MARTES Ť 13 Ť FEBRERO Ť 2001
Teresa del Conde
Pitol, El viaje: esculturas y sueños
Todas las narraciones de Sergio Pitol, sean memoriosas o de ficción están atravesadas no sólo por su insaciable curiosidad, sino por un hecho incontestable: no puede vivir sin el arte, éste es su elemento cotidiano y, a la vez, fuente de inspiración. Me refiero a las artes que llamamos plásticas: pintura y escultura y desde luego arquitectura, además de la música, el cine y el teatro, que aparecen hasta en sus sueños, transcritos algunos con gran sentido del humor en éste y otros de sus libros. El viaje es primordialmente una deuda con Rusia, país que visitó por primera vez en 1962 y en el que residió como diplomático varios años durante el socialismo real y al que regresó después en otras ocasiones.
El meollo del viaje que relata en el libro publicado por ERA (año 2000) tiene lugar en plena perestroika y glasnost, respondía a una invitación de escritores ucranianos con sede en la ciudad de Tbilisi. Cuando recibió la invitación fungía como embajador de México en Praga y debido a esta condición su periplo tomó dos vertientes: la del escritor que habla de sus predilecciones esenciales -conoce lo mejor y también lo menos bueno de la literatura eslava, inclusive la de escritores de generaciones recientes, y experimentaba la necesidad de hablar de alguna obra literaria de su propio país.
Escogió a Fernández de Lizardi, autor del Periquillo Sarniento (de donde Diego Rivera tomó la polémica frase para su mural del Hotel Alameda, aunque después hubo de borrarla) como tema de una conferencia impartida en la Biblioteca de Lenguas Extranjeras de Moscú, ciudad en la que a todas luces se siente mejor que en Leningrado (hoy de nuevo San Petersburgo), donde también viajó en aquella ocasión aprovechando, entre otras cosas, para rememorar una exposición de José Clemente Orozco en el Ermitage.
Su primera mención a una exposición de arte en el libro que comento, tiene lugar justo a su llegada a Praga como embajador en 1982. La ciudad es rememorada aquí, sólo de soslayo, como arranque del viaje a Rusia. Recuerda que apenas tomó posesión de su puesto, tuvo la fortuna de asistir a una exposición de cierto escultor que le era desconocido: Matyas Braun, artífice del barroco. En Praga el barroco es exaltado y a la vez funerario, según yo recuerdo trayendo a la memoria mi brevísima visita a esa urbe, ya enfrascada en los sistemas del capitalismo, hace pocos años. Esa exaltación dislocada es traída por Pitol a la escritura de la siguiente manera. Braun ''transformó la piedra, la sometió a una tensión desconocida, extrajo de su seno ángeles y santos, los descoyuntó y colocó en posiciones corporales imposibles... en plena posesión de su libertad, logró que lo sacro tocara lo caricaturesco, lo delirante, lo que distingue el barroco de Bohemia de los de Roma, Baviera y Viena... no es desacralizador, de ninguna manera, en todo caso sería un angustiado..."
Lo que me llama la atención de su excelente percepción es que con toda probabilidad proviene de notas que apresuradamente tomó después de visitada la exposición. Parece que la impresión que le causó desató, esa misma noche, un sueño bastante angustioso. Se sueña buscando el manuscrito de un libro, ''su obra maestra", se sueña durante un viaje que tiene por objeto entregar el escrito a sus editores: abre maleta tras maleta, no encuentra nada, es más esas páginas se convierten ''en una parvada de avestruces".
Para mí, aficionada que soy a estas cuestiones, se trata de una visión autocrítica por parte del soñante, prueba de que en los sueños también rige una cierta lógica. Esa ''obra maestra" de Sergio Pitol era sobre Praga, pero no existía más que como un deseo, que no se cumplió en el sueño, puesto que el escrito era sólo virtual, estaba en su mente, pero no en la realidad. Había vivido ''cautivo de un milagro", asombrado ante las amplias perspectivas que se abren cuando uno va acercándose al río, perdido en senderos que llevan al Barrio Judío y a la Praga del medievo. Pero de esa Imago mundi todavía no escribía, en concreto, sino algunas notas sueltas, como esas primeras impresiones del exaltado artista barroco cuya exposición le dio la bienvenida a un caudal de maravillas. El relato del viaje a Rusia está ordenado por fechas y es, en verdad, portentoso.
Para mí el libro fue un regalo (dedicado) de Año Nuevo. Me lo entregó cuando visitó la muestra Orígenes y la vanguardia cubana que culminó el pasado domingo en el Museo de Arte Moderno. Ha sido una delicia leerlo y releerlo ahora que me despido del MAM. Gracias, Sergio.