TEATRO
El fantasma del hotel Alsace
Ť Raul Díaz
FIGURA EN VERDAD MITICA, extraordinaria por igual
en el terreno literario que en el de la vida cotidiana, Oscar Wilde es
un personaje ideal para ser llevado al teatro, y así lo demuestra
la cantidad de obras que sobre su vida y creación se han escrito
y representado en muy diferentes épocas y latitudes. Con tal antecedente
se comprenderá que no es fácil traer a escena facetas o momentos
de Wilde que no hayan sido previamente manejados. La creatividad y talento
consisten, entonces, en presentar lo que ya se sabe de manera distinta,
en relatar hechos y circunstancias de forma tal que parezcan nuevos, frescos,
diferentes, que no sean lo manido, lo predecible.
Y ESTO ES JUSTAMENTE lo que hace Vicente Quirarte
en su pieza El fantasma del hotel Alsace, que bien lleva el subtítulo
de Los últimos días de Oscar Wilde. En efecto, rindiendo
tributo al gran escritor y bon vivant y al único hombre que
realmente se comportó como amigo y le ayudó en su último
tramo, el hotelero Jean Dupoirier, el dramaturgo mexicano ofrece una obra
que no temo en calificar de muy buena a lo largo de tres cuartas partes
de la misma, y de sólo buena en la última, pues la tensión
dramática decae, el ritmo se pierde y toda la fuerza y atmósfera
logradas se distiende.
ES LAMENTABLE QUE así suceda porque la obra y su respectivo montaje logran desde el primer momento una atmósfera estupenda, marcando la situación de franca decadencia en la que se encuentra el otrora brillante escritor quien, tan sólo siete años antes, había recibido todos los honores en ese mismo París que ahora lo veía y dejaba fenecer.
EN UN PEQUEÑO cuarto del hotel Alsace, en el que ha sido acogido sin tener que efectuar erogación alguna, los fantasmas de Wilde se le amontonan: sabe que el final se aproxima y que quizás pudiera evitarlo, pero, rebelde, se resiste a eso si el precio a pagar es cambiar su vida misma.
EXQUISITO, VERDADERO, de un humor e inteligencia excepcionales, biófilo por excelencia, Oscar, el magnífico Oscar que fuera el hombre más brillante de su tiempo, encara sin titubeos su destino. Es un hombre derrotado, lo ha perdido todo, viene de pasar años en prisión y está enfermo. Solo en su soledad, contando únicamente con la solidaridad de Dupoirier, el dandy irlandés sin embargo, se mantiene enhiesto y ejercita su encanto decadente. Allí, en su pequeño cuarto, su personalidad impactante sigue subyugando a los pocos que lo ven y, paradójicamente, "sigue siendo el rey". El, sin embargo, no duerme tranquilo, su busi (escritura fonética), el amante ingrato, lo atormenta en el recuerdo, y a su mente acuden también su esposa, hijas y todo aquello que fue parte de su brillo pero que sabe perdido para siempre.
SITUADO TODO EN ese cuarto de hotel, el texto tiene que ser directo, claro y ágil, condiciones que, sin duda, posee el de Quirarte en las primeras tres cuartas partes ya citadas. En donde la obra baja es a partir de la aparición de Bram Stoker (Juan Ignacio Aranda), pero esto es también responsabilidad seria del actor y, claro, del director.
HASTA ANTES DE ESO todo marcha bien y es de destacarse el trabajo actoral de, en primer lugar, Mauricio Davison (Wilde), actor de enorme eficiencia y en verdad especial; muy bien también Gilberto Pérez Gallardo (Dupoirier, dueño del hotel), e igualmente bien en sus tres papeles, aunque particularmente acertada como el garcon. Elena de Haro, naturalmente, tiene un buen desempeño, así como en todo el adecuado resultado del montaje, principal responsabilidad del director Eduardo Ruiz Saviñón.
ESTA POÉTICA E INTERESANTE versión de los últimos días de Oscar Wilde se puede apreciar en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz del Centro Cultural Universitario (Insurgentes Sur 3000), sábados y domingos a las 13:00 hrs.