"Monstruosidad, enfermedad, envidia al revés..."
Del amor celoso
JOSE STEINSLEGER
En Otelo, el moro de Venecia (1604), Shakespeare asocia celos con "monstruosidad". Cervantes, su contemporáneo, sostuvo la incurabilidad del celoso. Pero en Celos, locura, muerte (1995), el psiquiatra español Carlos Castilla del Pino dice que los celos no son una enfermedad cultural, sino que emergen del "desarrollo del sujeto".
Un marido traicionado de Forli, Italia, conminó a su rival: "como tengo pruebas de que hace dos años te acuestas con mi mujer, tienes tres posibilidades: no haces nada y arruino tu vida revelando todo a tu mujer y tu familia; me prestas a tu mujer durante dos años o me entregas un millón de liras (500 dólares) cada mes durante dos años". El amante eligió entregar la suma establecida.
El caso nos remonta a la sentencia de la condesa de Champagne, que vivió en el siglo XII francés: "entre esposos no pueden existir celos verdaderos, sin lo cual no puede haber amantes de verdad".
Lejos de ser prueba de "amor verdadero", hoy sabemos que los celos son una enfermedad que causa estragos en la interacción de las personas. Entre intelectuales y artistas, los celos son imposibles de curar. Pero el de las parejas tiene cura pues "en los celos hay más amor propio que amor" (La Rochefoucauld).
El psicoanalista Wilhelm Reich habla de "...la consideración para con el otro miembro de la pareja que se torna fácilmente en su contrario: quien ha tenido excesiva consideración se siente con derecho a exigir el reconocimiento, a considerarse víctima, a ser intolerante...".
Celo: "...miedo de que un rival le quite a uno el cariño de una persona amada". La palabra "celosía" (enrejado de la ventana que filtra la luz en sentido oblicuo) pertenece a la misma familia. Alain Robbe-Grillet, teórico del nouveau roman, intituló La celosía una novela que habla del tema (1957). Los celos, expresión de amor oblicuo.
En su Diccionario de sinónimos (1950), Roque Barcia asocia celos con envidia. "Cuando a estos celos se añade el odio, y un deseo oculto de venganza... resulta la envidia. Ambas pasiones se confunden". En Causa y sinrazón de los celos, Roberto Arlt asegura: "El sentimiento de los celos es digno de estudio, no por los disgustos que provoca, sino por lo que revela en cuanto a psicología individual... el celo es la envidia al revés".
Oigamos la contradictoria letra del tango Celosa, de P. Rodríguez:
"No sé por qué dices que has visto en mis ojos/ que estaba llorando, de celos por ti... La prueba bien clara esta tarde has tenido/ pasaste con otra por verme sufrir... No quiero negarte que estuve celosa/ al ver que con otra te burlas de mí/ después que fue mío el calor de tu boca/ y loca en tus labios mil besos te di... qué pena, šDios mío!, me siento morir".
En el inquietante relato El infierno tan temido, Juan Carlos Onetti narra las peripecias de un periodista "...que sólo podía ofrecer a las mujeres una asombrada, leal, incomprensión", asediado por una mujer dolida "...y segura de acertar en lo que (él) tiene de vulnerable...".
La tarjeta de San Valentín más antigua del mundo fue escrita por Margery Brews en Londres, el 14 de febrero de 1477. Curiosamente, el texto no fue de amor sino de chantaje. "Si me amáis, como confío realmente, no me abandonaréis. Porque aun cuando no tuvierais ni la mitad de los medios que poseéis, haciendo el sacrificio más grande que pudiera hacer mujer alguna, yo no te dejaría".
Luis Franco, poeta y ensayista argentino, sostiene: "Los celos no son siempre, ni mucho menos, prueba de cariño... En el hombre, una mera defensa de su derecho de propiedad y posesión. En la mujer que no ama a su marido o tal vez lo odia, los celos pueden ser un eficaz instrumento de tortura y de venganza" (La hembra humana, Ed. Futuro, Buenos Aires, 1962, p.190).
En efecto. ƑQuién no recuerda a la ecuatoriana Lorena Bobitt que hace unos años le seccionó el miembro viril a su marido con un cuchillo de cocina y luego lo tiró a un baldío? Y eso que él se llamaba John Wayne Bobitt. Para no ser menos, una enfermera de Nápoles, despechada porque su amante la quería dejar, le arrancó los genitales de un mordiscón. La táctica fue la siguiente: escondió su encono, pidió a su amante una última relación y quedó en paz con su conciencia, como el gato que acaba de almorzarse el canario de la casa.
En Fragmentos del discurso amoroso (Ed. Siglo XXI, 1982, p.58), el lingüista Roland Barthes dice que el celoso sufre cuatro veces: "...porque estoy celoso, porque me reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro, porque me dejo someter por una nadería: sufro por ser excluido, por ser agresivo, por ser loco y por ser ordinario".
Desdémona (amada de Otelo): "Aciago el día, nunca le di causa...". Emilia (esposa del vengativo Iago): "...pero las almas celosas no quieren aceptar esta respuesta. Jamás están celosas por la causa, sino que están celosas porque están celosas. Es un monstruo que se alimenta de sí mismo, que nace de sí mismo".