Ť Jean Meyer
¡Arik, rey de Israel!
Arik es el diminutivo de Ariel (Sharon), quien acaba de ganar las elecciones con una ventaja récord de casi 25 por ciento sobre su contrincante, Ehud Barak; sus partidarios entusiasmados bailaban y cantaban el himno famoso ¡David, David, David, rey de Israel! sustituyendo a David por Arik. Lo que no deja de recordarnos los gritos de alegría registrados en la Biblia, después de una victoria hebrea: "¡Saúl mató a mil! ¡David mató a diez mil!" ¿Elecciones de guerra, pues? "Hemos vuelto a hundirnos a nosotros mismos", dice el lúcido David Grossman, generoso escritor israelí, uno de los más dotados de su generación, hombre del diálogo con los palestinos. Cuando lo dice no piensa que la guerra va a empezar mañana, señala que el propio Sharon, el guerrero victorioso e implacable está buscando un gobierno de unión nacional y ¿por qué no? ofreciendo una secretaría a Shimon Peres, civil y diplomático.
Y es que la mayoría de los israelíes desean la unidad perdida hace mucho en la división entre laicos y religiosos, derecha e izquierda, sefaradis y ashkenazis, criollos y recién llegados; su desamparo frente a la casi ingobernabilidad del país desde el asesinato de Itshak Rabín ?general victorioso pero político racional? se acaba de expresar con una baja participación electoral récord (62 por ciento), después de una rápida alternancia izquierda/derecha. Hace 21 meses Israel eligió a Barak con una amplia mayoría (y una participación de 80 por ciento), después de haber preferido un tiempo al derechista Netanyahu: antes de que pasara dos años lo despachó ahora con un humillante 37.5 por ciento de los votos. Algunos apuestan que Sharon no va a poder gobernar (si no logra formar un gabinete de unión nacional) y que llamará a elecciones legislativas antes de seis meses.
Israel está dividido hasta la fragmentación y el millón de árabes ciudadanos israelíes (Israel tiene 6 millones de habitantes) se abstuvo de votar por primera vez, dándole así a la victoria de Sharon una dimensión extravagante. Enfrente, los palestinos no se portan mejor. Todos quieren la paz pero no todos hablan de la misma paz y pocos están dispuestos a pagar el precio necesario. Ciertamente el problema planteado por la presencia de dos pueblos enemistados sobre la misma tierra es un problema complejo. Ciertamente el temor es generalizado porque la situación de Israel se define sobre todas las cosas como insegura: ni la paz, de haberse logrado el año pasado, hubiera garantizado la existencia futura, a largo plazo, de Israel. Muchos palestinos, no sé cuántos árabes no admiten la existencia de Israel y apuestan que desaparecerá un día como los reinos latinos de la Edad Media. Sin embargo la paz, que implica la restitución de todos los territorios ocupados en 1967 y el desmantelamiento de las colonias creadas en esas tierras después de 1967, es la única apuesta razonable. Itshak Rabín pagó esa apuesta con su vida. Buscar la seguridad aceptando la inseguridad, representada por un verdadero Estado palestino en las fronteras establecidas por la ONU en 1948, tal es el reto.
No parece que Arik sea el hombre de la situación. Tampoco parece que Arafat lo sea. Sin embargo en ambas naciones hay gente que busca la lucidez. Desde 1961 he conocido israelíes que dicen que sus compatriotas deberían, al recordar su pasado anterior, entender el sufrimiento palestino y trabajar a ponerle fin; los "nuevos" historiadores israelíes escriben contra la historia oficial mítica y hacen justicia a los palestinos. Enfrente Edward Said, para nada indulgente con Israel (dijo que los palestinos son los judíos de los judíos), se preocupa: "Si los judíos se vuelven una minoría entre los musulmanes, no sé cuál será su suerte. Es una cuestión difícil que me obsesiona".
Israel debería cuidarse de los cambios en una opinión internacional que le fue muchas veces favorable, si no lo hace bien podría volverse "el judío de las naciones".