MARTES Ť 13 Ť FEBRERO Ť 2001

Javier González Rubio Iribarren

De Freud al genoma

El 12 de febrero del 2001 será un día histórico en el largo recorrido de la humanidad que quién sabe cuánto tenga de futuro, pero que según los últimos descubrimientos oscila entre los 12 y 15 millones de años de pasado, es decir, desde que nos erigimos bípedos.

El 12 de febrero quedó confirmada la secuencia del genoma humano que en junio anunciaron al mundo el presidente William Clinton y el premier británico Tony Blair.

La certeza de que el ser humano tiene 30 mil genes poco más o menos -todavía unos científicos hablan de una diferencia de mil- abre enormes posibilidades para la ciencia, para la cura de enfermedades y, desde luego, para los terrenos éticos de la persona humana.

Al empezar el siglo pasado, en 1900, Sigmund Freud abrió nuevos e insospechados horizontes para comprender el espíritu humano con la publicación de La interpretación de los sueños, libro que hablaba, a fin de cuentas, de códigos que el hombre crea para descifrar su propio comportamiento. Después, su brillante discípulo disidente, Carl G. Jung, se salió del ámbito finfantil y familiar de los principios freudianos para encontrar raíces de neurosis en el pasado remoto, al tomar en consideración el peso histórico, heredado -se ha dicho genéticamente heredado- de los temores, mitos y arquetipos, y después, en los años 50, Erich Fromm abordó el tema de la interrelación conflictiva del individuo con la sociedad y el sentido del amor. Con ellos tres quedaba establecido el basamento del estudio del espíritu, de las enfermedades inasibles del hombre: el pasado, el ámbito familiar y la interrelación con la sociedad y el papel de los sentimientos. Más allá de los denuestos y críticas que la teoría freudiana del sicoanálisis tenga en muchos detractores lo cierto es que hoy todavía logra explicar múltiples aspectos de la conducta humana.

A la mitad del siglo pasado, escritores poco valorados por la inteligencia exquisita, pero con un gran conocimiento de la condición humana, como Ray Bradbury -en primerísimo lugar-, Phillip K. Dick y Arthur C. Clarke, principalmente, echaron mano de la, en su momento, llamada ciencia ficción para, teniéndola como pretexto, cuestionar la conducta del individuo y evidenciar que más allá de los avances científicos admirables era poco o nada lo que cambiaba el hombre y cómo sus pesadillas, traumas y miedos ancestrales se mantenían incólumes. Han sido, de algún modo, pesimistas esperanzados.

Un siglo después de ese libro freudiano, por lo demás muy bien escrito, y a 50 años del apogeo de esa literatura, nos acercamos a milímetros, esos milímetros que parecen años luz, de la complejidad de la estructura física humana y del milagro para unos, prodigio para otros, de la creación y la existencia nuestra. Pero también a una especie de la anhelada piedra filosofal de la eterna juventud (con todo el dramatismo que ello implica), ante las enormes posibilidades de prevención, atención y cura de enfermedades devastadoras.

Pero en este gran descubrimiento llama la atención que 95 por ciento del ADN está lleno de lo que los científicos llaman "basura genética". Esto quiere decir que para el método científico sólo resulta verdaderamente útil 5 por ciento de ese ADN maravilloso. Sin embargo, si nos atrevemos a entrar en el terreno ya nada especulativo de la ciencia ficción, quizá en esa "basura genética" se encuentren otras explicaciones a las rutas de esos túneles secretos que descubrió Freud y exploró con sus seguidores.

ƑNo estará ahí el miedo ancestral que nos acosa desde niños con la oscuridad, o los orígenes de la depresión, esa autodestructiva carencia de voluntad que ni los fármacos logran curar por completo y que un día asalta de pronto nuestras vidas? La ciencia no tiene límites precisamente porque tampoco los tienen las cimas y abismos de nuestra mente.

El mapa y la secuencia del genoma humano es un avance trascendental que determinará en mucho el perfil del siglo que iniciamos, positivamente promisorio, ha propiciado también voces que alertan sobre los riesgos de las decisiones que se puedan tomar con algunas de sus aplicaciones, mismas que serán elegidas y enjuiciadas por el pasado remoto, la experiencia familiar y la interrelación con la sociedad de cada ser humano participante en la discusión.