jueves Ť 15 Ť febrero Ť 2001

Adolfo Sánchez Rebolledo

Los facinerosos de la ultra

Los estudiantes que vejaron a varios profesores en Ciudad Universitaria siguiendo el ejemplo de los del Mexe, según pública confesión de Argel Pineda en la televisión, pusieron en escena una representación abusiva y degradante de los métodos represivos para someter y castigar a un grupo de personas indefensas, cuyo único delito consiste en no compartir sus locuras. Desde cualquier ángulo que se juzgue, dicha acción debe condenarse sin contemplaciones. Un estudiante que intenta poner de rodillas a sus maestros se niega a sí mismo y no merece seguir en la universidad.

Si la venganza es la única justicia que reconoce y acepta el facineroso, nadie está a salvo pues cualquiera puede ser la víctima propiciatoria de su furia: "A los agredidos amarrados con lazos llenos de pintura (para simular sangre y dramatizar el hecho) y despojados de sus bienes" se les mantuvo "a la intemperie más de una hora", mientras los agresores votaban "democráticamente" si los dejaban desnudos o no. Isabel Sánchez, una de las víctimas, describió al diario Reforma lo que pasó esa noche: "A mí me golpeaban, me jalaban de las greñas las mujeres y me decían que tenía que sufrir todo lo que ellas sufrieron cuando la PFP entró a la universidad...". Sobran los comentarios.

No es la primera vez, por desgracia, que sale a relucir el filo irracional que sostiene al "fascismo de izquierda", como llama Conh Bendit a esa recurrente enfermedad infantil del izquierdismo, cuyos métodos y valores coinciden cada vez más con los del lumpen. En el pasado hubo otros casos de barbarie simple y llana cometidos en nombre de alguna causa "de izquierda" de la que ya nadie quiere acordarse, como en 1966, cuando los líderes estudiantiles de la Facultad de Derecho vejaron al rector Ignacio Chávez; como en Sinaloa, cuando la "enfermedad" se apoderó de la universidad imponiendo la violencia y un clima de terror que culminó con el asesinato del maestro Carlos Guevara a manos de un estudiante "enfermo"; como en el CCH, donde fue ejecutado el profesor Peralta por un comando armado ultraizquierdista y un largo etcétera que algún día convendría repasar en beneficio de la memoria colectiva de la izquierda.

Hechos injustificables como los mencionados, sin embargo, parecían irrepetibles y definitivamente expulsados del pensamiento que hoy se dice de izquierda. Pero no es así. Este mismo grupo, bajo las siglas del CGH, agredió física y moralmente a profesores que se oponían a la huelga y luego cometió canallescas tropelías contra Gilberto Rincón Gallardo durante su presentación en Ciudad Universitaria, por citar sólo algunos episodios ominosos recientes. No obstante, y a pesar de la estridencia de sus acciones, hay que subrayarlo, muchos profesores y estudiantes prefirieron el silencio a exponerse a la estigmatización de la ultra.

En los orígenes de esas conductas irracionales se entrecruzan el fondo social que clausura la esperanza, pero también la mala conciencia de cierta izquierda con pretensiones democráticas, la desvalorización de la enseñanza y sus carencias reales, una visión maniquea y pesimista de la violencia como medio económico de salvación. Las bandas ultras padecen una suerte de alteración de la conciencia, que es mezcla de fanatismo y rencor, negatividad revolucionaria y antiintelectualismo, cuyo resultado es un delirio ideológico perfectamente funcional con la sociología de la informalidad, la arbitrariedad como destino, y la corrupción galopante que todo lo invade.

Política y moralmente se hallan inmersos en lo que Lawrence Leshan llama una realidad mítica en la que siempre se aplica una doble moral para calificar los actos según quien los realiza: "nosotros" o "ellos". A su modo, por demencial que parezca, la ultra está en guerra y, como es sabido, en "una guerra no sólo existen dos morales que nos permiten juzgar a nuestros enemigos de otro modo que a nosotros mismos, sino que, además, nunca se cuestiona esa diferencia, que es vista como algo intrínseco a esa realidad. Es justicia" (Lawrence Leshan, Psicología de la guerra, p. 66).

La ultraizquierda actual comparte con el lumpen el desprecio hacia la sociedad establecida, pero a diferencia del verdadero fuera-de-la-ley que no espera nada de las autoridades, quiere impunidad, tolerancia y concesiones, a pesar de su antiautoritarismo vociferante. No vive en la ilegalidad absoluta como el delincuente común, pues vegeta en la universidad; tampoco en la clandestinidad revolucionaria, sino en la esquizofrenia ideológica y moral del activista estudiante/maestro que se refugia en el verbo amenazante del grupo, la culpabilidad ajena, la marginalidad como coartada y la notoria debilidad del gueto donde actúa. En eso, la banda ultrarradical se parece mucho a los fascistas clásicos que también comenzaron vistiéndose de izquierda y terminaron en la abyección del genocidio terrorista.

Las preguntas cortan: ƑSon estos lamentables hechos un aviso para llamar nuestra atención sobre la vulnerabilidad de nuestra convivencia dentro y fuera de la UNAM? ƑPodemos cruzarnos de brazos ante un movimiento de origen universitario que se dice de izquierda, pero secuestra y humilla a sus profesores para vengarse? ƑQué sigue?