DOMINGO Ť 11 Ť FEBRERO Ť 2001
Jenaro Villamil Rodríguez
La república de la pantalla
El martes 30 de enero, Rocío Sánchez Azuara presentaba en su programa de Canal 13 otra cosa de la vida con el título "šAuxilio!... Mi mejor amiga es la pareja de mi madre". En la emisión, la conductora presumió no sólo el desclosetamiento televisivo de una presunta mamá lesbiana sino que anunció que la revista TV Notas nombró a su programa "el número uno" y que saldrían "de gira" por toda la República. Todo esto, en el marco de los gritos del panel de invitados: la hija histéricamente calculada, el esposo torturador, la madre con lentes oscuros como su tenue voz, y la amiga "arrimada".
Los insultos eran tan espontáneos como la predecible y calculada agresividad de la protagonista del talk show estrella de Tv Azteca, que mantiene un rating promedio de 11 puntos (rebasando en algunos casos los 15 puntos), algo inédito para ese horario, al cual no han podido desbancar las emisiones similares de Televisa: Hasta en las Mejores Familias y Laura en América, ambas con un índice de audiencia promedio de 6 puntos, a pesar de las innovaciones de Carmen Salinas como es su ejército de freaks, sus "metiches implacables". En su emisión del lunes 29 de enero, la conductora de Laura en América incitó al auditorio: "algunos piensan que este es un programa que no debe estar a esta hora. ƑUsted qué opina?".
Laura hacía obvia referencia al acuerdo unánime de los integrantes de la Comisión de Comunicaciones y Transportes del Senado de la República que el 23 de enero pasado le exigieron a la Secretaría de Gobernación que estos programas sean cambiados al horario nocturno "porque atentan contra la unidad familiar". Televisa respondió que está dispuesta a acatar este reclamo, siempre y cuando Tv Azteca hiciera lo mismo. La televisora del Ajusco se negó rotundamente y el productor de la serie Cosas de la Vida, Roberto Romagnoli, acusó a Televisa de una "campaña sucia" en contra de ellos porque no han podido ganarles audiencia.
Evidentemente, el éxito de los talk shows ya no sólo se mide en términos del escándalo que provocan entre las buenas conciencias, sino en la influencia que ha generado su oferta del "realismo" y agresión espontánea en otros ámbitos del discurso televisivo, como la propia cobertura noticiosa y la información de los debates políticos.
Quizá Televisa, para ganar audiencia y no tener que mantener programas tan "serios" como Zona Abierta, tenga que sustituir a Héctor Aguilar Camín -con toda y su insistencia por meterse a "temas escabrosos" como el movimiento gay- por una vedette más entrona y menos autocomplaciente. Sería un éxito organizar un programa con el obispo Onésimo Cepeda, Diego Fernández de Cevallos y el subcomandante Marcos que se titule: "šAuxilio! Llevan máscaras, son unos pobres diablos y eso nos perturba". Carmen Salinas podría cambiar a sus metiches por invitados permanentes como Félix Salgado o Eduardo Andrade, a quienes se les da muy bien la agresión espontánea.
Lo importante es que no dejen de insultarse porque el éxito radica en esta especie de demagogia realista que se basa en la agresión, en el conflicto personal, no por medio de las ideas sino de la exhibición de las miserias propias o ajenas, la exageración o impostación de las diferencias y un "mensaje positivo" que queda sólo como irónico gag de moralina.
Ya durante la campaña presidencial, los talks shows demostraron su influencia en el discurso político y la cobertura mediática de éste. Por ejemplo, el programa de Carmen Salinas del viernes 28 de abril del 2000, titulado "Aunque soy hombre soy más bonita que tú", tuvo un rating de 13.4 puntos, mientras el debate entre los 6 candidatos presidenciales, obtuvo en el Canal 5, de Televisa, una audiencia promedio de 6.3 puntos.
El problema de esta oferta televisiva no se remite sólo al presunto libertinaje ni al ataque a "instituciones fundamentales", como la familia y la pareja monogámica, mucho menos su tratamiento de la homosexualidad o de la diversidad sexual que siempre buscará privilegiar el ángulo escabroso derivado de la relación familiar "anormal".
En ninguno de los casos el show consiste en reflexionar o en defender la opción privada de cada quien, sino, por el contrario, en provocar la exhibición, en inducir el "acoso voyeurista" del tele-espectador, en encabezar una alianza entre el animador o animadora en turno con el público presente que, invariablemente, aplaude para dar "su veredicto" o interviene para despotricar contra los invitados.
En el centro de esta estrategia mercadotécnica está una especie de neopopulismo mediático que ha contagiado al mismo debate político con tres de sus ingredientes principales:
a) La reducción del ciudadano a un sujeto social sometido a sus pasiones e intereses inmediatos, una especie de "pre-ciudadano" privado de la facultad de acceder a una conciencia de interés general. En el lenguaje del politólogo italiano Giovanni Sartori, es un homo videns, cuya condición de homo sapiens es aplastada por el cacareo de las peores pulsiones del ser humano.
b) El prejuicio por la política y los asuntos públicos para privilegiar el lenguaje de las emociones. El éxito de la fórmula de los talk shows se basa en el paradigma que analiza Sartori: "las emociones no mienten, al contrario de la política".
c) El pretendido sentido "realista", "verdadero", "cotidiano" de los testimonios exhibidos que, en realidad, se trata de una demagogia de los espontáneo, como subraya Pierre Bordieu en su libro Sobre la televisión.
Todos estos ingredientes han trasminado los productos mediáticos. Están presentes en el debate público y en la lucha feroz de los políticos por obtener rating. Y, por supuesto, esto no se resuelve con un cambio de horario en la programación.