JUEVES Ť 15 Ť FEBRERO Ť 2001
Marguerite Yourcenar
Cartas a sus amigos
A Jules Romains
(28 de diciembre de 1951)
Muy señor mío:
No sé cómo expresarle mi gratitud por su apreciación de Memorias de Adriano. Ya puede usted suponer que al escribir este libro estaba yo lejos de esperar que tuviera muchos lectores, y sabía sobre todo que los lectores bien informados serían escasos. Su carta me aporta lo que más podía desear: la opinión de un hombre que conoce (coincidencia rara) tanto los secretos del oficio de la creación literaria como los trámites y las investigaciones que preceden a ese trabajo creativo. El hecho de que haya usted ''leído todo, hasta la bibliografía'', haciéndome así el inmenso favor de ser lector exigente, incluso desconfiado, que verifica las fuentes y no se contenta con deducciones aproximadas, me hace valorar su juicio hasta un punto indecible.
Para mí, que conozco bien su obra y con frecuencia la he enseñado (pues he ejercido varios años como profesora en Estados Unidos), y que más de una vez me he enfrascado en esa multitud de seres humanos que en la misma aparecen, resulta ser un singu (lar) (palabra omitida en el original) saber por usted mismo qué sólidos cimientos sostienen una de las obras más modernas que darse puedan. Con eso me ha dejado usted percibir generosamente cuál es su método.
Acepte, con la reiteración de mi agradecimiento, el testimonio de mi simpatía y de mi admiración,
A Thomas Mann (7 de mayo de 1955)
Muy querido Maestro:
Le ruego que me disculpe por haber tardado en contestar su carta, que me causó y me sigue causando una gran alegría. La he traído conmigo a Suecia (donde me encuentro en este momento) y es en el tren, entre Lübeck y el mar, en este país que inevitablemente hace pensar en los Buddenbroock, donde empiezo a darle respuesta. Mas, qué contestar, si no es que su comprensión compensa, y con mucho, los malentendidos que se han producido entre un cierto público parisiense, por la mala interpretación en la adaptación teatral de Electra. Me han emocionado sobre todo ver esas cualidades de sutileza, de profundidad, esa especie de generosidad en definir y enumerar en un ser, o en una cosa, sus riquezas y sus complejidades escondidas, todo el poder de reflexión que acostumbro a encontrar en sus libros; todo eso aplicado esta vez a una obra salida de mis manos.
Por una feliz coincidencia, su carta me llegó en el momento en que acababa de enviar al editor un estudio sobre su obra, en el que venía trabajando hacía varias semanas en un pueblecito de Provenza, sin disponer allí de ninguno de sus libros; pero los he leído y releído con tanta frecuencia que algunos de ellos puede decirse que forman ya parte de mí misma y por eso podía atreverme a prescindir de su presencia. Su carta venía a dar, de pronto, una forma de realidad a un diálogo entre usted y yo al que había consagrado una parte del invierno. Pero déjeme decirle, para ser exacta, que me concede usted demasiado crédito, pues la lengua alemana apenas hago más que entreverla. Así que les debo sobre todo a los traductores mi familiaridad con su obra. Gracias de nuevo, querido
A Isabel García Lorca
(10 de mayo de 1960, fragmento)
Querida amiga:
No quiero dejar España sin decirle a usted que la semana pasada, de los dos días que esta vez pudimos reservarnos para Granada, decidimos dedicar unos momentos a Víznar (...) Volvimos a la plaza de la iglesia y allí nos dirigimos a dos muchachos del pueblo, Pedro y Antonio, que andarían por los veinte años. Nos dijeron ambos que García Lorca estaba enterrado en ese camino de la montaña que las mujeres nos habían indicado por señas. Acabamos por hacerlos montar en el taxi con nosotras para que sirvieran de guías al chofer. La carretera era tan mala a la salida del pueblo que fue preciso empujar el coche para subir la cuesta. El camino se desvía en seguida de la región de los olivos para penetrar en la gran soledad, entre la montaña desnuda y gris que circunda por la izquierda y el precipicio del que le separa, a la derecha, un declive cubierto de hierba rala y de maleza seca. A unos tres kilómetros del pueblo, exactamente debajo de la montaña más alta (''la Cruz de Víznar''), hicieron parar el coche y los cinco que éramos descendimos una distancia como de apenas cien metros más debajo de la carretera, hasta un lugar donde crecen vigorosos, en ese destierro despoblado, cuatro o cinco pinos jóvenes. ''Es ahí'', dijeron los dos muchachos y, para que comprendiéramos mejor, hicieron el gesto, sin ninguna exageración dramática por cierto, de apretar un gatillo. Según ellos, García Lorca está enterrado bajo esos pinos junto con otros cinco hombres fusilados en el mismo sitio, pero no llegué a comprender si había sido al mismo tiempo o algunos días antes o después. Y aún dijeron más: la tierra fue bien apisonada y se trasplantaron allí algunos arbustos (Ƒpara borrar toda traza del lugar o, al contrario, para dejarlo marcado, o bien simplemente para impedir que se produjeran desprendimientos hacia el barranco cercano?). ''Los árboles crecen deprisa en los cementerios'', dijo uno de nuestros guías. Mientras Grâce proseguía la conversación con ellos, yo me agaché un momento por debajo de las ramas bajas enmarañadas: en efecto, no cabe duda de que la tierra ha sido nivelada a lo largo de un trecho bastante amplio, y me pareció distinguir dos rastros como surcos que podrían tal vez corresponder a lo que fue en antaño el reborde de una fosa. Pero puede que mi imaginación interprete con exceso esos insignificantes indicios.
Exquisita sensibilidad
De las miles de misivas que Marguerite Yourcenar (1903-1987) escribió -y guardó con sumo cuidado- a lo largo de su vida, la editorial Gallimard seleccionó las que mejor acercan al lector a la personalidad de la escritora francesa. La versión al español de Cartas a sus amigos fue realizada para Alfaguara por María Fortunata Prieto Barral, quien explica en el prólogo:
''El público hispano se extrañará sin duda de la casi total ausencia de tuteo en estas 297 cartas dirigidas a personas de diversas edad y condición y que van desde la niñez a las vísperas de su muerte... Marguerite Yourcenar no tuteaba a nadie, ni siquiera a sus amigos y amigas de juventud, ni a su ahijado Albert Letot, ni a su sobrino Georges, con quien mantuvo abundante correspondencia y a quien trataba con un afecto no exento de condescendencia. Sin embargo la relación continuada con ciertas personas, el tono y la extensión de algunas misivas revelan las afinidades, la estima admirativa, la amistad auténtica que Marguerite Yourcenar cultivó con exquisita sensibilidad."
Con la autorización de la Editorial Alfaguara, ofrecemos algunos fragmentos de esta obra que hoy empieza a circular en librerías, y que incluye epístolas dirigidas a Brigitte Bardot, Gisèle Freund, Gaston Gallimard, Victoria Ocampo, Georges Pompidou, Volker Schlöndorff y Margarethe von Trotta, entre otros.