LUNES Ť 12 Ť FEBRERO Ť 2001

Ť Juez, empresa y ganadero estafan de nuevo a la afición, al dar novillos sin cuernos

Enésima herreriada en la México, con mansos perdidos de Rodrigo Aguirre

Ť Orejita compasiva para Fernando Ochoa Ť Ahora debe irse el juez Lanfranchi

LUMBRERA CHICO

Con siete mansos perdidos de la ganadería de Rodrigo Aguirre ?formada con lo que a su padre, don Ramón, el ex regente, le sobró del DDF en tiempos de Miguel de la Madrid?, la Monumental Plaza México presenció ayer otra herreriada: el juez Heriberto Lanfranchi aprobó un encierro falto de trapío, casta, edad y defensas, para que tres mil desamparados se reunieran a tomar cerveza y ejercitar el gritón ingenio frente a la deprimente displicencia de Manuel Díaz El Cordobés, el inútil entusiasmo de Alfredo Ríos El Conde, y las buenas maneras de Fernando Ochoa, que terminó cortándole una orejita a un marrajo de regalo.

Pero, ante todo, qué vergüenza los toros de Rodrigo Aguirre, anunciados como cinqueños, que salieron con los pelos del morrillo y del testuz parados como si fueran becerros mamones, y parados se quedaron en el último tercio, pese a que ninguno se dejó picar. Así, la décimo octava pachanga de la temporada menos chica 2000-2001 reiteró cuán urgente es la intervención del gobierno capitalino para el rescate de la más antigua de nuestras tradiciones populares.
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Síntesis de la náusea

De gris perla y plata, con bordados en pasamanería, El Cordobés mató a Luna Llena, de 470 kilos, con un pinchazo, una media y un golpe de cruceta. Con su segundo, Cartuchero, de 528, repitió el pinchazo, clavó una entera desprendida y se retiró en silencio, envuelto en un aura de invencible mediocridad.

De azul cobalto y oro, bullidor en los tres tercios, el jalisciencie Alfredo Ríos intentó parar con el capote a sus dos enemigos ?Par de Ases, de 482, e Inolvidable, de 478?, lucirse en banderillas galleando por la cara y templar con la muleta, por abajo y en redondo, pero eran tan móndrigas las reses que le tocaron en suerte que suprimió de un bajonazo con hemorragia a la primera y de dos pinchazos y pinchazo hondo a la segunda.

Por último, de azul pastel y oro, Fernando Ochoa estuvo a punto de cuajarle la faena a Noche Azul, de 475, al que le porfió horrores, pero lo despachó de un sartenazo y apenas salió a saludar al tercio. Con su segundo, Curro, de 480, un novillo con cuernos de becerro, nada consiguió, porque el bicho, el de mejor estilo entre sus hermanos, fue pitado de principio a fin, debido a su ridícula presencia. Ante el escándalo que arreciaba, el ganadero le regaló a Juancho, de 512, un burel horrendo, armado sin embargo con un pavoroso sombrero de charro ?cornipaso y astifino?, que se limitó a defenderse tirando gañafonazos para que el muchacho consiguiera algunos buenos pases con la derecha, y lo liquidara de otro bajonazo que Lanfranchi premió con una oreja.

Con estos jueces

¿Qué hace un juez como Heriberto La  nfranchi en la plaza más importante del país? ¿Qué méritos tiene para representar al gobierno de Andrés Manuel López Obrador? ¿Alguien puede citar al menos un detalle, a lo largo de esta temporada, en que hubiese actuado con un mínimo de honestidad? Pues ayer tampoco fue la excepción.

Un juez que se respete a sí mismo jamás hubiese aprobado un torete con unos cuernos tan deplorables como los del mal llamado Curro, que podían caber en la guantera de un Volskwagen.

Pero Lanfranchi todo lo pasa, bien porque le tiene pánico a Rafael Herrerías, o porque ya no ve, o porque tal vez lo recompensan debajo de la mesa para que se haga el ciego.

Por eso, toda la aciaga tarde de ayer, estuvo presente en el ánimo del público la acertada y fulminante destitución de Salvador Ochoa, que López Obrador decretó con gran sensibilidad política, logrando uno de los primeros éxitos sonados e irrebatibles de su joven gobierno.