DOMINGO Ť 11 Ť FEBRERO Ť 2001
Impedir el retorno de las dictaduras, reto: Alexis Ponce
Ecuador: La ruta de la debacle
El país vive uno de sus peores momentos a nivel económico y político. Tiene el primer puesto en índices de corrupción en el mundo, la tasa más alta de inflación en el continente y también el primer lugar en concentración de riqueza en pocas manos. Según la Unicef, en apenas un año tuvo un retroceso de 100 años (un siglo) en materia social
RAMON VERA HERRERA
Alexis Ponce, quiteño de origen y según él mismo declara, "no afiliado a partido político alguno", fue director de la Oficina de Derechos Humanos del Tribunal de Garantías Constitucionales, de 1991 a 1998, y director nacional de Derechos Humanos de la Defensoría del Pueblo de 1999 a 2000. Desde 1992 y a la fecha es vocero nacional de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH), una de las más importantes organizaciones humanitarias del Ecuador.
Fue defensor de los indígenas y militares detenidos luego de los sucesos del 21 de enero de 2000, que culminaron con la caída de Jamil Mahuad, a raíz de lo que fue publicado por Heinz Dieterich en su reciente libro, también publicado en México, La cuarta vía al poder, junto con otros nueve dirigentes sociales ecuatorianos. Entrevistado en exclusiva para La Jornada, reflexiona sobre la crisis que actualmente vive Ecuador y apunta algunos vericuetos de ésta que no se cuelan fácilmente a la prensa mundial.
Ecuador vive uno de sus peores momentos a nivel social, económico y político. Tiene la tasa más alta de inflación en el continente, el primer lugar en Latinoamérica en las estadísticas de concentración de riqueza en pocas manos, el primer puesto en índices de corrupción en el mundo y -según la Unicef- en apenas un año, entre 1999 y 2000, tuvo un retroceso de 100 años (un siglo) en materia social.
Exodo y rebelión
Con apenas 12 millones de habitantes, del país salió un millón de ecuatorianos en los últimos años, a consecuencia de la crisis social y la debacle financiera disparada a raíz del escándalo de "salvataje a los bancos" y del congelamiento de las cuentas de los ahorristas, dictada por el anterior presidente, Jamil Mahuad, para salvar a los banqueros inescrupulosos, caso que fue uno de los principales detonantes de la rebelión indígena-social y militar del 21 de enero del 2000, que derrocó al ex presidente y culminó con un efímero gobierno indio-militar y el ascenso de Gustavo Noboa, vicepresidente del anterior régimen.
Desde 1997, en que una insurrección popular logró la caída del ex presidente Abdalá Bucaram, Ecuador ha tenido siete gobiernos sucesivos, no ha logrado consolidar su endeble institucionalidad y ha vivido, más que ningún otro país de América Latina, una situación intermitente de insurrecciones sociales, movilizaciones populares masivas y levantamientos indígenas, cuyas causas deben buscarse en la profunda crisis que atraviesa: en Ecuador tocaron fondo 20 años de políticas de ajuste estructural neoliberal y de "democracia formal representativa", término con el que eufemísticamente se denomina a una democracia excluyente en lo social, lo político y lo económico.
Privatizaciones, dolarización y ajuste estructural, esquema básico de Noboa
El gobierno del presidente Noboa, que subió al cargo conspirando con el alto mando militar en contra de su binomio, Jamil Mahuad, mantiene el esquema económico básico: privatizaciones, dolarización y ajuste estructural.
Precisamente el último "paquetazo" de medidas económicas detonó la actual rebelión indígena-social que, nuevamente, sacude al país. A nivel social desestima los alarmantes indicadores de los organismos internacionales y de las agencias del sistema de Naciones Unidas y en lo político, culminó el viraje hacia la extrema derecha, que empezara Jamil Mahuad. Me da la impresión que, debido a la lealtad que profesa al alto mando militar que lo puso en la presidencia, el mandatario vive "secuestrado" por las mismas élites económicas, políticas y militares que han mandado por décadas en el país. Es decir, se vive en Ecuador una suerte de peligroso "bordaberrismo", en el que el presidente cada vez deja las decisiones más importantes a una pequeña élite político-financiera y, por supuesto, al alto mando, jugando un papel parecido al de Bordaberry en Uruguay antes de la instauración abierta de la dictadura militar.
La clase política coadyuva a este callejón sin salida, pues las expresiones partidarias de derecha, centro e izquierda, desafortunadamente no han podido vertebrar un proyecto de largo aliento para el país. Los partidos tradicionales han apuntalado al actual régimen y modelo, y la centroizquierda (la socialdemocracia) no ha entendido los veloces cambios ocurridos en la base de la sociedad.
Los empresarios aparecen divididos ante este panorama de convulsión política y social, y hasta regionalmente, excepto en los temas estratégicos de interés mutuo: las privatizaciones a ultranza y el mercado libre.
Sin embargo, la dolarización ha abierto brechas entre los grupos económicos, pues una significativa corriente de ellos ha terminado por oponerse a la misma y a la política de ajuste.
El sector financiero es el que, a pesar de tanto levantamiento social y convulsión política, manda en el país: las 234 familias más ricas tienen vinculaciones con la banca y los grandes medios.
Las Fuerzas Armadas también aparecen divididas, su pretendida cohesión es formal: los hechos del 21 de enero hicieron emerger una corriente progresista, democrática, nacionalista y bolivariana, de los coroneles hacia abajo, que existe, porque nuestras Fuerzas Armadas son atípicas en el continente, más dedicadas a lo social que a lo "profesional", más enlazadas en la cotidianidad a los sectores humildes que a las élites.
El presidente Noboa le debe su cargo a la Marina y a los generales del Ejército y la Fuerza Aérea. La Armada Naval ha sido la tradicional aliada de los grupos de poder de Guayaquil, y hoy mantiene el control hegemónico del alto mando, por vez primera en muchos años.
La Fuerza Aérea y el Ejército, en cambio, mantienen en su interior una heterogeneidad de posiciones, que van desde el fascismo puro, las menos numerosas claro está, al nacionalismo, la democracia con contenido social e incluso el bolivarianismo.
Estas corrientes patrióticas esperamos que impidan el retorno a la era de las dictaduras en Ecuador, que sería, según nuestro punto de vista, el país "modelo" para emerger esta alternativa en caso de que las cosas se pongan difíciles en la región para las élites y los Estados Unidos.
La sociedad civil no ha dejado de movilizarse, de luchar y acumular poder estratégico. El pueblo ecuatoriano ha resistido bravíamente el silencioso genocidio económico que le han impuesto sus élites: a mil 500 niños los hicieron pobres cada 24 horas, sólo en 1999, según la Unicef. Es decir, la magnitud de la crisis ha generado una movilización pocas veces vista en el continente.
Papel del movimiento indígena
La columna vertebral de todo este creciente y caudaloso río es, sin lugar a duda, el movimiento indígena, el más organizado y vertebrado grupo de la sociedad civil ecuatoriana, que incluso plantea una visión propia de país, una profunda transformación nacional y un cambio civilizatorio.
Pero se vive también una recomposición del sindicalismo, cuya muerte fue decretada junto al "fin de la historia", y un insurgir activo de otras capas y sectores sociales medios y pobres, cuyo crecimiento sostenido parecería obedecer al crecimiento de la pobreza: 85 por ciento de los ecuatorianos son pobres, según datos de agencias de Naciones Unidas.
Ecuador no ha vivido procesos represivos como los conocidos en el Cono Sur en los setenta, o en Centroamérica en los ochenta. Las dictaduras fueron "dictablandas" según muchos, y las izquierdas y los círculos intelectuales elitistas de América deben comprender que los militares también han sido víctimas del neoliberalismo, el "fin de la historia", la globalización y el posmodernismo: es decir, el sistema ha conseguido un efecto "boomerang" en estas instituciones, no creo que solamente en Ecuador sino en gran parte de la región andino-amazónica: Venezuela también respondería a ese patrón, del que habla Dieterich.
Sin embargo, la corriente hegemónica en el país, hoy parece ser la conservadora y es por ello que empieza a gestarse una escalada progresiva de la represión abierta.