DOMINGO 11 DE FEBRERO DE
2001
Las bandas funcionan "como si fueran empresas"
El nuevo rostro del crimen
Ciudad de México: cada 60 segundos se
cometen dos delitos que nunca se denuncian. La impunidad, medida en
números, es de 99.9%. El procurador capitalino, Bernardo
Bátiz, admite que en todos los actos ilícitos existe la
participación, activa o indirecta, de servidores
públicos.
El nuevo rostro del crimen se parece más al
de una empresa con una estructura piramidal, que acumula capital y
busca nichos rentables. Mientras, para combatirla, se siguen usando
los métodos del pasado
ALBERTO NAJAR * Ilustraciones de JANS
El recuerdo hace brillar los ojos de El Papel.
"Me ponía trajes finos y una mariconera (pequeña bolsa de mano), donde traía la escuadra. 'Buenas tardes -decía-. Disculpe la molestia, no quiero causar ningún daño pero se trata de lo siguiente: este es un asalto'. Y les enseñaba la pistola".
-ƑAsí nomás?
-Sí, porque les decía 'evíteme la pena de perjudicar a alguien', agarraba la pistola por la cacha pero nunca la sacaba. Y ya, te daban la lana sin broncas. Hasta me llegaron a decir 'qué bonito nos asaltó, a ver cuándo vuelve a venir".
Suelta una carcajada. No hay duda: recordar es volver a vivir, y para El Papel, experto en robo a negocios, ex asaltante de bancos y secuestrador, contar sus aventuras con la banda de Los Compadres ("todos lo éramos en distinta forma") es un gusto.
"Después me salía bien contento, y detrás de mí la muralla, las personas que te cuidan la espalda, porque lo importante es que el dinero llegue al coche o a la vía por la que te vas a escapar. Ellos no son importantes, porque si caen, con ese dinero los sacas, y además, como no dan la cara, nunca les comprueban que participaron en el asalto".
Una vez en el auto -"se trabaja con carros chicos que no llamen la atención pero que sean rápidos"- empieza la segunda parte del operativo: evadir a la policía.
"Todos los que están dentro de una organización delictiva fueron soldados, preventivos o judiciales, gente que ya se sabe el sistema y conoce cómo se trabaja en la policía. Yo trabajé con ex soldados, ex zorros (miembros del Agrupamiento Fuerza de Tarea de la policía capitalina) y ex granaderos. A todos los conocí cuando anduve de tira".
La membresía tiene sus privilegios. "Cuando nos llegaban a agarrar yo les hablaba en claves y les decía 'qué onda, yo también fui pareja'. Y con eso nos lográbamos chispar".
No basta, sin embargo, conocer al enemigo.
"Siempre tienes que traer a alguien que sea bueno para la manejada. Yo trabajaba con mi compadre José Luis, que era un chingón; se metía en fa por todos lados. La muralla se iba en otro coche y nos quedábamos de ver en la oficina uno, la dos o la cuatro", cuenta.
-ƑOficinas?
-Lugares estratégicos donde no había judiciales o ya los conocíamos. Por ejemplo la uno es en la Zona Rosa, la dos el Centro Médico y así. Te empiezas a organizar tanto que lo primero que haces es repartir y luego cada quien pone una parte de lo que le tocó para que el día que caigas, con ese dinero te puedan sacar.
-Como si fuera un banco.
-Sí, dejas el dinero con una persona de confianza, que en este caso era mi compadre. Nosotros teníamos hasta doctores que nos curaban sin necesidad de ir al hospital. A mí una vez me sacaron un balazo de la pierna.
El robo no termina hasta que se reparten todas las ganancias, que en el caso de la banda de El Papel incluía una visita al Reclusorio Oriente.
"Allí hay gente que te da fotos, croquis, direcciones y teléfonos de la gente que vas a ir a chingar", explica.
"Mi compadre iba por las planeaciones y luego nos hablaba por teléfono, 'Ƒsabes qué?, vamos a ir a jugar futbol', y entonces preguntábamos cuándo, a qué horas, en dónde y hasta qué uniforme hay que llevar. Yo llegué a robar uniformado de policía, se lo pedí a un ex compañero que ya sabía para qué lo quería; es más, enfrente del sector donde trabaja, en Tacuba, le pegamos a una dulcería".
-Y a todos les toca su mochada.
-O sea, cuando te ponen un tiro desde el reclusorio, de lo que saques les tienes que dar el 15%, pero al que me prestó el uniforme nomás le di una lana. Para todos hay; yo con el dinero de la dulcería de Tacuba me compré mi primer coche.
*Tiempos modernos
Las cifras del miedo, en papel:
Cada año en el Distrito Federal se cometen, en promedio, cerca de un millón 500 mil delitos que no son denunciados ante el Ministerio Público (MP), lo que significa que por minuto ocurren dos violaciones a la ley.
Este dato forma parte del estudio Ciudades seguras, elaborado por el área de derecho y control social de la Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Azcapotzalco, y que publicará el Fondo de Cultura Económica a fines de abril.
Según el documento, por cada uno de los delitos denunciados ante la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, se cometen otros ocho que permanecen en el anonimato.
La cifra surge a partir de una encuesta de victimización, mediante la cual se preguntó a los entrevistados si ellos o su familia cercana padecieron algún acto ilícito que no fue denunciado.
La hipótesis era que al menos un miembro de cada unidad familiar ha sido víctima de la delincuencia. Y resultó cierto.
Oficialmente el promedio de actos ilícitos que conoce la PGJDF es de 450 al día, según dijo el 2 de febrero el jefe de gobierno, Andrés Manuel López Obrador.
Esa fecha, afirmó el tabasqueño, fue inédita para la capital, pues no se cometió ni un solo homicidio, lo cual fue presentado como un avance en los programas de combate a la delincuencia.
"Esta no es una ciudad violenta -afirmó López Obrador-, y lo podemos probar".
Una semana después, en menos de 24 horas, nueve personas fueron asesinadas.
Empero, de acuerdo con el estudio de la UAM lo más grave del problema es la cantidad de delitos que no reciben sanción. Estadísticas del Tribunal Superior de Justicia (TSJDF) indican que sólo 3.6% son castigados con una sentencia condenatoria.
Es decir, oficialmente el nivel de impunidad es de 96.4%.
Sin embargo, al comparar el número de sentencias con la cantidad total de actos ilícitos cometidos (la cifra negra más los números oficiales) el porcentaje real de impunidad se eleva a 99.9%. En otras palabras, la posibilidad de que un delincuente sea castigado en la ciudad de México es de 0.1%.
Casi ninguna, pues.
"La frecuencia delictiva de esta época es la más alta del siglo -dice Fernando Tenorio Tagle, coordinador científico del estudio-. Ni siquiera durante los movimientos armados se presentó una situación de esta naturaleza".
Sin embargo, las cifras del miedo son una cara de la moneda. La otra es que los delincuentes capitalinos no actúan igual que antes.
Hoy, indica el estudio -y con éste coinciden investigadores del Instituto Politécnico Nacional (IPN)-, las bandas criminales se organizan igual que una empresa, con director, gerentes, capataces y obreros.
En la estructura participan administradores, abogados, contadores y hasta médicos particulares, como ocurría con Los Compadres. Todo con un solo objetivo: que la maquinaria funcione eficientemente y obtener los mejores resultados.
"La intención es acumular capital y ganar territorio -dice Tenorio Tagle-. Como si fuera una empresa".
Así, los delincuentes del pasado "que robaban por necesidad o por afectaciones patológicas", están ahora en vías de extinción.
Y se nota. Incluso en delitos que forman parte del paisaje urbano, como el asalto en microbuses, donde las bandas mantienen un férreo control de su territorio.
Un agente judicial asignado a la agencia 13 del MP cuenta que, a finales del año pasado un sujeto armado con una navaja trató de asaltar en un microbús que cruzaba la colonia Ramos Millán.
"En el micro iban unos ratas que trabajan en el paradero del Deportivo 18 de Marzo y que ya tenían puesto el tiro. Pero el compa ese se los echó a perder, se encabronaron y le pusieron una madriza. La gente hasta les aplaudió".
Ver para creer.
Como quiera que sea, lo cierto es que la evolución de la delincuencia se refleja ya en las estadísticas oficiales.
Datos de la Dirección de Reclusorios del gobierno capitalino muestran que en 1995 un total de 26 personas fueron procesadas por el delito de asociación delictuosa, mientras que el año pasado esta cifra aumentó a 213.
Actualmente 57% de los 22 mil internos que hay en la capital está acusado de delitos patrimoniales, y de ellos, la mayor parte cometieron robos calificados.
De esos típicos en la delincuencia organizada.
*Pizza de champiñones
En su primera comparecencia ante la Asamblea Legislativa, el procurador capitalino, Bernardo Bátiz, afirmó que detrás de la delincuencia hay servidores públicos.
"Es necesario reconocer -dijo- que en todos los tipos de delincuencia es dable encontrar complicidad entre delincuentes y autoridades".
De hecho, una de las primeras acciones que emprendió el gobierno perredista fue combatir la corrupción. El saldo de esta batalla es, en la PGJDF, de mil 922 personas despedidas hasta el año pasado, entre peritos, secretarias, agentes judiciales y del Ministerio Público.
Estas acciones, dicen investigadores, no bastan.
El estudio Ciudades seguras advierte que la delincuencia común y la que se realiza a través de redes criminales "comienzan a confundirse y a representar, de manera indudable, el mayor daño social. Pero quizá la nota más importante es su vinculación con miembros del propio sistema penal".
Con un matiz: "No se trata de la antigua imagen del funcionario corrupto que se servía de delincuentes para incrementar sus ingresos de manera ilegal, sino más bien de nuevas alianzas que, sin que hayan desaparecido las anteriores, han construido nuevas reglas en donde el funcionario aparece como servidor de las aludidas redes".
Sin embargo, independientemente de quién encabece a las organizaciones criminales, lo cierto es que la penetración de criminales en las corporaciones policiacas sigue alta, e incluso, como ocurrió con El Papel, los delincuentes hasta alcanzan reconocimientos en esas filas.
Hace 17 años, cuenta, la Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) le puso precio a su cabeza, porque se negó a pagar cuota.
Durante varios días le tendieron un cerco policiaco que rindió frutos. "Me mandaron al Tutelar y me cargaron todos los cortinazos (robo nocturno a negocios) del barrio, pero como llegué todo madreado se las volteó mi defensora y me dejaron libre".
Los agentes se enojaron. "Estaban dando 800 mil pesos viejos para el que me pusiera en la madre, y aunque todos sabían que sí le jalo al gatillo, de todos modos tuve que abrirme una temporada".
Irónicamente, para escapar de la policía El Papel se dio de alta en el Agrupamiento de Granaderos, donde permaneció siete años... Aunque nunca se retiró del hampa.
"Empecé a jalarme a los del seis (vecindad en Jesús Carranza). Les decía vamos sobre de un güey, trae una buena paca, un buen coche, reloj; los organizaba como a mí me gustan los tiros, todo bien checado. Era vaciado, porque se suponía que yo combatía a la delincuencia; hasta una vez me dieron un diploma por ser el mejor conductor de patrullas".
Sin embargo, en 1992 fue encarcelado en el Reclusorio Oriente por causar un accidente vial. Allí entró a las ligas mayores de la delincuencia.
"Me dije: si cuando anduve de rata nunca me agarraron y en la policía me clavan, pos mejor voy a volver a andar de culero. Y lo hice; cuando salí un cuate me dio una tarjeta con un número de teléfono y una clave, hablé y me citaron en la oficina uno. Me dijeron 'por esta persona vas a entrar al grupo, pero te vamos a probar'".
-ƑY cuál fue la prueba?
-Asaltar una pizzería cerca del Parque Hundido. Me dijeron: 'Vas a ir con un cuate pero tú vas a hablar, queremos ver cómo trabajas. Te va a preguntar si quieres pizza de champiñones; si dices que sí es que estás seguro de hacer el atraco, pero si dices que no mejor se salen'.
-ƑY te gustaron los champiñones?
-Era mi prueba, no podía decir que no. Además tenía que demostrar que era un chingón. Cuando el cuate pidió la de champiñones saqué la pistola y empecé a basculear a toda la gente, mi compañero nomás se llevó el dinero de la caja.
A partir de allí siguieron otros golpes: asaltos a dulcerías y camionetas de reparto, robos de nómina, secuestros y asaltos a bancos.
Todos bien organizados.
"En los secuestros exprés cada uno tenía su parte: el que checaba la rutina de la víctima, el que contrataba los cuartos de hotel para guardarlo, los que negociaban. A veces los hacíamos firmar cheques y los cambiábamos en los bancos de Reforma, o con la tarjeta comprábamos cosas caras y luego las vendíamos fácil, porque traían nota. Pero eso nomás lo hacían los que podían falsificar su firma".
Presume. "Una vez secuestré a un gringo que tenía un negocio famoso de chapas y llaves. Lo estuvimos checando como 15 días hasta que cayó; en ese tiempo no ganas nada, pero luego viene el billete grande".
-ƑEs igual secuestrar que asaltar un banco?
-Te tienes que especializar nomás en una o dos cosas, porque no la haces de otro modo. No es lo mismo robo a nóminas como el que me gusta hacer que atracar por un Rolex; en la nómina tienes que tener todo bien planeado para saber a qué horas llega la presa y por dónde te vas a ir. Con los relojes nomás le muestras a un güey cómo es el reloj y le pides que se robe uno igual, o te esperas hasta que pase uno y se lo arrancas.
"Pero el robo a banco no lo puedes hacer sin la ayuda de los gerentes y de la policía. Una vez nos pusieron uno por el norte y ya estaba todo listo, porque ya sabíamos cuál cajero nos iba a dar la lana y los policías se dejaron desarmar. Te digo que no hay pedo, porque te dicen hasta la hora en que lo puedes hacer.
-ƑA poco así de fácil?
-No, porque tienes poquito tiempo. O sea, desde arriba de la policía mueves a la gente con una orden de llamado que sale negativa. Pero si no sales en cinco minutos es tu pedo. Si la libras tienes que dar mochada, y si avientas al que te puso el tiro ya te chingaste, porque cuando caes al reclu no sales vivo.
De esto sabe bien El Papel.
En 1994 se dedicó a robar camionetas de la empacadora Fud, hasta que lo atrapó el grupo Xalostoc de la Judicial mexiquense.
"Rentaron combis para poder agarrarme, y me lo dijeron: 'Tuvimos que gastar un dineral para poderte agarrar, hijo de la chingada'. Me enseñaron un cheque que les dio la Fud, y dijeron: 'ƑCuánto nos vas a dar tú?'. Como no tenía suficiente me empezaron a golpear para que trabajara con ellos. Fue la primera vez que me zurré y me oriné de la tortura que me dieron".
Los golpes doblaron a El Papel.
"Me cambiaron todos los asaltos por el delito de portación de una navaja, y me remitieron a Chiconautla. Pero como yo no la había tocado pagué una feria para que me hicieran un examen de dactiloscopia y me soltaron rápido. Aprendes a defenderte, te haces abogado aunque no quieras".
* Peces para las redes
Veinteañero, con estudios mínimos de secundaria, por lo menos un ingreso al Consejo Tutelar para Menores, acostumbrado a la violencia, relacionado con organizaciones criminales en cualquiera de sus niveles, con poco respeto a la vida humana y adicto a las drogas.
Este es, afirman Georgina Isunza y Juan Carlos Hernández, del Centro de Investigaciones Económicas, Administrativas y Sociales (Ciecas) del IPN, el perfil del nuevo delincuente capitalino.
"Todavía en los años 80 se podía hablar del modelo típico, que venía de familias destruidas, de escasos recursos, con problemas de conducta y que tenía su barrio como un refugio -dice Hernández-. A partir de los 90, cuando entran en contacto con las redes organizadas, se puede decir que los delincuentes se globalizan".
Y no es sólo declaración .
La Dirección de Reclusorios reporta que en 1988 en las cárceles capitalinas sólo había un procesado menor de 20 años.
El año pasado los internos con esta edad sumaron 2 mil 168.
En 1988 la mayor parte de los procesados, 4 mil, tenían entre 31 y 40 años. Hoy el mayor rango de población, 10 mil 691, se ubica entre 21 y 30 años.
Por si fuera poco, también se registra un cambio en cuanto al nivel escolar de los delincuentes.
Hace 12 años en los reclusorios había 3 mil 172 procesados con estudios de primaria, que representaban el mayor rango en la población penitenciaria.
Ahora este lugar es de los internos con secundaria: 8 mil 937.
Los delincuentes con nivel profesional también aumentaron: en 1988 eran 243, mientras que el año pasado ascendieron a 919.
Y existe además un rango delictivo que hasta hora no pinta en las estadísticas, aunque es muy real. Es el que Jaime Alvarez, director de Reclusorios, define como "la criminalidad dorada", es decir, delincuentes "de cuello blanco", con mucha influencia económica y política.
El ejemplo típico es, define, Oscar Espinosa Villarreal.
Empero, quizá el dato más importante es el hecho de que, a diferencia de años anteriores, cuando las razones para cometer un delito eran fundamentalmente económicas o sociales, ahora existen otras causas para delinquir.
De acuerdo con un estudio sobre inseguridad pública que realizan los investigadores del IPN -se publicará en julio próximo-, "el 75 % de los jóvenes detenidos por cometer algún delito lo hicieron bajo el influjo de drogas o bien usaron su ganancia para comprarlas", refieren.
Lo más grave es, añade Isunza, que ante este nuevo panorama las autoridades responden con acciones del pasado.
"La delincuencia es más compleja y las instituciones siguen actuando de la misma forma. No han respondido al nuevo fenómeno. Para empezar, no parecen conocer bien a bien las causas que la motivan".
Ajeno a la investigación científica, la vida de El Papel confirma estos descubrimientos.
Al principio, para él robar fue una forma de llamar la atención y de obtener dinero, que después se transformó en gusto "por afectar a los demás, ver la cara que ponían; te sentías superior y hasta los humillabas más".
Después la emoción no fue suficiente, y aparecieron las drogas de todo tipo, desde un ácido al que llaman Mickey Mouse -"te sientes como ratón, pensando cómo robar pero siempre caminas pegado a la pared"-, hasta la heroína, para pasarla chido. "Me quedaba sentado en la esquina, contento, tranquilo".
Pero siempre, excepto los últimos cuatro años, la droga fue una recompensa al trabajo eficiente que realizaba.
Hoy, dice, es al revés, porque si hace unos años "buscábamos la forma de no lastimar a la gente", ahora la violencia parece un gusto.
La razón: "Casi todos son drogadictos, y por eso no mides consecuencias. Si la presa no te hace caso a la primera, le sueltas un balazo en una pata o en donde caiga, si puedes le quitaste y si no vámonos".
Y es que desde hace unos años -"todo empeoró con (Carlos) Salinas"- la droga es motor para delinquir.
"Hay chavitos de 10 años que andan de 18 (vigías), cuidando que no caiga la tira. A ellos no les dan dinero, les pagan con un punto (décima de gramo) de coca. Luego también los usan para transportar droga, hasta en las mochilas de las escuelas. Todos esos güeyes que andan allí (señala a los adolescentes que montan motos tipo Vespa) son burros, andan entregando coca".
-Los inducen en las escuelas, Ƒno?
-Cuáles escuelas, aquí mismo en el barrio. Ven a los cabrones que se están drogando, que ganan dinero y traen los tenis, la ropa o la moto que les gusta. Y como su papá no se las puede dar, pos buscan la manera de conseguirlos.
-ƑAsí los reclutan en las bandas?
-Así los agarran, porque saben que mientras necesiten la droga los tienen en sus manos. Los usan hasta que se acaban.
-ƑCómo se sabe si un chiquillo puede o no formar parte de una banda?
-Te das cuenta por sus actitudes, te fijas quién es más inteligente, más metódico, que se te queda observando. El que grita o anda de gandalla no sirve, porque así demuestra su miedo. Hay un dicho de Dios: cuídate de los pendejos, que de los vivos me encargo yo.
* * *
Hace cuatro años José Luis, el compadre de El Papel, le pidió que se abriera.
Hundido en las drogas, cada vez eran menos los tiros a los que lo invitaban, y cuando ocurría, los dejaba plantados.
Tal vez fue suerte, porque en uno de esos golpes murieron dos de Los Compadres. O quizá la parca nomás pospuso la cita, que sigue pendiente.
Porque ese mismo 1997, El Papel supo que es seropositivo. Se contagió, dice, "por andar prestando jeringas".
La noticia no lo inmutó al principio. Es más, dice, le pareció la mejor salida para el momento que atravesaba.
"Me quedaba tirado en el Metro o en donde fuera. Andaba de 18 por unos puntos, hasta de catador la hice".
-ƑCatador?
-Cuando llegaban a vender unas cajas (kilos de cocaína) me decían 'a ver Papel, pruébala tú'. Hacía la solución, me la metía en la vena, y si no me pegaba es que era anfeta. Pero cuando es coca sientes cómo llega a la nuca, te zumban los oídos y las quijadas se aprietan.
De ese tiempo le quedó un recuerdo: en el antebrazo derecho en el lugar que deberían ocupar las venas aparecen líneas negras.
Y a pesar de todo, esos eran los días buenos, porque la mayoría andaba erizo, sin dinero para comprar droga.
"Agarraba los botes donde otros quemaban la coca y sacaba toda la grasa, la recocinaba. A veces la urgencia era tanta que de la desesperación echaba pedazos de periódico en el bote y le jalaba. Pero allí se iba todo: la coca, el humo del papel, pintura, aluminio".
Los últimos días fueron peores. "Empecé a sufrir. No me podía mover, necesitaba la droga para pensar, hasta para comer. Me drogaba para vivir y vivía para drogarme. En el barrio pensaron que ya no me iba a levantar".
No dice cómo, pero se recuperó.
Ahora, la preocupación central de El Papel es formar un grupo de ayuda a drogadictos, que funcionaría dentro del principal centro distribuidor de la ciudad.
-Le vas a quitar clientes a la mafia.
-No me voy a meter con ellos, nomás voy a picar a los chavos, retarlos para que demuestren que son tan chingones que son capaces de dejar las drogas. Así funciona en el barrio, siempre quieres demostrar que eres superior.
Hasta ahora, el único recurso que tiene es su propio ejemplo, el mismo que narra a lo largo de tres horas en una calle de Tepito.
ƑSerá suficiente?
En el barrio quienes supieron de El Papel en sus días de gloria ahora lo desconocen. Antes, cuando tumbaba a cualquiera "con dos madrazos", todos estaban seguros de que el tepiteño iba para arriba. Pero luego la impresión cambió.
Hoy, dicen quienes no saben de su enfermedad, El Papel está cada vez más flaco. Hoy, se alarman, camina encorvado. Hoy, lamentan, perdió el brillo duro y agresivo de los ojos.
A lo largo de la entrevista tose constantemente, y después de cada acceso las ojeras son más visibles.
Pero a sus 33 años, el síndrome de inmunodeficencia adquirida es un asunto que toma con calma.
A mitad de esa noche en Tepito, entre adolescentes en moto que llevan y cobran dosis de cocaína, ácido, crystal y hasta mariguana, a El Papel sólo parece molestarle la única oferta de trabajo que ha recibido.
"Querían que fuera 18 pero bien, pagándome con dinero. Pero ahora mis ideales son otros. Ya dañé mucha gente".