Ť Analfabetos políticos, quienes auguran el fin del socialismo en la isla, dice el comandante
En Cuba surge un tema inevitable: los posibles escenarios de la era post-Castro
Ť ¿Qué pasará la fecha que los cubanólogos ya definen como the day after?
Ť Los sentimientos de nuestra patria tienen una profunda coraza, dice Fidel
BLANCHE PETRICH ENVIADA
La Habana, Cuba. La era post-Castro. ''¡Excelente frase; aquí todos hablan de ella, los niños, los jóvenes, las mujeres, donde quiera que usted vaya se habla de la era post-Castro!''. Es el propio Fidel Castro, presidente de este país desde hace 42 años, quien extiende los brazos y mira al cielo aludiendo a una etapa en la que él estará ausente del liderazgo cubano, por razones puramente biológicas: el hombre tiene 74 años bien puestos.
Se ríe: ''Hablan de la era post-Castro y no se dan cuenta que no es Castro el que está y
Entre los cubanólogos existe ya el término para ese escenario, the day after. A ellos, el vital y septuagenario líder les recomienda: ''No se equivoquen, encontrarán una muy profunda coraza en los sentimientos de nuestra patria''.
En todo caso, ha tocado el tema este domingo, y no es la primera vez. Algunos observadores leen entre líneas que es un indicio que el líder ya piensa en el tema del relevo en el poder, en una transición que no se parezca a los desastrosos escenarios del desaparecido campo socialista. ''Una transición guiada'', es el término de algunos teóricos.
Pero si se trata de ver signos de una vitalidad menguada en la persona de Fidel, esto es lo que el carismático hombre deja ver:
Doce horas con el comandante
Aproximadamente a las ocho de la noche Fidel toma la palabra en el podium del Palacio de las Convenciones, durante la solemne ceremonia en la que los zacatecanos se vuelan la barda: ante el gobernador Ricardo Monreal, que jamás se quita la sonrisa, la Universidad Autónoma de Zacatecas ?que ha llevado a más de 200 alumnos a la isla? le confiere un doctorado honoris causa; el Congreso estatal, en presencia de 11 diputados locales, sesiona ahí mismo para entregarle ?de manos de un panista, por cierto? un título honorífico, y el cabildo en pleno de la capital de ese estado le entrega las llaves de la ciudad.
Durante tres horas, el comandante reseña lo que llama ''la historia de dos países'' ?México y Cuba?, en una charla llena de recovecos filosóficos.
Amanece el día siguiente y Fidel todavía sigue hablando, encarrerado, pero en otro escenario. Un grupo había sido invitado a cenar con él en la sede del Consejo de Estado. El gobernador zacatecano maniobró para dar cabida a algunos reporteros entre los invitados. Ahí recomenzó el discurso castrista y no se detuvo sino hasta bien entrada la mañana siguiente.
Casi daban las siete y media del lunes y Castro nos encaminaba una vez más al elevador, intentando poner fin a la velada que él mismo volvía a prolongar. De pronto, se interrumpió recordando algo, anfitrión atento y delicado: ''¡Pero cómo! ¿No les ofrecí tabaco?''. Pero sí, había ofrecido. Con los brazos mantiene abierta la puerta del elevador, detenido en la planta principal de la sede del Consejo de Estado. Ya empacados y listos para bajar, media docena de periodistas, únicos sobrevivientes de una cena de 50 comensales, escuchamos sus últimas arengas a la amistad cubano-mexicana, sus reiteradas expresiones de agradecimiento por el gesto zacatecano: ''Cuando se recibe un favor de un amigo, se aprecia muchísimo más''.
A esa hora, algo de caspa salpica ya sus hombros. Las mangas del saco oscuro, holgado sobre un cuerpo que ha perdido muchos kilos, son más largas que las de la camisa. Tiene las uñas crecidas, las manos elocuentes, como siempre. Pero parecería que hablar lo revitaliza. Todos acusan los estragos de la noche en blanco, menos él, sonrosado, cada vez más jovial y cálido, como su corbata roja.
Brinda los últimos besos a las cuatro reporteras presentes. ''Bueno ya, adiós'', dice por fin y el elevador se cierra. Están por cumplirse 12 horas en compañía de Fidel Castro. Solamente la despedida duró tres horas, plenas de sabrosísimas anécdotas sobre la realidad mexicana vista por Fidel que, sin embargo, pacto de caballeros, quedarán en el misterio del off the record. ''Esto es en off, esto es en off'', advertía muriéndose de risa como prólogo de cada pasaje.
A esa hora, en algún rincón habrá quedado dormido Carlitos Valenciaga, su joven asistente particular, extraído de la mata del Frente Estudiantil Universitario, como todos los jóvenes cuadros que en los últimos años se han formado a su sombra: Robertico Robaina, Felipe Pérez Roque, ahora Valenciaga. Los primeros empleados empiezan a llegar, a abrir oficinas, a barrer pisos.
Autobiografía oral
De todo habla, ningún tema le resulta ajeno. En el comedor, dispuesto para 50 invitados, los meseros empiezan a circular a medianoche el primer plato, toronja. Tienen pinta de haber estado ahí siempre, sirviendo en centenares de eventos como este a lo largo de la historia de la revolución. Cada asiento tiene un micrófono, pero sólo funciona uno, el de Fidel Castro. Es a él a quien todos quieren escuchar.
Sabiendo que sus interlocutores son mexicanos empieza con una conocida anécdota de cuando él y el Che fueron hechos presos en México y un joven capitán de la Dirección Federal de Seguridad los interrogó. Era Fernando Gutiérrez Barrios. Pasa de inmediato a hacer algunas precisiones sobre versiones erradas de la biografía de su antiguo compañero de armas, el icono Ernesto Guevara.
Quién sabe cómo pasa al tema de las contradicciones de Lenin y Trotsky. Su vecino de la derecha, el embajador Ricardo Pascoe, ex trotskista, mastica su pan, concentrado. Otro salto en la conversación y ahora escarba en la historia de la isla, la era de Fulgencio Batista. Algo dice de las fuerzas de derecha y amistoso echa el brazo sobre el hombro de su vecino de la izquierda, un diputado de la bancada panista del Congreso de Zacatecas.
Acorde a la moda gastronómica cubana, que en últimos tiempos intenta equilibrar sus malos hábitos alimenticios con buenas dosis de lechuga y tomate de los mercados agrícolas, Castro hinca el tenedor y lo mantiene al aire mientras los demás transitan por los demás platillos. Ahora ha pasado al tema de su infancia. Habla de una fotografía que debe existir en el álbum de los Castro Ruz: Raúl, de seis años, en brazos de Fulgencio Batista. El militar había acudido a una ceremonia oficial a la escuela donde asistían los hijos del hacendado español Angel Castro Argiz y de Lina Ruz, y el niño menor había llamado la atención del personaje. Lo levantó, se hizo retratar con el chiquillo y llamó a uno de sus oficiales: ''¡Hey! ¿Cuándo hacemos general al sargentito?''.
Ya tendría tiempo Fidel Castro para adoctrinar al hermano, ''cosa que hice muy bien'', agrega.
En un momento de su vida, cuando ya contaba con su primer grupo de rebeldes, se percató que varios de ellos eran hijos de españoles y que se parecían entre sí en el temperamento. ''Tiempo después me dije, caballero, esto es un fenómeno. Y me puse a pensar en el porqué. Y he llegado a la conclusión de que todos éramos de temperamento muy rebelde, consecuencia lógica de tener un padre así, como eran los padres españoles, muy autoritarios''.
No suele dar demasiadas pistas sobre su vida personal y su familia, pero tampoco pierde ocasión de recordar a una rama de su primera familia política, los Díaz Balart. Uno de esos lejanos sobrinos políticos suyos es uno de los anticastristas más recalcitrantes del lobby cubano en el Congreso estadunidense. ''Y cada vez que viene a Cuba un congresista norteamericano aprovecho para que le digan a ese señor que lo manda saludar su tío''.
Las hojas de lechuga de Fidel Castro siguen intactas, mientras la mayoría ya va dando cuenta del plato fuerte: lechón asado, congrí oriental y un cerro de hojuelas de plátano frito, la antítesis de la cena sana. Son las 2:30 de la madrugada y aparece el vino en la mesa. Los meseros dan a escoger al presidente varias opciones que él mira distraído. ''¿Cuál quiero? No sé, el mejor, sirvan el mejor''. Y circula entonces el tinto Vega Sicilia, de las riberas del Duero.
De un salto, la conversación ha caído en terrenos de la educación en condiciones de marginalidad. Uno de sus proyectos consentidos lo lleva a Haití, donde pedagogos cubanos capacitan a millares de maestros rurales con dos esquemas, uno en creole y otro en francés. Se aplica un modelo que ya funcionaba en Africa. Como suele hacer, el comandante cita de memoria cantidad de estadísticas, pero para corroborar pide apoyo del ministro de Educación, que agrega algunos datos.
De Haití, Castro pasa a los sectores marginales de la propia capital cubana. Se detiene en los detalles de un programa de formación de trabajadores sociales, iniciado hace algunos años. Con muchachos de la Unión de Jóvenes Comunistas y el FEU, se levantó un diagnóstico sobre la situación de niños y adolescentes desligados de toda actividad laboral o escolar y se hizo un estudio sobre las familias. Sobre este diagnóstico se realizaron cursos de capacitación de esos jóvenes en trabajo social, para que ellos mismos atendieran a otros chicos del mismo medio. Ahí entra un muchacho medio adormilado, que consulta sus papeles para brindar las cifras que requiere el presidente, pero es corregido sobre la marcha. Un caso cualquiera de una familia que vive en hacinamiento no tiene tres camas, sino cuatro, ''acuérdate'', dice Castro. El estuvo ahí, en esa vivienda, participa con los muchachos en la investigación de campo, así que sabe de lo que habla.
Estudiante rejego
Es un mundo de cifras y estadísticas que maneja con precisión. ¿Sería bueno para las matemáticas cuando chico? ''¡Qué va!''. Y se lanza a contar su vida de estudiante rejego a la severidad de los jesuitas. No entraba a clase de matemáticas, ni química ni biología. Lo suyo era el derecho romano. Y desde luego el deporte, en particular el basquet. Jamás aprobó una materia con menos de nueve. Le bastaba leer tres o cuatro veces los libros antes del examen. Hasta en física obtuvo buenas notas, a pesar de que su profesor le negó el 10 que mercería por su activismo en la política universitaria.
Por un lado de la mesa, el canciller Felipe Pérez Roque ya empezó el trabajo de la mañana. Un asistente le pone enfrente una síntesis informativa. Más allá, otro propio entrega un sobre amarillo a Carlos Lage. El también atiende lo suyo. Pero en el ángulo opuesto, el doctor José Millar Barruecos, presidente del Polo Científico y secretario del Consejo de Estado, cierra un momento los ojos. Es el famoso Chomi, uno de los hombres más cercanos al Caballo, un médico que tiene la manía de retratar a todo aquel que se acerca a Fidel. Su archivo personal es ?dicen? impresionante.
Por momentos, Castro pasa la palabra a sus ministros y colaboradores, y aprovecha para dar cuenta del contenido de su plato. Casi son las cuatro de la mañana, todos han devorado incluso el helado de Copelia y las galletas de chocolate ?las africanas a las que les canta Silvio Rodríguez?, pero el anfitrión apenas va en el entremés de camarones.
Con los digestivos, el café y el tabaco, el mandatario cubano se hunde en reflexiones sobre el efecto de la marginalidad ?que existe en la isla y no lo niega? y la delincuencia juvenil. Por cada menor que delinque aquí, la familia es estudiada y atendida. Y se sabe que solamente 2 por ciento de los chicos en los penales tienen padres integrados a la vida laboral del país. El resto es reflejo de la desintegración familiar y la desarticulación de los padres de la sociedad.
No tarda en amanecer y algunos de los visitantes zacatecanos tienen vuelo de retorno a primeras horas del día. Empiezan las despedidas y la tertulia se traslada al área de los elevadores. La charla informal pasa por la conversación que tuvo hace unos días con un ''magnate norteamericano, que no voy a mencionar''. Pero luego admitiría que es Ted Turner, su amigo. Que por cierto ya no llega a la isla con su ex esposa Jane Fonda, ''una mujer interesante, inteligente, además de guapa''.
Y a la pesca, su pasión. Cuenta de una experiencia que en días recientes le dejó una profunda impresión, la captura de un manatí. ''Su muerte fue casi humana, cómo sangraba, cómo se quejaba''. Los manatíes, esos míticos mamíferos marinos, las sirenas. Pero se apresura a añadir, no fueran a creer que el comandante es depredador: ''Aquí tenemos granjas de manatíes, los cuidamos''.
Y la trivia. Su color favorito es el verde olivo; su día, el lunes; su autor, ahora y siempre, Gabriel García Márquez. En Cuba, al parecer, se está rehabilitando la figura de Bill Clinton, ''un hombre ?lo califica el comandante? con honestidad intelectual, pero indeciso, vacilante''. De Monica Lewinski, ni una palabra. ''Nosotros respetamos la vida privada de todos, hasta de nuestros enemigos''.
Hay un tema que toca superficialmente, como no queriendo invocar demonios: el nuevo habitante de la Casa Blanca, George W. Bush, y los nulos puentes que existen entre su gobierno y la isla. En este terreno, el discurso para consumo interno es duro, antiimperialista, intransigente. Pero en privado se refrena.
Así, hasta que llega la hora: ''Bueno ya, adiós''. Soltó las puertas del elevador con una gran sonrisa. Y desapareció.