domingo Ť 11 Ť febrero Ť 2001

Rolando Cordera Campos

La regla de oro

apenas 10 días de que arrancara el nuevo gobierno, como nos lo recuerdan David Zúñiga y Matilde Pérez, Claudio X. González dio su voz de arrancan a la carrera empresarial por el poder: "Somos nosotros -dijo el presidente del Consejo Coordinador Empresarial-, los empresarios, quienes podemos guiar al gobierno de manera firme y decidida, en la ejecución de políticas públicas" (La Jornada, 07/02/01, p.6). La esperanza muere al último, pero después de ella seguirá viva y coleando la costumbre largamente cultivada por la empresa mexicana de dar lecciones al poder a la menor provocación, para esperar después por la recompensa correspondiente.

La historia viene de lejos, pero los dichos de hoy no son mera rutina; revelan que vivimos ya un punto de inflexión en las relaciones sociales y de poder básicas, que en nuestra historia moderna siempre se han organizado en torno al amor-odio entre los gobernantes y los patrones. Como se sabe, entre ambos se las han arreglado para que las otras clases fundamentales se mantengan bien portadas, conscientes de su lugar subordinado.

Hace más de 60 años, en Monterrey, el presidente Cárdenas, con sus 14 Puntos, definió para todo el siglo la perspectiva para las mencionadas relaciones. Sin aspavientos ni bravatas, Cárdenas delineó el papel del Estado nacional en el desarrollo, como uno de apoyo y fomento -complementariedad, podría decirse ahora- entre el gobierno y la empresa, pero siempre bajo la premisa de que las leyes las hacía el Estado y la política de poder también. A los inversionistas correspondía invertir y ganar, pero también plegarse a los designios de la visión estatal que entonces encarnara el político michoacano.

Más tarde, al empezar los años sesenta, Antonio Ortiz Mena y Raúl Salinas Lozano, secretarios de Hacienda e Industria y Comercio, respectivamente, del presidente López Mateos, confirmaron la visión de Cárdenas y respondieron al reto empresarial de entonces señalando "un solo" camino para México: el de la economía mixta con una clara división del trabajo; los negocios para los negociantes, el poder para los herederos y avecindados de la Revolución vuelta gobierno. La extrema izquierda dentro de la Constitución de la que habló en aquellos años el presidente con nostalgias vasconcelianas quedó atrás, y se abrió paso el desarrollo estabilizador.

Duró un rato el gozo de entonces, pero ya para 1974, con Juan Sánchez Navarro de ideólogo, los dueños del dinero reclamaron nuevos formatos de interlocución y participación en el poder. Se funda el CCE y los de la iniciativa privada hacen su primer ensayo en la vida pública. Poco tiempo después, ido el auge efímero del petróleo y ante las patadas de ahogado de un presidente despechado por la ingratitud de los ricos, lo que se pone en cuestión es precisamente la cuestión del poder. La "regla de oro" de la que hablaba el tribuno José Luis Lamadrid, del presidente árbitro y "decididor" de última instancia en la política como en la economía, se fractura irremisiblemente y el cuidadoso esquema esbozado por Cárdenas y afirmado por López Mateos entra en crisis. Es la crisis del México que la Revolución forjó y usufructuaron con desparpajo y alegría sus hijos, nietos y arrejuntados. Y en esas estamos.

Hoy tenemos el primer gobierno de los empresarios y sus empleados y exegetas, pero no hay conciencia pública de lo que este cambio entraña para el futuro de la política y la economía. No sabemos si los enjundiosos administradores que vienen del éxito sabrán volverse políticos de Estado, ni si sus consejeros que siempre han aspirado a serlo por designio divino tendrán agallas y sensibilidad para actuar conforme al más terrenal dictado de las urnas y de la deliberación y el juicio ciudadano, siempre, o casi siempre, plebeyo y enemigo de los privilegios.

El arreglo fundamental de la posrevolución se rompió, pero ello no significa que no haga falta convenio alguno. El propio convite presidencial a hacer de nuevo la Constitución indica dentro de su precipitación esa necesidad, aunque no se atreva a ponerle nombre y apellido. Ni la democracia que balbucea ni el mercado que avasalla todos los ámbitos pueden darnos en tiempo y forma esos acuerdos y acomodos que le dan piso y cimiento a todo proceso de desarrollo que aspire a durar. Para no hablar de un régimen que se nos anuncia como milenario porque su tránsito apenas ha empezado.

Si no es de oro, aunque sea de madera, pero regla debe haber. Lo que sí sabemos es que nunca se ha labrado a golpe de discursos. La capacidad de guiar al gobierno de que ha presumido el jerarca empresarial en turno tampoco parece cosa buena. Se necesitan dos para bailar el tango, pero aquí se trata de un baile más moderno... y movido. Buenos días Constitución, buenas noches Revolución.