JUEVES Ť 15 Ť FEBRERO Ť 2001

Ť Margo Glantz

La nostalgia diversificada

He vuelto a Estados Unidos, como casi todos los años. Estoy de nuevo en Princeton, es mi primer día en el pueblo y me dispongo a ir a la universidad. He desayunado bien, Ƒa quién le importa? Desayuno un plato de avena instantánea, excesivamente instantánea, con leche sin grasa, sin lactosa, una leche delgada, transparente, inodora, la leche que uno toma para evitar cualquier tipo de acidez o flatulencia, una leche tratada especialmente para hacerla inofensiva, una leche que le permite a uno digerir lo que uno ama sin consecuencias fatales; le han agregado vitaminas A y D, la han ultrapasteurizado y la han desgrasado.

Recuerdo con horror y nostalgia el café con leche que tomaba mi padre en las mañanas, con su gruesa capa de nata sobrenadando entre la espuma. Después me preparo un huevo cuya yema ha sido tratada para evitar que el colesterol invada las arterias y de ese modo prevenir los infartos; la mantequilla con que unto mi pan -negro, integral- es idéntica a la mantequilla común y corriente, el mismo color, misma consistencia, mismo sabor (casi) cuyo nombre ''I can't believe " ya es familiar en nuestros supermercados.

Me apuro porque tengo que ir a dar mi clase (šla novela de la Revolución mexicana ahora que de verdad se ha terminado la Revolución mexicana!). Ha caído una nevada impresionante, una de las más grandes tormentas de este invierno; mi departamento está en medio del bosque que rodea al campus, cerca de un lago artificial muy bello, sobre todo en la primavera y el verano, el aire es transparente, el viento corta, mis zapatos citadinos, mi abrigo elegante y estorboso, los senderos lodosos, cubiertos por una fina capa de hielo, aún no me conectan el teléfono y no tengo coche.

Quizá cuando Cabeza de Vaca desembarcó en Florida se sintió como ahora me siento yo. šNo importaš todo tiene arreglo en esta vida. Otra visitante, una joven francesa vestida como para ir a esquiar se conduele de mí y me lleva en su coche a un lugar civilizado, es decir al campus. He pagado mi cuota, doy mis clases, poco a poco el tiempo mejora y ya puedo prepararme para ir a Nueva York.

Es el sábado 10 de febrero, cuando empiezo a caminar por la calles asoleadas del Soho. Un viento furioso me empuja, me enfría, me siento soldado de Napoléon en pleno invierno ruso. Es difícil avanzar, las calles están sin embargo repletas de personas, de jóvenes vestidos como si fuera verano. Entro a un restorán italiano y los meseros son mexicanos, llena de orgullo les digo que yo también soy mexicana, chilanga, they could'nt care less; entro a una pequeña galería donde por primera vez exhibe un interesantísimo artista cubano, Antonio Eligio Fernández, mejor conocido como Tonel, cuyas esculturas y dibujos son difíciles de soportar por una implacable y agresiva sátira de la violencia física, que linda con la obscenidad. Salgo corriendo, tomo un taxi para llegar a tiempo al cine, quiero ver una película francesa recién estrenada, El gusto de los demás, quizá pueda llamarse así en español, dirigida por una actriz y guionista, Agnès Jaoui que según las críticas del Time Out y de The New Yorker es maravillosa por su delicada capacidad de recrear momentos de intensa nostalgia chejoviana. Muchos han pensado lo mismo que yo y las localidades están agotadas, me meto a ver el único filme disponible en los cines Lincoln Plaza, In the mood for love, una película china (en cartelera hay varias: de la China comunista, de Taiwán, ésta es de Hong Kong) cuyo tema es parecido al de la cinta francesa que no pude ver: un posible adulterio. Los probables amantes viven uno cerca del otro, con sus respectivos cónyuges, en una casa de apartamentos precaria; visten con una elegancia occidental doblada de refinamiento asiático, sus gestos se ritualizan y su cortesía extrema contrasta con las calles estrechas, los restoranes masivos, cierto hacinamiento.

Curioso, las mejores películas en cartelera hablan del amor, de sus vicisitudes, sus dudas, su sensualidad y sobre todo su nostalgia. Y como dice, melancólico, el crítico de The New Yorker en relación con Chunhyang, otra película china también en cartelera: ''Las escenas de amor tienen una extraña fuerza, delicada y concupiscente, de timidez y deseo, casi inimaginables en un escenario occidental".

Termino el día con una función del New York City Ballet, de nuevo la nostalgia: una coreografía de Balanchine.