones tendrían que traducirse en políticas de Estado de largo alcance para no tener solamente una duración sexenal.

Por un lado, el desarrollo científico supone una vasta cadena de actividades que van desde la formación de una masa crítica de estudiantes desde la escuela primaria, que dé oportunidad a los mejores estudiantes proseguir sus estudios hasta la formación en posgrado. Y por el otro, el desarrollo tecnológico autónomo tiene sustento en la investigación básica y no solamente en líneas de investigación aplicada a problemas específicos, las cuales, desde su origen están limitadas por el tipo de problemas que se plantean.

Desde luego sería muy importante para el diseño de una política científica mexicana analizar los aspectos que han permitido el desarrollo científico en países que han llegado a ser potencias mundiales, como Japón, EU y Alemania, entre muchos otros. Pero, sobre todo, habría que preguntarnos Ƒqué modelo de desarrollo educativo y científico queremos para nuestro país? La ciencia puede orientarse a la industria militar, a la depredación del ambiente o al desarrollo de tecnologías alternativas, métodos de cultivo que no deterioren la ecología y que propicien una más amplia participación de la sociedad en el bienestar. También es necesario un diagnóstico de las instituciones involucradas en la reproducción y la producción de conocimientos que existen en México, para saber qué es lo que necesitamos cambiar en la forma de desarrollar los programas de investigación, en la organización de las instituciones, en la difusión del conocimiento y la cultura, en la enseñanza en todos los niveles.

Estas son tareas de reflexión y de investigación, tan científicas como las de las ciencias duras, para las cuales la ciencia política, la sociología, la historia, la antropología y la sicología, están mejor equipadas. ƑPor qué no incluir en las prioridades educativas también la formación para las ciencias sociales, que son las que nos ofrecen una explicación de cómo somos y permiten desarrollar propuestas para el cambio en la sociedad y la política?

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