LUNES Ť 12 Ť FEBRERO Ť 2001

José Cueli

Sólo quedaron El Juli y Ponce

La Plaza México vacía y soleada y unos novillos de Rodrigo Aguirre, descastados, hablaban del fin de una temporada en la que sólo queda el toreo juguetón y murmurante de El Juli y Ponce, entreverado de ricos caracteres, empapado de la época y los lugares, toreros que resultan hijos de un tiempo huérfano de concepciones armoniosas y universales, y toreros viriles y toros con trapío y edad. Ponce y Juli reflejan este toreo facilón que recoge los hálitos más nobles de otras épocas y comunica al ambiente de pesimismo, un optimismo torero, juguetón, alegría de vino dorado amanzanillado.

No tratan de llenar el toreo, simplemente aclaran y alegran la plaza y la luz popular de un tiempo. Su toreo, permeado de una España rejuvenecida, encaja como anillo al dedo a este México deprimido, con galas de ingenio, de emoción alegre, como las olas mediterráneas o los piropos madrileños que reflejan la ternura cifrada de un toreo maternal. En ellos prevalece la intención infantil, noblota, contraria al toreo macho, seco, hondo, bajo la envoltura de un tiempo mediocre y de una sociedad melancólica y sin alta tensión pasional. Tan es así, que la antigua pasión competitiva entre toreros mexicanos y españoles desaparece y da paso a este ballet torero a toritos amaestrados.

El toreo de lo que es ''de Juli y Ponce'' triunfa arrolladoramente sobre el toreo de lo que debe o tiene que ser, o de lo que podría ser, o de lo que solamente ridículamente pasaba como realidad inédita del redondel. Para el toreo macho a toros de verdad, la viva realidad era el ridículo y solamente excepcionalmente lo imaginado, lo mítico. Hoy el toreo se aniña, y mece el aire de un modo melancólico, sonriente, lleno de contradicciones y delicadas incoherencias.

Por necesaria paradoja, el juego torero de Juli y Ponce es espléndido y siempre deliciosamente fugaz en su ejecución, creado en colaboración con el tiempo que muere y se nos va sin sentirlo. El toreo que pasó en la visión que tiene de española, mexicana y oriental en murmullo de fuentes bajas, pegada a la vista. Pocos críticos han comprendido el toreo de Juli y Ponce, juguetón y fácil, comparado con el de antaño, en cambio la afición, el pueblo, cae bajo el espiritual desdén de estos toreros.

La Plaza México hace ocho días llena era un teatro solar, caracol vacío de pulpas que repetía un eco largo de melodías. Canela rumorosa de recuerdos toreros y que en su cemento parece la entibiada de alegría y tragedia. Nácar hueco que se empapó de sal aficionada.