JUEVES Ť 15 Ť FEBRERO Ť 2001
Ť Olga Harmony
Venecia
Adaptada al medio mexicano, la obra del argentino Jorge Accame muestra un idílico burdel de provincia en donde la muy vieja y ciega lenona es como una madre para sus pupilas. Las recogió de niñas, les dio casa, comida y ''profesión" (chiste que nadie ríe). Nada que ver con la realidad, nada que hable de la dureza de la vida de las prostitutas de que dan cuenta innúmeros testimonios (el último apareció el domingo pasado en las páginas de este diario, en donde se describe la explotación sexual de menores, como en su momento debieron ser Marta y Rita, y de la innoble trata de blancas). La prostitución es algo sumamente degradante, aunque las buenas conciencias la vean como un mal necesario -''así nuestras hijas no peligran"- pero persigan con extrema sevicia a quienes la ejercen. Por otro lado, queja grande de las comunidades zapatistas es que donde entraron los ejércitos llevaron alcohol y prostitución.
No se trata de falsas moralinas, sino de que estas mujeres sufren el desprecio -las de esta obra no se atreven a ir de día adonde hay familias-, acosos y extorsiones de policías y padrotes. Habrá quien se regocije de que Venecia se encuentre lejos del melodrama aunque cualquier testimonio que ofrezca una sexoservidora es en sí mismo un melodrama que nos acerca a Santa. Verlo en tono de comedia subleva a cualquiera, así el texto esté lleno de muy eficaces gags y situaciones hilarantes, así la Poquianchis que se nos ofrece sea una viejita demente y desvalida a quien sus antiguas pupilas protegen con amor filial y el único chantaje que sufren sea el del Negro, cliente fiel y amigo que ofrece diversos servicios a cambio de un acostón.
La única que piensa en el amor es La Gringa, porque las otras mujeres no creen en él. Da lo mismo, porque sus personajes carecen de sustento, sus parlamentos son perfectamente intercambiables y nada, a no ser la personalidad de las actrices que las incorporan, les da rasgos bien definidos. ''Los sueños pueden florecer en cualquier parte" es el manido y sentimental tema de este texto.
Los chistes y las situaciones cómicas son muy eficaces si el espectador se olvida de lo poco o mucho que sabe de la prostitución y se ubica ante una comedia de situaciones, en donde los caracteres no importan. Pero es una lástima lograr un elenco tan de primera para un resultado tan banal, aunque el trazo y las intenciones logradas por Francisco Franco sean muy adecuadas y profesionales. En una escenografía de Jorge Ballina que tiene varios cambios (aunque la cocina sin fogón o estufa o cualquier otro lugar donde se guise le resta credibilidad, puede ser prescindible y en el patio una ventana practicable no se logra ver desde todas las butacas), se prepara la acción central que se da en el viejo corral abandonado. La escena de La Gringa rejuvenecida dentro de la postal es muy lograda y muy bella.
No entiendo que se elija para el mismo papel a dos actrices de tan diferente tesitura como son Ana Ofelia Murguía y Marta Aura, para que alternen funciones. A la que fui, me correspondió ver a Marta, tan fuera de edad que su Gringa vieja y ciega aparece más como un disfraz que como una interpretación, a pesar de que se trata de una muy buena actriz de gran experiencia. Las otras tres actrices -Vanessa Bauche, Leticia Huijara y Gabriela Roel- son muy buenas cada una por su parte, pero a pesar de sus esfuerzos no logran dar credibilidad a sus muy banales personajes, casi sombras intercambiables. No ocurre lo mismo con El Negro, único personaje con cierta sustancia, muy bien interpretado por Alfredo Escobar.