COLOMBIA: UN PRECEDENTE Y UNA ESPERANZA
El acuerdo entre el gobierno del presidente Andrés
Pastrana y el jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC),
Manuel Marulanda, Tirofijo, despierta una esperanza y establece un importante
precedente. En efecto, en lo que se refiere a la esperanza, si el proceso
de negociación de las condiciones para la paz pudiese llegar a buen
puerto, se alejaría la justificación del Plan Colombia, elaborado
por Estados Unidos y que amenaza la soberanía colombiana, venezolana,
ecuatoriana, brasileña, además de la paz en nuestro continente.
En cuanto al precedente, es evidente que estamos, como
dijo De Gaulle sobre la paz en Argelia, en una nueva negociación
"entre bravos", pues el gobierno ha hecho importantes concesiones y la
guerrilla ha legitimado a un gobierno que calificaba de espurio y le ha
dado un crédito de confianza en problemas tan vitales como el combate
represivo contra los 8 mil 150 paramilitares que realizan asesinatos masivos
en las zonas controladas por las FARC y por otros grupos guerrilleros y
que pagan a sus mercenarios con el producto de extorsiones, secuestros
y aportes ilegales de empresarios nacionales o extranjeros.
El gobierno extendió por ocho meses más
la vigencia de un virtual derecho de extraterritorialidad para las FARC
en la zona llamada Marulandia, de 42 mil kilómetros cuadrados, que
abarca cinco municipios habitados por más de 100 mil personas, y
liberará a cientos de guerrilleros presos, mientras las FARC harán
lo mismo con 500 policías y soldados que tienen en su poder. Las
FARC, por su parte, aceptan la erradicación manual de la coca en
el territorio que controlan y la eliminación de los laboratorios
que convierten la hoja en cocaína, pero se niegan a aceptar la fumigación
aérea del cultivo de enervantes, que acaba también con las
actividades agrícolas y envenena a los campesinos y sus familias.
El gobierno, por último, se obliga a combatir a los paramilitares.
Es evidente que este acuerdo encontrará resistencias
importantes. En primer lugar, se ha probado a saciedad que los paramilitares
están apoyados por oficiales de las fuerzas represivas y por la
derecha colombiana y son armados por éstos, lo cual hace suponer
que la represión a esas unidades asesinas será por lo menos
obstaculizada por esos sectores, que consideran que Pastrana ha hecho concesiones
para ellos inaceptables.
Por otro lado, la represión por las FARC al narcotráfico
sin duda les provocará conflictos con los delincuentes, quienes
pagaban algo así como un impuesto, que servían para comprar
armas y pertrechos para los 16 mil guerrilleros de la agrupación
rebelde.
Ambos sectores negociadores de este modo no sólo
se reconocen mutuamente como la otra parte de un añoso conflicto
que debe ser solucionado para el bien de todos, sino que también
están dispuestos a sacudirse de encima la hipoteca de quienes están
interesados en una guerra de exterminio y en impedir la constitución
de un Estado en Colombia que se apoye en el consenso y la voluntad de paz
de los ciudadanos.
Frente a los exabruptos cavernícolas de quienes,
en nuestro país, rechazan la negociación pública y
abierta con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional
y cualquier concesión política a los insurgentes de enero
de 1994 y prefieren sostener a los promotores de la violencia (como eran
y son los paramilitares chiapanecos), el ejemplo colombiano muestra la
viabilidad de negociaciones sin ultimatos referentes a la deposición
de las armas en el camino de poner fin incluso a decenales y sangrientos
conflictos armados. Ojalá el ejemplo sirva para algo. |