martes Ť 13 Ť febrero Ť 2001
José Blanco
La agonía del muerto
No hace mucho un distinguido miembro del PRI dijo en pocas palabras y en tono de advertencia: "si los priístas no nos dividimos, nos vamos a dividir". Señalaba así lo que parece ser el rumbo ineluctable del otrora poderoso partido. Si los propios priístas no llegan a un acuerdo sensato para reconocer que no representan el mismo proyecto político y quieren por la fuerza mantener la unidad, crecerá la emigración u ocurrirá la creación de otro partido político por un sector de actuales priístas, sin acuerdo de término del antiguo matrimonio. También puede decirse: si alguien no aplica urgentemente la eutanasia al PRI, se va a morir. La única incógnita es qué tan pronto ocurrirá el deceso. Aunque debe reconocerse que priístas diversos están haciendo lo necesario para colaborar en la cesación de la vida política del invencible.
El anuncio a los cuatro vientos de la garantía de su pronta defunción es el diagnóstico predominante en las filas de sus cuadros más visibles: el PRI perdió la Presidencia porque se olvidó del (decrépito) discurso revolucionario que prometía el oro y el moro --siempre para mejores tiempos-- al pueblo. Difícilmente existe en ninguna parte un discurso ideológico tan obviamente exánime como el vetusto discurso de la Revolución Mexicana, pero gran número de priístas se halla en la ofuscación irreparable: como la injusticia y la desigualdad sociales son en este país monumentales, esos priístas creen que el añoso batiburrillo revolucionario procede. Como si el anciene régime, el viejo Estado corporativo, con todo y su discurso "revolucionario", no tuviera parte fundamental en la injusticia y la desigualdad sociales. Por supuesto, la ofuscación es más profunda: esos priístas creen tener muy claro, y así lo afirman, que durante los últimos dieciocho años no hubo discurso y política "revolucionarios", sino un discurso "neoliberal" contrario a los "postulados de la Revolución". No se enteraron aun por qué el Estado corporativo arribó en los años setenta a la década postrera de su longuísima vida política. Y es que suele ocurrir así en la historia humana: la cosa ya no existe, pero el discurso sobre la misma continúa en la cabeza de sus nostálgicos sobrevivientes. El Estado corporativo hace tiempo expiró, pero el partido político casi único que le correspondía, ahí sigue, flotando sin asideros en el éter. Cierto, purulentas partes de las entrañas y de los órganos de lo que una vez fue el Estado corporativo aquí y allá también ahí siguen, pero ya sin el cuerpo al que pertenecieron, especialmente sin su núcleo rector de control y dirección central.
Por supuesto, también las actuaciones cuentan en la próxima inhumación priísta. La coartada de Cervera Pacheco parece evidente: la recuperación del PRI de los diplodocos aunque fuere por lo pronto en Yucatán: polarizarse al extremo con el centro del poder federal, y con Fox en particular, mediante la exacerbación intensa de los sentimientos localistas (que en Yucatán tiene sus antecedentes históricos) para atraer hacia el PRI los votos de mayo (o cuando vaya a tener lugar la próxima elección estatal): votar por Yucatán es votar por los cerveristas y viceversa, tal es la construcción ideológica que intenta el inefable gobernador. Muchos ciudadanos yucatecos "conscientes", votantes potenciales del PAN y del PRD, serían llevados a votar por la soberanía y la dignidad de la patria maya, antes de dejarse pisotear por el imperialismo del centro.
Si el TEPJF y el Ejecutivo federal hacen cumplir la ley en Yucatán --a lo que están obligados--, sobre todo si finalmente es menester el uso de la fuerza pública y algunos resultan tundidos o aprehendidos, Cervera se creerá triunfante. Habría logrado despertar en los yucatecos el máximo repudio "al centro". Así, en mayo podría vencer nuevamente a través de interpósito saurio y, aún más, podría experimentarse con el nuevo modelito en otros estados: la búsqueda del repudio al gobierno federal, "al centro", como vía de refortalecer al PRI. Dada la historia centralista habría proclividad hacia ese sentimiento en la sociedad mexicana que habita en los estados de la República. Es la apuesta cerverista.
Los priístas de la rama del jurásico superior no tienen en cuenta, sin embargo, que el Estado corporativo no existe más y que, en lo fundamental, hace alrededor de un cuarto de siglo comenzó a dejar de ejercer la pedagogía política dominante en este país. El vaciamiento ideológico-político de la CNC, de la CTM y el Congreso del Trabajo y de la CNOP (con sus rebautizos), desde hace lustros, aunado a los jalones de modernización económica, ha implicado una gradual aunque espontánea, pero continua, transformación de la cultura política de la sociedad mexicana. La estratagema cerverista no navega entre inocentes.