martes Ť 13 Ť febrero Ť 2001
Luis Hernández Navarro
SOS café SOS
Los cafetos están llenos de frutos que no encuentran manos para ser cosechados. Cubriendo los suelos de las serranías han aparecido rojos tapetes hechos con semillas de café que no fueron pizcadas a tiempo.
Es una riqueza que se pierde porque el grano no tiene precio. El productor no puede prescindir de contratar cortadores. Entre noviembre y marzo, dependiendo de la altura a la que se encuentren las huertas, el aromático madura. Todos los brazos de la familia campesina se destinan entonces a su recolecta. Los niños dejan la escuela y las mujeres la casa y el traspatio para trasladarse a las pequeñas plantaciones, pero no son suficientes. Hay que pagarle a otros, frecuentemente familias indígenas de regiones productoras para que completen la fuerza de trabajo faltante, si no se quiere que el producto se eche a perder.
El pequeño caficultor debe hacer un enorme esfuerzo para conseguir la paga del jornalero. La mayoría de ellos recibe dinero sólo hasta que la cosecha termina. Tiene que contratar crédito con su organización, si es que está asociado, o caer en las manos de los coyotes o los usureros. Pero resulta que ahora no puede hacerlo. Los cortadores reciben en pago 14 pesos por una lata con café cereza que pesa 15 kilos. El productor que no es pergaminero se ve obligado a vender el kilo por sólo un peso 30 centavos.
Una cadena invisible amarra a los cafetaleros que viven y trabajan en las montañas del sur de México con la Bolsa de Valores de Nueva York. El destino de las familias campesinas dedicadas a la producción del aromático se decide en el edificio ubicado en el número 8 de la calle Boad Street de Nueva York, adornado con la escultura de una mujer ataviada con un gorro alado, símbolo de Hermes, dios del comercio y los ladrones entre los antiguos griegos. Allí, un pequeño puñado de Fondos de Inversión, grandes comercializadoras y especuladores decidieron que el precio del café debe bajar porque hay más oferta que demanda.
En las comunidades cafetaleras hay tristeza. El precio en el mercado internacional del aromático cayó a 62 dólares las 100 libras; durante años fue de entre 120 y 140 dólares. El café mexicano, además, es castigado con una multa de entre ocho y diez dólares, supuestamente por problemas de calidad. Los costos de producción de esas 100 libras giran entre 70 y 80 dólares. Así es que, si las matemáticas no mienten, resulta que los productores invirtieron en este ciclo más de lo que van a recibir. O sea, van a perder dinero; muchos, el único que iban a recibir este año.
La crisis cafetalera es un drama para el país y para las familias que viven de la producción y recolección del grano. Trabajan en el sector 283 mil productores, 200 mil de ellos --la mayoría indígenas-- con predios de apenas 2 hectáreas. Cerca de 750 mil jornaleros se emplean durante la temporada de cosecha.
En los pueblos que viven del aromático ha crecido la migración, los robos, la violencia y la inquietud de sembrar estupefacientes. En muchos hay la tentación de meterle machete al cafetal y producir maíz para tratar de sobrevivir. Si la tendencia sigue, el desastre económico y social se convertirá en una catástrofe ambiental. El arbusto del café crece en laderas acompañado de árboles que le dan sombra; usualmente sirve como zona de amortiguamiento sobre selvas y bosques. Cortar los cafetos --que tardan cuatro años en comenzar a producir-- para sacar 600 quilos de maíz por hectárea, que es lo que se obtiene en las zonas empinadas, erosionará los suelos y deforestará zonas arboladas.
A pesar de la gravedad, el nuevo gobierno ha hecho muy poco para paliar esta situación. La generosidad que mostró para subvencionar a los industriales que usan gas ha estado ausente con los caficultores. Aprobó un programa de emergencia en el que invertirá tan sólo 300 millones de pesos, o sea, mil pesos al año, 80 al mes por productor. Los apoyos, además, llegarán hasta marzo, cuando la cosecha toque a su fin, sin tomar en cuenta a las organizaciones de productores. Acordó participar en un programa de destrucción de 100 mil sacos de grano de mala calidad destinado a elevar los precios, que hasta ahora no ha hecho. Pero sigue permitiendo que las grandes empresas como Nestlé importen café basura, a pesar de que la producción nacional puede abastecer el mercado sin problemas.
Curiosa ironía: sea por aversión al mundo campesino o por novatez, un gobierno que en el discurso afirma dar gran importancia a la microempresa ha abandonado a la suerte de un mercado desregulado a los pequeños empresarios de un producto de exportación que trae divisas al país, crea empleos y protege el medio ambiente.
Las luces de alarma se han prendido en el campo mexicano. Los cafetaleros han mandado al país un angustioso SOS. Los nuevos funcionarios harían bien en no desestimar ese mensaje. La rebelión chiapaneca de 1994 se nutrió de la crisis del café que comenzó en 1989.