MIERCOLES Ť 14 Ť FEBRERO Ť 2001

Ť En Nueva York, centro del capitalismo mundial, viven 75 mil homeless

Se ha incrementado este invierno el número de estadunidenses que demandan donde dormir

Ť En 25 ciudades aumentaron 17% las familias que piden asistencia por falta de vivienda

JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES

Nueva York, 13 de febrero. En una calle entre Bleecker y Houston, un anglosajón de unos 30 años de edad se encuentra sentado en el quicio de una puerta, centrado en su tarea de todas las mañanas, el crucigrama del diario The New York Times.

En el metro de la línea F (que pasa por Brooklyn, sube por la Sexta Avenida de Manhattan y cruza de nuevo para acabar en Queens) se suben en un periodo de 15 mi-nutos cuatro mendigos, un blanco, un ne-gro, un latino y una mujer, y cada uno afirma que tiene hambre y que toda contribución de los pasajeros será agradecida.

Son sólo algunos de las decenas de miles de homeless, o personas sin techo en la ciudad más rica del mundo.

Y en este invierno se han registrado los números más elevados en los albergues de emergencia en esta ciudad en 12 años, con más de 25 mil personas, en general familias que piden techo por una noche para soportar el clima, y sólo en el último año el número de solicitantes de un techo provisional se incrementó en 10 por ciento.

No existen cálculos precisos sobre el nú-mero total de los sin techo en Nueva York, pero se maneja en 75 mil las personas que carecen de vivienda y viven en las calles de este centro del capital mundial.

No es sólo Nueva York. Según el New York Times, existe una tendencia nacional. De acuerdo con un sondeo, realizado por la asociación nacional de alcaldes en 25 ciudades, se estima un incremento de 17 por ciento en el número de familias que solicita asistencia a causa de falta de vivienda.

Para el Times, en una noche típica de esta última semana la ciudad ofreció cama a más de 10 mil niños y 8 mil de sus padres, además de más de 7 mil camas para adultos individuales, todo esto en medio de un auge económico sin precedente.

Casi no hay viaje por metro que no sea interrumpido por alguien pidiendo limosna. Claro, algunos son conocidos como "profesionales" del negocio de la caridad, pero hay más mujeres con sus hijos apenadas por estar obligadas a pedir algo de comer.

Hay cuentos y verdades. Unos dicen su-frir una larga lista de padecimientos: "Soy veterano de Vietnam", "tengo cáncer, sida", "no he comido en dos días", etcétera.

Están los actores discapacitados, los que andan en un pie con muletas, o que no pueden pararse bien, pero que momentos después (quizá por un milagro tipo fast track) pueden salir corriendo del metro.

Sin embargo, hay otros que admiten que por desgracia han caído hasta el último escalón, que la condición de no tener techo podría sucederle mañana a cualquiera de los pasajeros, que muchos están a sólo una quincena de tener que vivir en las calles... Estos aceptan algo de comer con toda gratitud. En las calles de Nueva York algunos ya no piden dinero, sino migajas.

Caminando por la calle 13 en el East Vi CLINTON_OFFICE_SPACE-29 -llage, una zona antes bohemia e inundada ahora por ricos que desean vivir como si fueran bohemios, frente a edificios viejos construidos para pobres pero que ahora co-bran hasta 3 mil dólares mensuales por un departamento de una recámara, entre botes de basura, de repente se mueve un bulto en la banqueta, y una cuadra después la experiencia se repite. Las banquetas están vivas con seres humanos dormidos bajo cobijas, hules y cajas de cartón.

Bill Clinton busca oficina

Primero encontró una que rentaba 700 mil dólares anuales, pero provocó un escándalo (el gasto de las oficinas de los ex mandatarios corre a cargo de los contribuyentes), y ahora está explorando una de "sólo" 200 mil en Harlem, para estar con "el pueblo".

Por lo pronto, acaba de adquirir una casa en uno de los suburbios más caros de esta ciudad por millones de dólares, y otra pe-queña mansión en Washington.

El ex mandatario demócrata, quien ha vivido en vivienda pública durante casi 20 años (primero en la casa del gobernador de Arkansas, después en el proyecto de vivienda pública más lujoso de Estados Unidos, la Casa Blanca), fue quien promulgó la llamada reforma del programa de bienestar so-cial (welfare), y de paso se llevó una ovación de los republicanos.

Este programa que garantizaba un financiamiento público mínimo para, en su ma-yoría, mujeres con hijos menores de edad, fue sustituido por uno que obliga a los posibles beneficiados a buscar trabajo y establece un límite de tiempo para recibir el apoyo gubernamental.

Ahora, en las calles de Nueva York Clinton podrá toparse con algunos resultados de su presidencia. Al caminar por el Greenwich Village rumbo a donde comió esta se-mana, el carísimo restaurante Babbo, podrá ofrecer algunas migajas a unos bultos que espantan con muestras de vida en la calle.

Una mujer con un niño de tres años podrá acercarse y pedirle algo para su hijo, y tal vez hacerle una revelación al ex presidente: que hay que tener lana para pagar renta, al-go que Clinton no ha tenido que enfrentar durante muchos años.

Podrá contarle cómo intentó en su presidencia apoyar a los pobres y que tan difícil es navegar el mar político de Washington para lograr que gente como ella no tenga que sufrir. El puede regresar a su mansión, ella y su hijo permanecerán en la calle.

La vivienda no es un derecho humano aquí, pero sí es una garantía para los encargados de definir las políticas públicas para los pobres. Desde el presidente al alcalde, como otros funcionarios, como el encargado de educación pública de esta ciudad, todos gozan de renta gratis para sus viviendas.

El público es muy generoso: los impuestos de los expulsados del apoyo gubernamental que ahora trabajan por un ingreso menor al nivel de pobreza, están pagando las rentas de los ocupantes de la Casa Blanca y de la alcaldía.

Tal vez el más sabio es el tipo que se dedica al crucigrama, porque por lo menos en-tiende que algunas palabras significan otra cosa; o sea, todo está en clave.

Mientras los políticos hablan de que buscarán resolver los problemas de los pobres --como la falta de vivienda para miles de sus ciudadanos con fondos públicos--, son ellos los únicos que, al parecer, están go-zando del subsidio público.